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miércoles, 5 de mayo de 2010

"Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo" (teólogo Hans Küng)


Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.
Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el SIDA, admitiendo el uso de preservativos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.

- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general.

Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio.

Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar sólo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innumeradas personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng.



5.04.2010

Diario El País.



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martes, 4 de mayo de 2010

LA MÚSICA EN LA IGLESIA LATINOAMERICANA (Nahúm Ulín)

Dime lo que Cantas y Escuchas y te diré que Crees

INTRODUCCIÓN.



La música (del griego mousiké o el arte de las musas) ha sido fiel acompañante de la evolución, desarrollo e historia de las culturas. Curiosamente, en la antigüedad, esta se tomaba en cuenta – en el caso de los griegos – como parte esencial del desarrollo de la “polis”. En ella encontraban la sabiduría y el conocimiento, colocándola como base de la educación. Tenía un puesto imprescindible en el desarrollo del pensamiento, la religiosidad y la relación con los muertos.


En otras culturas como la romana, pasaba a otro plano: el de divertir, promover placer, entretener; como así también en el mundo egipcio la colocaron como remedio terapéutico, todo para lograr bienestar y alegría colectivos. En fin, hablar de la música es poner en relieve el intento constante del ser humano por encontrarse consigo mismo (la música como medio de canalización de sentimientos), con los demás (la música como canal de relaciones interpersonales) y con “El Misterio” (la música como vehículo comunicador con Dios)


En el presente texto, haré un intento por indagar cómo ha sido el desarrollo de la música “religiosa - cristiana”, su aporte y sus debilidades ante una sociedad latinoamericana que exige una propuesta de ser humano coherente, una sociedad que clama y gime un canto en libertad y un Dios que espera un canto más a su misericordia y justicia. De la misma manera, retomaré el aporte de la música latinoamericana que aparece de ambientes “no religiosos”, donde el canto se utilizó como medio liberador, colocando a Dios como testigo y compañero en los procesos de emancipación social.


... GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS.



En la edad media, s. III – s. XV aproximadamente, la Iglesia Católica tuvo un gran desarrollo y una poderosa influencia en diversas ramas del arte y en definitiva, en la sociedad. En el caso particular, la música mostró su aporte con respecto a lo religioso. Se le cantaba al Dios Altísimo, al Eterno, al Todopoderoso, al Omnisapiente, Omnipotente, Inefable, en fin, diversos títulos, ante una particular experiencia de Dios, que respondía limitadamente a la época. Las interpretaciones musicales colocaban su centro en la imagen del Dios de ese momento: lejano, impenetrable, inaccesible, intocable, total misterio centrado en su ser superior.


En este tiempo aparecen los cantos conocidos como: el Gloria, Aleluya, Santo, Cordero dando a conocer un sentido de reverencia, alabanza y adoración, centrando siempre la superioridad del “Misterio eterno: Dios”. En esta etapa histórica, aparece una clara exclusión del Dios-con-nosotros (Emmanuel). Se omite, radicalmente, la figura de la sencillez experimentada por Jesús, que nos revela al Dios celestial, haciéndolo más cercano. Los cantos de esta generación muestran una clara opción por revelar la grandeza del Eterno, más que su misericordia; enfatizan su poder, su gloria, su ser santo, olvidando las palabras del profeta: “No quiero holocaustos, quiero misericordia” (Oseas 6,6)


¿Será esto algo “malo”?, pues, creo que no se trata de eso, sino más bien, de responder a las necesidades, en este caso espirituales, de la feligresía. Uno de los rasgos culturales eclesiásticos más importantes, para este período de la historia, era el desarrollo de la liturgia en latín. Este elemento no permitía al pueblo entender con facilidad el significado de los ritos. Cantos y oraciones de la misa eran incomprensibles, existía una marcada distancia entre sacerdote y grey; mostrando así, siempre un rostro de Dios inaccesible, apartado de la realidad.


Posteriormente, a raíz del Concilio Vaticano II (1961 - 1965), se optó por renovar varios aspectos litúrgicos[1]. Se decidió entonar los cantos y recitar oraciones en las propias lenguas de los diversos países, sucediendo así, un curioso adoctrinamiento que permitió a la feligresía adoptar un estilo “universal y único” de creer en Dios. Los cantos matizaban el camino hacia una fe sin razón, sólo de masa. Ciertamente la fe no es un conjunto de normas, de leyes; más bien, es una experiencia que hace “sentir y gustar a Dios”, sin sensacionalismos, aunque veraz. Y es por ello, que la música, como canal de conexión entre el “Misterio y lo Real”, debe realizar su parte en el desarrollo de la sociedad y precisa hacerlo de manera responsable.


La edad media nos heredó una marcada visión del Dios lejano que todavía aparece en pleno siglo XXI, en nuestros ritos. Sea cual fuere la denominación cristiana: católicos, evangélicos, protestantes, etcétera, se escuchan cantos que enfatizan la gloria de Dios, como los “tracks” de Jesús Adrián Romero; que nos hablan de “la divinidad fuera de mi”. Un Marcos Witt y su destacada participación en la propulsión de una teo-economía; por su amplia y vasta venta de discos al público. Un Martín Valverde y su desesperada y ansiosa participación en el mundo juvenil, cantando “fuera de la realidad actual”, lucrándose a costa de sus fans, sin una incidencia social verdadera y medible, utilizando como método el sensacionalismo y la manipulación afectiva.


Ante toda esta diversidad de puntos antes expuestos, creo que sería bueno cuestionarnos: ¿Qué incidencia tiene en la sociedad una música “religiosa” desencarnada de su contexto? ¿Será necesario explicitar en los cantos la visión de un Dios más cercano? ¿Qué validez tiene la premisa “Dime lo que Cantas y Escuchas y te diré que Crees”? Dicen los eruditos populares (dichos del pueblo): “somos lo que hablamos”, es decir, nosotros develamos nuestro ser cuando nos expresamos ante los demás. Todo lo que somos lo concretamos ante el colectivo con una “diversidad de formas de expresión”. No sólo comunicamos con la palabra hablada, sino también con el cuerpo, la mirada, con nuestra simple presencia. Con respecto a la música, yo, como individuo creyente ante un colectivo, muestro mi “fe” en Dios con mis actitudes, con palabras y con mi “tonadilla”. En otras palabras, “mi fe la expreso con lo que canto”.


Si digo que Dios es mi refugio y fortaleza, ¿por qué exacerbar el miedo hacia lo desconocido y no depositar la confianza total en el “Padre”? Si mi boca confiesa que Dios es “mi Señor”, ¿por qué servir a otros “señores: dinero, placer, etc.” que, al final de cuentas, me apartan del Dios verdadero? Bien lo dice “el trovador de la misericordia”, Jesús: “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 24) Y es que existe una intrínseca relación entre vida y arte; ya que, el arte nace de la imperiosa necesidad de expresar la diversidad que posee la vida, de dar a conocer sus múltiples colores, sabores y texturas.


EL DIOS QUE CANTA DESDE EL ANDAMIO DE LAS NECESIDADES DE SUS HIJOS E HIJAS


A través de la experiencia eclesial de Latinoamérica, se ha observado un fenómeno distinto al de la Iglesia en épocas anteriores: la figura de Dios aparece cercana al pueblo y no fuera de él. Lo social se toma como parte esencial en la vida de la Iglesia. Después del Vaticano II, la Iglesia decidió renovar su opción por el pueblo, en su amplia gama de necesidades. Y es en este momento que la música figuró como “lumbrera”, como “la estrella de Belén” en el sendero, ya que motivaba y llevaba a la comprensión el deseo de hacer de Dios un compañero de camino, un “amigo”, más que “patrón”, un “hermano”, más que “Padre”.


Aparecen cantos como los de la Misa Salvadoreña, Misa Nicaragüense y Mesoamericana, mostrando el rostro de un Dios “trabajador”, “curtido por el sudor del día”, “clamando justicia al lado del pisoteado y pisoteada”. Como dato curioso, es en estos intentos de renuevo musical y eclesial donde se experimenta el despertar de la feligresía, ya que, estas canciones abonaban al “despertar de la fe crítica” y no a un “simple canto monódico al unísono”. La gente descubre que Dios no es un “ser lejano” y que su misterio ya no es impenetrable.


Lo constata accesible, posible entre toda posibilidad cercana, veraz y sobre todo, real. Curiosamente aparece el fenómeno del canto “teo-social” inclinando el mensaje a un cambio de estructuras, poniendo a Dios a “las alturas[1] de las necesidades del pueblo”. León Gieco, Guardabarranco, Yolocamba ita, Víctor Heredía, Mercedes Sosa, cantautores e intérpretes del género musical “nuevo canto latinoamericano”, muestran sus intentos por continuar el deseo de cambios tangibles dentro de la sociedad. Esta corriente musical se caracterizó por surgir de ambientes no religiosos, por salir de la misma gente consciente y crítica, que deseaba experimentar a Dios, desde la realidad, desde la misma vida.


Ha pasado tanto tiempo y, creo yo, que es necesario y urgente la explicitación de la acción de Dios, a través del arte, especialmente de la música. Dedicarnos a poner más a Dios a nuestro lado y no “arriba de” o “en las alturas”. Colocarlo en el andamio de nuestras prioridades y no en el a veces inaccesible cielo. Ponerlo a cantar junto a nuestras carencias y necesidades y no desde su poder y majestad. Un reto. Claro. Pero recuerdo que hace aproximadamente dos mil años vino alguien que nos recordó que Dios es cercano, accesible, en la medida en que las estructuras y nosotros no lo sigamos alejando.


A MODO DE CONCLUSIÓN:

Creo firmemente en el potencial que desborda la música, como método emancipador del pensamiento, la ideología, la fe. Cantarle a Dios es bueno, pero es mejor ponerlo a cantar a la par del pueblo.


La vida y el arte son como una pareja de amantes: si están juntos desbordan pasión, energía, locura, vida; si se separan, viene el desorden, el caos, el sin sentido, la muerte. Uno de los problemas que se deben evitar para futuro es dejar de divorciar a Dios de la vida, de la sociedad, del pueblo, de los gozos y esperanzas de la gente y, la música, como conexión entre el misterio y lo real, debe incluirlo para hacerlo más cercano y accesible.


[1] Propongo a entender que “alturas” se maneje como “deacuerdo a”.


[1] Este dato lo encontramos en la constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la litúrgia sagrada, No. 36 y 54

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