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jueves, 5 de febrero de 2015

Sobre la proclamación de Mons. Romero como Mártír (Juan Bautista)

La proclamación de Monseñor Oscar Romero, mártir in odium fidei por parte del Papa Francisco, no sorprende pero si cuestiona. La vida episcopal de Monseñor Romero estuvo marcada por ocasiones de encuentros frontales, a veces absurdos, con representantes de la jerarquía política y eclesial de El Salvador, incluyendo un Nuncio Apostólico. No es un triunfo sobre los otros, ni un acto de reparación moral o eclesial: leo esta proclamación de Monseñor Romero mártir, como un signo de comunión de la Iglesia con el sentir de su pueblo, especialmente el pueblo también mártir, también asesinado y también tratado injustamente... Como Monseñor Romero.

Y queriendo ser curioso, me planteo unas preguntas, algunas con respuestas seguras, otras con dudas, y alguna con otra pregunta escondida. 

 Mártir por odio a la fe, sí... Pero ¿Cuál fe? 


No podemos negar que las polarizaciones del siglo XX también tocaron lo interno de la Iglesia, y cada uno con un argumento elaborado -no juzguemos si bien o mal-, defendía una posición dentro de la misma estructura y sus opciones pastorales. Muchos de los que celebraron (porque es real e histórico que hubo gente que celebró el asesinato de Romero, tal como Herodes y Pilatos se juntaron para cenar después del asesinato de Jesús de Nazaret) era católicos practicantes. Gente “de fe”.

En su homilía del funeral del Padre Octavio Ortiz, asesinado por la Guardia Nacional mientras daba un retiro de iniciación cristiana, Monseñor Romero hacía referencia a las acusaciones que le hacía el presidente salvadoreño de turno en México, de “predicar política y alejarse de la doctrina oficial y la espiritualidad que otros sacerdotes sí predican”. Seguramente hablaba de sacerdotes “de fe”.

Mayo de 1979. En audiencia con Juan Pablo II, Monseñor Romero intenta explicar la tensión entre el pueblo y el gobierno, y cómo al estar a lado del pueblo, la Iglesia ha hecho parte en esta tensión. Le explica la persecución a la iglesia, que ya ha cobrado la vida de varios sacerdotes, muertos por la Guardia, acusados de ser guerrilleros. “¿Y acaso no lo eran?”, es la respuesta del Papa. “Usted debe esforzarse en una mejor relación con el gobierno. Una armonía entre la Iglesia y el gobierno es lo más necesario en este tiempo de crisis”. Es el sabio consejo del Papa, que contó más adelante, con pesadez y soledad en el rostro Monseñor Romero. Este fue el último encuentro del Romero con Juan Pablo II, hoy santo de la Iglesia por ser un modelo “de fe”.

San Agustín decía: “Martyrem non fecit pœna, sed causa”: es decir, no es la pena sino la causa lo que hace al mártir. La fe de Monseñor Romero, tal como la vivió, la profundizó y la practicó fue lo que al final de su vida le generó los amigos que tuvo, tiene y lo dicen con orgullo, y los enemigos que tuvo, tiene y hoy lo admiten con más o menos libertad. Odiaron su fe y las obras que su fe le llevó a realizar, tal como lo dice la Carta del apóstol Santiago. Y no solo la odiaron sino que prefirieron otra, menos convulsa, menos desafiante, más singularizada, personalista. 

Es tal vez esa “otra fe” que prefirieron los que mataron a Romero, uno de los grandes peligros que la Iglesia hoy vive en sus adentros, y que usualmente explota para hacer propaganda de una vida pastoral “activa” y preocupada. La invitación que hace el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium de preferir “una iglesia accidentada por salir, que una iglesia enferma por quedarse encerrada en sus adentros” es ciertamente una palabra profética para mirar con sinceridad de corazón cuál es la fe que vivimos y proclamamos, y cómo la vivimos y cómo la proclamamos.

Cada vez son más los grupos juveniles, ministerios, cofradías y demás que eligen barnizar la fe. Y como el barniz sirve para ocultar imperfecciones, la consecuencia lineal es un olvido pastoral por las personas, por sus condiciones de vida. Aunque en algunas pastorales juveniles y grupos eclesiales se cuentan con personas expertas en dinámicas de grupos, pocas veces esas actividades terminan aterrizando en la necesidad de “bajar de la cruz” -tal como lo dice Jon Sobrino- al pueblo crucificado. Le enseñamos a los jóvenes cómo trabajar en grupo sin darles un para qué verdaderamente sustancial y coherente con el evangelio. Sin desmeritar esas estrategias de evangelización que podrían resultar tan populares, vale la pena preguntarse cuál fe estamos p!romoviendo. 

Monseñor Romero fue asesinado por odio a la fe, lo ha decretado la Iglesia. Durante mucho tiempo el debate en la Congregación de la Causa de los Santos, una vez presentada la solicitud para la canonización de Monseñor Romero, estuvo centrado en si el contenido de sus homilías realmente transmitían la fe cristiana, y si el motivo de su asesinato fue, más que nada, político. El debate era ciertamente necesario, porque no se puede entender quién fue Romero sin conocer el contexto social en el que él fue. Al final lo que la Iglesia ha dicho con la promulgación es que lo que dijo Romero en sus homilías es lo que ha dicho la Iglesia en dos mil años, y si lo dice la I!glesia, es porque la ha inspirado el Espíritu de Jesús.

¿Qué decía Monseñor Romero en sus homilías? “Hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y el que no quiere dar por amor y por justicia social, se impone a que se lo arrebaten por la violencia (Homilía 6 de enero de 1980)”. “La Iglesia no puede callar ante las injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar (Homilía 24 de julio de 1977). “El pastor tiene que estar donde está el sufrimiento (Homilía 30 de octubre de 1977)”. “La religión no consiste en mucho rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque le hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios (Homilía 5 de febrero de 1978)”. “Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado (Homilía 24 de marzo d!e 1980). 

Esa fue la fe por la que le odiaron, le mataron y mataron a sus sacerdotes, catequistas y religiosas. Esa fue la fe por la que por mucho tiempo prohibieron su memoria en El Salvador, y que incluso dentro de la Iglesia mantuvo “bloqueado” el proceso de su beatificación. No era una fe en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino una fe en el Pueblo Santo de Dios, en el que se hace presente el mismo Jesús que lucha y se desgasta para que cada persona viva con dignidad y calidad de vida. Esa fe no admitía ensimismamiento, no admitía predicaciones sin testimonio, ni obras sin riesgos, mucho menos evangelizar sobre seguridades. Su palabra tuvo protestas con propuestas, y un constante volver a los Evangelios, a la palabra que Jesús tiene tanto para esas situaciones de injusticia que hoy son tan reales como en aquellos tiempo, como para la defensa de los que aún sin voz para levantar, siguen esperando en Dios para volver a alabarle, como dice e!l salmista.

La iglesia, el cura, el grupo, el movimiento que de la espalda a esta fe, le da la espalda al mismo Jesús, que fue fiel a su Padre, a su ministerio, a su fe, a sus convicciones. Porque ya hace falta decir, cada vez más alto y claro, que hay que pasar de ser cristianos de emociones a ser cristianos de convicciones, más aún cuando sabemos que por emociones hacemos y decimos en m!uchas ocasiones estupideces, y cuando actuamos por convicciones solemos hacer lo correcto. 

Mártir proclamado por la Iglesia, sí... Pero ¿Hacía falta proclamarlo?


Pedro Casaldáliga, obispo emérito de Mato Grosso en Brasil, en su libro “El vuelo del quétzal” cuenta que en una conversación con Jon Sobrino, mientras visitaban la tumba de Monseñor Romero, le decía: “tal vez es mejor que a nadie se le ocurra canonizar a Monseñor Romero, porque sería como pensar que la primera canonización no sirvió. Le harían una ofensa. Él es s!anto de un modo muy particular. Ya está canonizado. Por el pueblo. No hace falta nada más”. 

Es difícil creer en los procesos de una institución como la Congregación de la Causa de los Santos. Cada año, el 1 de noviembre en la Festividad de Todos los Santos, el sacerdote jesuita que trabaja en el Japón, Juan Masiá, inicia diciendo: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Interesante literatura, como la del escritor Kenneth Woodward, revela incluso algunos costos en los que se incurren para proclamar a alguien santo, como por ejemplo, los diez m!il dólares que vale el alquiler de la Plaza San Pedro para la ceremonia. 

Cuando se compara el proceso que siguió la causa de canonización de Juan Pablo II y Monseñor Romero, encontramos que ciertamente hay categorizaciones muy difíciles de ignorar. Uno, el primero, proveniente de la Europa Central, con una prominente carrera eclesiástica que comenzó desde muy joven, fue beatificado por uno de sus más fieles colaboradores en temas doctrinales (Benedicto XVI) haciendo uso de un recursos extraordinario, como lo es la dispensa de esperar 5 años del fallecimiento del candidato. En 2014 se realizó la canonización. Entre la muerte del Juan Pablo II y y su canonización solo hay una distancia de 9 años. Romero murió en marzo de 1980 y se tuvo que esperar hasta 1997 para concretar la posibilidad de abrir su causa de beatificación, y no ha sido sino hasta este 2015 que ésta se ve realizada. Entre la fecha de su muerte y su p!roclamación como mártir han pasado 35 años y tres Papas. 

Desde el principio no era descabellado intuir lo complicado y hasta tortuoso que podía llegar a ser para los proponentes abrir la causa de beatificación de Monseñor Romero. Monseñor Vincenzo Paglia, postulador de Monseñor Romero ante la Congregación de la Causa de los Santos, recibió un espaldarazo de Francisco cuando se le escuchó decir en su rueda de prensa al regreso de su visita a Corea del Sur que no había ningún impedimento para continuar, que no había nada en c!ontra de Romero, que era un hombre de Dios.

Volviendo la reflexión inicial, no está de más preguntar si realmente hacía falta completar este proceso, que mucho tiene de burocrático, llamado beatificación. La “fábrica de santos”, como es conocida la Congregación encargada, ha invertido más tiempo analizando los contra que sopesando los pro a favor de la figura de Romero, que lejos de pasar inadvertida, viene a convulsionar cristianamente las comodidades de los que estudian su vida y obra. A diferencia de ellos, de los cardenales y ministros de la Congregación, tal como lo definió Monseñor Paglia en su discurso del 25 aniversario del martirio de Romero, éste no era una analista, era un apasionado; su opción preferencial por los pobres no venía como postura nacida de un férreo estudio filosófico o político de la realidad, ni respondía a un discurso ideológico como muchos de los que se dieron entonces; con mucha más profundidad, su voz y su pastoreo perseguían únicamente el anhelo de seguir a Jesús. Y fueron esos pobres que eligió los que comenzaron a llamarle mártir y santo, horas después de su asesinato, obviando de hecho los duros procesos que la aristocracia católica reporta como apropiados para llamar a alguien con esos títulos. Desde hace mucho tiempo no pocos sacerdotes son los que le nombran durante la Plegaria Eucarística de sus misas, y no cuando nombran a los difuntos, sino cuando mencionan a los santos y mártires, “y cuántos v!ivieron en la amistad de Cristo a través de los tiempos”. 

Tan Iglesia son los que en el Vaticano estudian su causa, la promueven o la protestan, como los que en El Salvador y en toda América Latina utilizan su nombre para signar su movimiento, comité o agrupación; por lo tanto, y siguiendo la tradición del “vox populi” con la cual se nombraban los santos en las primeras comunidades cristianas, Monseñor Romero es todo lo que hoy el Vaticano dice que es, incluso mucho antes de que lo dijera, y sobretodo cuando no lo dijo o cuando algunos d!e sus miembros lo negó. 

Es posible que algunos de los que dudaron que los pies sobre los cuales se sostenía la figura emblemática de Monseñor Romero fueran lo suficientemente firmes para mantenerlo erguido “por fuerte que fueran los vientos”, como dice el cantante, hoy sientan que la firma del Papa Francisco a la proclamación del martirio de Monseñor Romero sea mas bien un acto reivindicatorio, como ha manifestado tan erróneamente el Arzobispo de Panamá al conocer la noticia de la pronta beatificación. Lejos de la necesidad de reivindicar, corregir o hacerle justicia a este obispo salvadoreño, vale más encontrar en este gesto un signo del deseo de la iglesia jerárquica de entrar en comunión con la iglesia peregrina, la iglesia pobre, la iglesia también mártir. Esta relación entre las jerarquías y las comunidades es vital que sea releída desde este signo de los tiempos, porque no se puede aspirar a crear procesos de evangelización que sean realmente cristianos y que sean realmente buena noticia, sin poner las cosas en su sitio: no se le puede pedir a los cristianos pobres que adopten estilos de vida basados en doctrinas, sino se le pide a l!os que adoctrinan que primero se dejen interpelar por los estilos de vida de los cristianos pobres.

La iglesia jerárquica debe entrar en comunión con el pueblo, no al revés. Y esa no es un posición teológica de pensadores tercermundistas, revolucionarios o contestatarios. Eso lo dice Jesús: el hombre no está hecho para la ley. Desde luego que, a la luz de estas reflexiones, resulta evidente que en ni en El Salvador ni en ningún país de Latinoamérica hace falta una proclamación oficial para decir que Monseñor Romero es santo. Desde que murió se le reconoce como tal, y obviamente no solo por cómo murió sino por cómo vivió, y al culminar este proceso algo tarde, da la sensación de que no es el pueblo ni las comunidades las más beneficiadas, ni que es Monseñor Romero el reivindicado, sino la misma la Iglesia: la que se equivocó cuando la Conferencia Episcopal de entonces le acusaba y le daba la espalda no solo a él sino al pueblo que sufría; la que fue indiferente a sus denuncias e intentos de lograr apoyo del Vaticano y de Juan Pablo II para detener las constantes masacres y violaciones a los derechos humanos de los que eran víctimas sus fieles salvadoreños; la que se opuso a que realizara una misa única por el asesinato del sacerdote jesuita y amigo Rutilio Grande, cobijándose en los incisos y numerales que el Derecho Canónico contiene; la que hizo lobby para quitar fuerza a la postulación que hizo el Parlamento Británico de Romero al Premio Nobel de la Paz, y que en su lugar fortaleció la de una religiosa políticamente más dócil; la que dilató su proceso de beatificación por considerar que en vida había más contenido político que teológico, sabiendo que en el fondo existía un terrible temor a ser interpelados por un obispo que puso la mano en el arado y no miró atrás, ni siquiera un instante.

Hoy Romero le está haciendo justicia a la Iglesia, hoy Romero está abriendo las puertas y ventanas para que en el futuro sean más los que puedan encontrar, no en él sino en Jesús, el valor y la firmeza que también Josué tuvo para guiar a los israelitas a la Tierra Prometida.

Y vale la pena decir una cosa más: si ha sido proclamado es porque para alguien hacía falta hacerlo. No creo que nadie se oponga a esto, al menos no en público. Cada vez que un santo se fabrica existe la tentación de querer mitificarlo y sacarle el mayor provecho posible: en estampitas, en peregrinaciones, en estatuillas, con novenas, con libros con su vida, obra y milagros, y quién sabe, también en películas con algún artista renombrado. Algo sobre lo que vale la pena detenerse a reflexionar es que al haber sido declarado Romero mártir, no se necesita la c!ertificación de milagros realizados para continuar con el proceso de beatificación. 

Dicho de otra manera: Romero no necesita pasar encima de la naturaleza, ni ser utilizado como conjuro para recibir el culto apropiado. Romero, pues, seguirá siendo un hombre ordinario, sincero y sencillo, coherente y sensato, rezador y fotogénico. Es tal vez lo más bello que hay en todo el proceso: que Romero llegue a los altares siendo como es, un hombre auténtico, apegado al Evangelio y que eligió a los pobres, los defendió y con ellos quiso su suerte echar. Tal vez sin milagros Juan Pablo II no hubiese llegado a los altares, y menos si al investigarle profundamente se hubiesen vislumbrado indicios, por más mínimos que fueran, de su protección a sacerdotes acusados de pedofilia o de financiamientos a grupos como Solidaridad en Polonia o la Contra nicaragüense. Al no necesitar milagros para ser declarado santo, Romero no se posiciona superior a ninguno que sí; la dinámica no es vertical, sino horizontal. Lo coloca más cerca de los que, al igual que él, tal vez sin tanta prensa, tal vez en otro contexto histórico, tal vez enarbolando otra causa, siguen siendo leales a Cristo y al Evangelio manteniendo su fidelidad a sus convicciones y a los pobres y excluidos por el mundo. 

Pasará el tiempo y nos quedará sin responder la pregunta de si hacía falta que llegara Francisco, proveniente de las periferias latinoamericanas y de una orden religiosa que se mantuvo particularmente cercana a Romero, para alcanzar su beatificación. Lo cierto es que ahora más que otras veces, se va sintiendo más próxima esa Iglesia pobre para los pobres, incluso en las personas que toma como modelos para presentarlo a sus fieles. Lo cierto es que aunque Romero viene a ser la voz de los sin voz, de los pobres pues, tiene mucho más que decirle a los que ocupan altos cargos que a los mismos pobres. Lo genial de Romero y el origen de su gran vínculo y aceptación con los clases populares no está en que era un gran líder para ellos o simplemente porque era cura: resulta que Romero les vio, les escuchó y ellos, los pobres (perdonen que los mencione tanto) no eran invisibles para él, que era la jerarquía más alta de la iglesia salvadoreña por esos días. La figura de Romero tiene más de ejemplo y modelo para los obispos y sacerdotes: sobretodo para aquellos que a través del miedo imponen y deciden lo que más le conviene a ellos, para luego decir que es lo que más le conviene a la iglesia; para aquellos que han abandonado a su clero y de pastor solo tienen el báculo para celebrar misas y novenas; para aquellos que anteponen la diplomacia al derecho a la verdad, y que no denuncian lo que hiere la dignidad de su pueblo por temor a perder privilegios y favores de gobiernos que se hacen llamar amigos; para aquellos que se resisten a consultar sus opciones y prioridades, y no escuchan más que los ecos de sus propias voces, dejando en el olvido el clamor de aquellos hombres y mujeres que también forman parte de la Iglesia y son los que de hecho la hacen moverse, en el silencio y la soledad. Para todos ellos Romero tiene una palabra, y también para los políticos, los empresarios, los a!dinerados, los que eligen la violencia para resistir.

Tal vez sí hacía falta proclamarlo, y con esto ya se logre colocar visiblemente lo que en realidad el p!ueblo espera de sus pastores. No alguien que los gobierne, sino que les acompañe. 

Mártir del siglo XX, sí... Pero ¿Y eso qué le dice a los jóvenes?


En el 2012 el Ministerio de Turismo de El Salvador inició el city tour Ruta Monseñor Romero. Este tour de 6 horas inicia por el Centro Monseñor Romero y Museo de Mártires, en la Universidad Centroamericana, que incluye la Sala de Mártires, Capilla y el Jardín de las Rosas. Se continúa a la Catedral de San Salvador, donde se encuentran los restos de Monseñor Romero. Luego, continúa al Museo de la Palabra y la Imagen, para ver la exhibición de fotografías personales de Monseñor Romero. Prosigue al Centro Histórico Monseñor Romero, dentro del Hospital Divina Providencia, recorriendo la casa en la cual vivió Monseñor y la Capilla donde ocurrió su muerte. Esta información que facilita el sitio web del Ministerio de Turismo resulta llamativa para aquellos v!isitantes que encuentran en El Salvador un destino atractivo.

La Abadía de Westminster en Londres, cuya construcción comenzó en 1245, es el sitio en el que se coronan los reyes ingleses y es la sede la Iglesia Anglicana, una de las más representativas iglesias protestantes históricas. Enterrados en esta abatía yacen Isaac Newton (físico a quien se atribuye el descubrimiento de la ley de la gravitación universal), Charles Dickens (novelista autor de Oliver Twist y David Copperfield), Charles Darwin (el genial biólogo padre de la teoría de la evolución), y Alexander Pope, uno de los personajes nombrados en la saga de Dan Brown, El Código DaVinci. Queriendo honrar a las 10 personalidades cristianas más ejemplares del siglo XX, fueron colocadas sus imágenes en la fachada de la abadía: se encuentra Martin Luther King (defensor de los derechos de los negros), Maximiliano Kolbe (franciscano prisionero de un campo nazi que se cambió de lugar para ser ejecutado reemplazando a un padre de familia), Bonhoffer (pastor luterano asesinado por los nazis), la duquesa Elizabeth (santa de la Iglesia Ortodoxa R!usa, asesinada por los bolcheviques), entre otros. También está Monseñor Romero.

Las Naciones Unidas, inspirándose en la fecha del asesinato de Oscar Romero, ha dedicado el 24 de marzo como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Este día se utiliza para reconocer en particular la importante y valiosa labor y los valores de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, de El Salvador, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos en su país, labor que fue reconocida internacionalmente a través de sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado, que en definitiva le costaron la vida e!l 24 de marzo de 1980.

Sucesivamente, y con la proclamación de mártir tal vez aumentarán en número, han ido en escalada los distintos reconocimientos que se dan a Monseñor Romero, o las acciones que encuentran en él la solidez moral para ejecutarse. Y está bien, sobretodo porque, como dice Rubén Blades, todos vuelven por la vía del recuerdo. Nada hay más real que el hecho de que lo único que queda de nosotros es el bien que nos decidimos hacer por los demás. De Monseñor queda mucho bien, que brota siempre con fuerza de sus palabras, de sus decisiones, de los recuerdos que han permanecido vivos en los que le conocieron. Cuando conversé en 2009 con María López Vigil, autora de Piezas para un Retrato -en mi modesta opinión, el libro más hermoso y humano que se ha escrito de Romero-, me comentaba que una de las razones que le llevó a hilar las historias de Romero como un curioso collar de historias, era el hecho que nosotros no solo somos lo que somos y lo que hacemos, sino también lo que dicen las otras personas que somos. Y así, con una cantidad de historias entretejidas en el dramático contexto sociopolítico de l!a época, se confeccionó ese libro que bien ha debido merecer algunos premios.

Escribo y pienso desde Panamá, un país centroamericano que no termina de aceptar que lo es, atravesado por un Canal que durante ya 100 años ha sido el vértice desde el que se han trazado las líneas económicas y políticas que lo definen. Panamá ha sido un país particularmente inestable, pero cuyas únicas dos guerras no pueden compararse con los conflictos armados, realmente devastadores que han sufrido otras latitudes del Continente. La Guerra de Coto en 1921, que definió los límites entre Panamá y Costa Rica fue finalizada por la intervención de Estados Unidos, y la Guerra de los Mil Días, ni siquiera era nuestra guerra y mucho menos duró mil días (duró mil ciento treinta días). Lejos está del subconsciente panameño los alcances psicológicos, económicos, sociales y espirituales que tienen las guerras, a diferencia del pueblo salvadoreño, la patria de Oscar Romero. Ciertamente se vivió una invasión en 1989 por parte del ejército norteamericano para la detención de un pseudodictador que cometió atropellos, pero hay un hecho indiscutible: en El Salvador murieron durante la Guerra Civil (1981-1992) al menos 75 mil personas. En Panamá la Comisión de la Verdad documentó 110 casos entre muertes y desapariciones.

El Salvador contabiliza en más de 20 los religiosos asesinados (pueden ser todavía muchos más); en Panamá solo contamos 2. El Salvador, con una población en aquel entonces de poco más de 5 millones de habitantes, ocupa poco más de la superficie de las provincias de Bocas del Toro, Chiriquí y la Comarca Ngöbe-Buglé, y Panamá tiene actualmente 8 provincias y 2 comarcas más. No soy un experto en historia e identidad salvadoreña, pero sé lo suficiente de mi país y de mi carrera universitaria como para saber que en la psicología del panameño no hay lo que posiblemente sí hay en la del salvadoreño, después de 10 años de g!uerra civil. Si a los jóvenes salvadoreños la imagen de Monseñor Romero les habla más de un tiempo pasado y que es preferible olvidar, y en un lenguaje que solo se comprende a cabalidad en su respectivo encuadre histórico, a los jóvenes panameños les dice nada o casi nada. ¿Por qué? Muy seguramente es la consecuencia de vetar oficialmente su memoria por más de 30 años y también tiene que ver con esa teoría absurda de que mirar con visión analítica y reflexiva esos años de tempestades e inestabilidad abre “viejas heridas”. La mayoría de las veces eso no lo dicen “los heridos”, quienes reclaman lo que tienen: memoria. La mayoría de las veces esa es la c!oartada perfecta de los “hirientes”, que defienden lo que prefieren: olvido. 

Los reconocimientos que se hacen y que se hagan a Romero, vengan de las Naciones Unidas, la Iglesia Anglicana o el Ministerio de Turismo, o del mismo Vaticano, darán fruto abundante si son capaces de echar luz sobre las sombras en las que se mueven los jóvenes latinoamericanos, que cada vez más reclaman frente de a ellos, especialmente dentro de la Iglesia, figuras de liderazgo real, con capacidad de desafío por su propia coherencia entre lo que formulan en público y lo que deciden en privado, manteniendo la autenticidad y la cercanía con los que más lo necesitan, y e!ncontrando en el Evangelio su motor de acción. 

Los tiempos en los que vivió Romero eran en definitiva tiempos de miedo y decisiones, y son muchos los testimonios de jóvenes seminaristas que por esos días solicitaban la admisión en las diferentes congregaciones religiosas y o en el Seminario San José de la Montaña de San Salvador. No se puede negar que no fueron pocos los jóvenes que se miraron en el espejo de Monseñor Romero, quien en 1977, con 60 años encima, tomó su bastón de pastor para guiar a la iglesia salvadoreña en lo que sería el preámbulo de los peores años de la guerra, pero sin traicionar una sola de sus convicciones. Los ideales, que para muchos y muchas eran la única propiedad sobre la que tenían capacidad de decisión, eran defendidos a costo de sangre y dolor, que es también el costo que pagan las madres al parir, y pocos pueden ejemplificar a la juventud esa realidad tan bien como Romero. Y eso, en nuestro mal llevado siglo XXI, es reclamado por los jóvenes. 

Si hacemos el ejercicio de mirar en cuántos currículos educativos de religión de los colegios católicos (por no exigirle tanto a los que pertenecen al Estado, por aquello de la educación laica, aunque esa materia sigue vigente en muchos de ellos) aparece su nombre; si intentamos hacer una breve encuesta en esas mismas escuelas de cuántos de los estudiantes de hoy conocen el nombre de Romero, y aún más, los que le conocen con qué conceptos le asocian (revolucionario, izquierdista, etc.); si enumeramos las calles, parques, edificios, agrupaciones que llevan su nombre; si en las iglesias consultamos a los sacerdotes sobre la figura de Romero, los documentos que escribió o la coyuntura sobre la cual realizaba sus declaraciones. Si convertimos todas estas iniciativas en un estudio sistemático que bien valdría la pena, resultará desconcertante lo que podemos descubrir. Todo el mundo tiene una opinión sobre el tema Romero, adultos y jóvenes, pero poco sostienen sus opiniones en datos reales. 

Tenemos, entonces, un mártir de la Iglesia Católica del que conocemos nada más que los datos mediáticos y que, por lo tanto, lejos de brindarnos un esquema de cómo ser mejores cristianos, nos lleva a caer en el error que fue un santo de “un tiempo que pasó”. Y los jóvenes siguen desconociendo una figura que bien podría enseñarles a transitar por la vía de la indecisión y la inestabilidad, tan propia de su etapa. ¿Por qué creo que Romero es una figura providencial que corre el riesgo de desperdiciarse, mientras no sobrepase ese anclaje del tiempo de la guerra? Porque es lo que sucede con todo lo que se asocia a períodos negativos, porque nuestro cerebro primitivo activa sus mecanismos de defensa frente a mensajes e imágenes que transmiten dolor, sea pasado o futuro; esta es la razón por la cual, por más pulmones negros que coloquen en las cajetillas de fumar, la gente no dejará de hacerlo. Nuestro cerebro ignora esos mensajes tan agresivos. Por eso también, por más que en el mundo de hoy el Estado Islámico queme vivo a un soldado de Jordania, decapite periodistas estadounidenses y asesine a misioneros japoneses, seguiremos ignorando un signo tan alarmante y doloroso, de barbarie y brutalidad. Estoy seguro que si mandaran un mensaje por Whatsapp o Facebook a un presidente o a un empresario, tendrían mayor atención o efectividad en sus demandas. 

Considero que, tal como están planteadas las necesidades de la juventud en este siglo, Romero enseñaría particularmente 3 cosas: el valor de la inseguridad para fortalecer las convicciones, la sensibilidad que nos hace cercanos a quienes queremos y la búsqueda implacable y sencilla de un sentido en la vida. Podrían ser más o podrían ser las mismas planteadas de una forma distinta. A mi juicio la vida de Romero se entiende mejor captando la fragilidad de su humanidad en sus inseguridades, su permanente presencia en medio de aquellos más afectados por las injusticias de su tiempo y sus debates internos, muy pocas veces exteriorizados, sobre el sentido de su vida. Justamente, si le pedimos a un joven que todas las noches por un período de tiempo nos describa sistemáticamente su vida, serían los tres elementos sobre los que redundaría. 

¿Era Romero una persona insegura? Pues antes de definirle como inseguro, ciertamente la cuota de sufrimiento, de soledad por sus opciones fue grande, aunque consuelo existía con las amistades sinceras y leales de las que se iba rodeando. La inseguridad venía del tiempo que se respiraba. La guerra no había estallado y este sufriente obispo usaba sus manos para balancear de un lado a otro un país que se caía a pedazos en el espiral creciente de violencia. Los jóvenes padecen la inseguridad como un defecto, y si ésta lo fuera, sería tal vez el defecto del que más partido sacó Romero. Cuando el Nuncio Apostólico de su tiempo y su respectivo secretario le increparon por la decisión de la Misa Única en recordatorio de Rutilio Grande, cuentan que fue al Santísimo a recibir confirmación de su decisión. Y la mantuvo. Creo yo que con temor, creo yo que con escrúpulos, porque me da la sensación que era su modo de ser, pero cuando un joven mire a una figura de referencia como Romero, frágil e inseguro, pero a su vez capaz de mantener sus d!ecisiones porque las sustenta en su conciencia y no en su emoción, es mucho lo que aprenderá. 

¿Era Romero un obispo cercano con su pueblo, feligreses y clero? Sabemos hoy que toda figura de autoridad genera ansiedad, y más cuando hay asuntos no resueltos en el seno familiar. Sabemos también que el estilo cercano no era, de hecho, el estilo de inicial de Romero, y las referencias están de su período como Obispo Auxiliar y Obispo de Santiago de María. Sin embargo, el viraje que muchos aducen que realizó se intuye que lo hizo por la urgencia del momento, y permaneció fiel y constante a esa última opción de su vida: permanecer a lado de quienes eran las víctimas reales de un sistema de gobierno que sin diálogo y sin justicia pretendía mantener la paz en el país. Un joven que se deja interpelar por este hecho, encuentra en el hoy mártir un figura que no olvida y menos ignora el dolor de quienes están cerca: el joven desertor escolar, la que es víctima de la trata, el que es utilizado como distribuidor de drogas, la que sufre algún tipo de acoso en su entorno escolar. El dolor no tiene matices cuando no es físico y cada uno expresa su dolor como puede. Los jóvenes entienden de esto: los que se han enamorado y poco tiempo después se han desilusionado; los que son excluidos por dificultades de lenguaje, por ser menos sociables o por discapacidades físicas; los que no están acostumbrados a expresar sus emociones y mucho menos sus opiniones. Todos ellos encuentran en Romero compañía y el resto encuentra en Romero la capacidad de acompañar, con empatía, sin juicios. Y esa capacidad de compañía era no solo por los aplicada a los fieles sino a su clero, al que no abandonó ni dejó solo e!n un tiempo en el que defender a otros era poner en riesgo la propia vida. 

¿Era Romero un hombre afectado las dudas acerca del sentido de su misión y el rumbo de su ministerio? Aparte de sus densas homilías que fueron nutridamente aplaudidas dentro de la Catedral de San Salvador durante muchos domingos, aparte de sus cartas pastorales y pronunciamientos cargados de sugerentes reflexiones sobre la realidad y el papel de la Iglesia y los bautizados en medio de ella, nos quedan las palabras de su diario que muestra una visión de su intimidad, que encaja a la perfección con el hombre que salía en público. Si algo tenía Romero era que andaba sin máscaras, daba el pecho a los problemas y era fácilmente expresivo. Ricardo Urioste en Piezas para un Retrato cuenta cómo Monseñor una mañana les suplicó que le dijeran si estaba equivocado en su actuación, con lágrimas en los ojos. De cosas similares hablan los jóvenes únicamente con aquellos que sienten que valorarán sus pensamientos, y es delicado cuando en lugar de ser compañero de ese camino errático que puede ser la búsqueda de sentido alguien se convierte en juez o docente. Ya bien ha sustentado Víktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, el poder que ejerce en la vida de las personas esta búsqueda, y Romero viene también a mostrarle a los jóvenes que esta búsqueda no está exenta de conflictos, de soledades y de elecciones con sus respectivas renuncias. No se puede ser coherente por costumbre ni por obligación, sino porque se ha encontrado dentro de la propia conciencia una voz lo suficientemente audible como para dejarse guiar por ella y elegir lo que ésta le anima. Nada hay mejor para los jóvenes que esto: encontrarse y dejarse seducir por el Dios que fue capaz de doblar el tronco de un obispo sexagenario, con un conjunto de creencias ya establecidas. No es fácil a esa altura del partido cuestionar el “para qué” de una existencia, y eso también tienen que aprenderlo los jóvenes: algunas veces tardes, otras veces más temprano, pero siempre la vida n!os interpela en la realidad que nos rodea, y pone a prueba nuestras fidelidades. 

Los jóvenes de hoy han heredado un sistema educativo mediocre y utilitario, una falsa democracia que consiste únicamente en contar votos y no en tomar en cuenta a los votantes, una religión que en algunos casos (subrayo algunos, para no generalizar) da más importancia a la liturgia que al encuentro, una economía que solo se sostendrá si mantiene el ritmo de consumismo bestial de las personas y la constante especulación, y mucho de esta herencia, no es que tenga su raíz en la turbulencia de la Guerra Fría del siglo pasado, pero se entiende mejor considerando todo ese panorama. Algo que hacía con lucidez Romero era contemplar los acontecimientos, lo que pasa en el mundo, como sugiere San Ignacio hacer durante los Ejercicios Espirituales en la contemplación de la Encarnación. Y algo que cada vez se echa más de menos es esta habilidad, incluso en el mundo del periodismo, tan plagado de notas sin seguimiento y noticias s!ensacionalistas que despiertan morbo y no deseo de reflexión.

Romero no es mudo ni para la sociedad de hoy ni para los jóvenes que en ella se mueven, y la Iglesia tiene que aprovechar esta coyuntura para promover su imagen, para estudiar su historia y superar prejuicios de tiempos poco comprendidos por las nuevas generaciones, porque no se comprende lo que no se conoce. Es verdad que no vemos el mundo tal como es, sino que vemos el mundo tal como somos, pero no deja de ser menos verdad que eso que somos se puede ir modificando, tal vez mejorando, como lo hizo Romero en sus años maduros, y como lo pueden hacer los jóvenes, una vez introyecten y se encuentre con la figura de este hombre tan i!ncreíblemente cercano. 

Mártir fiel al Evangelio... Pero ¿Y ahora qué?


El monumento fúnebre de Romero realizado por el artista italiano Paolo Borghi, representa a Monseñor Romero que duerme el sueño de los justos entre 4 ángeles, que simbolizan los 4 evangelistas. Ellos cubren el cuerpo de Romero con el lienzo de la Palabra de Dios, como para indicar la fidelidad de Romero al Evangelio hasta dejarse plasmar por él. Fidelidad que lo ha unido a la cruz de Cristo, gravada sobre su pecho. En el centro de la cruz incide una piedra de jaspe, la piedra con la cual -según el Apocalipsis- es edificada la Jerusalén del cielo. Se quiere significar que con su muerte aceptada por amor de Jesús, Monseñor Romero ganó la victoria sobre la muerte: en ella estaba la semilla de la inmortalidad concedida a los discípulos que aman el Señor y los hermanos hasta el final. Esto lo explicó Monseñor Vincenzo Paglia en un discurso bellamente f!ormulado hace casi 10 años atrás. 

Hoy, con la esperanza encendida de una iglesia que se dinamiza hacia las periferias y que hace notar con mayor resalto a los que desde hace mucho la han precedido en esa ruta, Romero se sale de esas expresiones artísticas para sudar con el pueblo y llorar con él. También para luchar, para enseñar, para seguir hablando por aquellos que encuentran eco en sus palabras. Las luchas terminadas y las conquistas ya obtenidas dejan siempre en sus protagonistas una sensación de nostalgia, de confusión. El norte que la brújula señala sirve siempre para seguir caminando, y aún cuando sabemos que no se han dado todos los pasos necesarios para culminar esa burocracia de los santos establecida en el Vaticano, estamos cada vez más cerca de notar que la canonización tan deseada será prontamente una realidad. Una vez eso ocurra, no sabemos en cuanto tiempo, ¿Qué pasará? ¿Qué habrá que hacer después? Sí, se logrará elevar a los altares alguien digno d!e admiración e imitación. ¿Y ahora qué?

Ignacio Ellacuría, también mártir en El Salvador, decía que “la verdad de la realidad no es lo ya hecho; eso es sólo una parte de la realidad. Si no nos volvemos a lo que está haciéndose y a lo q!ue está por hacer, se nos escapa la verdad de la realidad”. Y aún queda mucho por hacer:

-Falta que la Iglesia se convierta como dicen muchos que se convirtió Romero, y vuelva sus pasos hacia aquellos entre los que nació y que Jesús llamó bienaventurados.

 -Falta que las jerarquías entiendan la diferencia entre poder y autoridad, tal como lo hizo Romero, y sepan ponerse de lado de aquellos que han sufrido y han sido víctimas del abuso de poder, ejercido incluso por algunos miembros de la Iglesia: mujeres, niños, divorciados, pobres, sacerdotes silenciados. 

-Falta que los obispos entiendan que no se puede ser servidor de Dios sin escandalizarse por las decisiones ilógicas de los gobiernos, y mucho menos huir de esa tarea que Romero acuerpó, no sin temor, de denunciar los hechos denunciables, sin hacer juicios morales de quién es bueno o malo, porque separar el trigo de la cizaña es asunto del sembrador, pero observando con objetividad y sentido común lo que es justo e injusto, lo que hacen que promueve el bien común, lo que le va poniendo esquinas a la exclusión. 

-Falta que las Curias no le den la espalda a los proyectos que son gestados en las comunidades y que persiguen un mayor respeto por los derechos de las personas, especialmente de los que han sido históricamente ignorados, como supo hacer Romero, y desafiar a los que entienden el cristianismo como religión de superación personal y se alejan del compromiso que implica la salvación colectiva. 

-Falta que los sacerdotes y religiosos vean el rostro de Dios en los pobres y se dejen cuestionar por ellos, y no simplemente tomarles como proyectos sociales para recaudar fondos y justificar superficialmente un carisma; esa pobreza debe llevarse también a la propia vida, tal como lo la llevó el austero y siempre sencillo arzobispo Romero. 

En Panamá, mi patria, mi tierra, pocas son las iglesia y sacerdotes que el 24 de marzo ofrecen eucaristía por Monseñor Romero. En los años del conflicto armado un grupo de salvadoreños exiliados se asentó en Panamá, en las montañas de Coclesito, provincia de Coclé, y fundaron una comunidad a la que pusieron por nombre Romero. En el 2012 en las inmediaciones de la Cinta Costera, esa obra del expresidente Martinelli que costó al erario panameño B/. 1,117.1 millones con un sobrecosto del 84.3% del precio original según datos del Ministerio de Obras Públicas, se develó un modesto busto a Monseñor Romero. En medio de una obra que fue blanco de corrupción como lo fue la Cinta Costera, Romero tiene un espacio para decir que mientras haya m!emoria habrá esperanza, y que aunque de esperanza no se vive, sin ella no vale la pena vivir.

Aquí en el Istmo la voz de Romero necesita ser escuchada y su vida conocida, la jerarquía panameña necesita encontrar su reflejo en el rostro de ese hombre que en el ocaso de su vida supo maniobrar el rumbo de un barco enorme que navegaba sobre las tempestades de las revoluciones ideológicas y políticas que envolvió y cegó la vida de tanta gente, en su inmensa mayoría inocente y ajena a ellas. Dios puso contra la pared a Romero, y éste supo elegir el lado de la Historia, con mayúscula, que le consagraría como profeta, pastor y mártir por la eternidad, siendo en adelante digno representante de aquellos que estarán siempre en medio de nosotros, c!omo dijo Jesús de Nazaret. 

Estuve en El Salvador hace algunos años, y al pie del altar sobre el que celebró una Eucaristía que no terminó nunca, según el rito canónico, pero que consumó a sangre y fuego con su propia vida, coloqué una ofrenda en nombre de aquellos y aquellas que aún no saben quién fue Romero. Algo que agradecer a la proclamación del Papa Francisco y la Iglesia es que tal vez ahora se logre desempolvar el retrato en blanco y negro de ese obispo, cuyo testimonio de vida no ha caducado como han caducado los partidos, ideologías y discursos de entonces. Y permanece porque no se edificó sobre arena, como lo hace un hombre testarudo que pone su confianza en sus fuerzas y bienes, sino sobre la roca firme que es el amor de un Dios que se conmueve y permanece p!resente en el andar de su pueblo. 

Lo que viene será más que el rito de beatificación, irá mucho más allá de consagrar una parroquia con el nombre del que algún día será un nuevo santo en el santoral de la Iglesia. Lo que viene es la misión de mantener fresco y siempre libre el mensaje y el rostro de un sacerdote verdaderamente auténtico. Oscar Romero, mártir por odio a la fe en el Dios de los pobre, tiene que llegar a los jóvenes, en las catequesis, en los grupos de oración, en los movimiento eclesiales, para que ellos con sus fuerzas nuevas no solo empujen el anda con su imagen durante un procesión, sino que asuman los riesgos y anhelos que apretaban su corazón. No solo en El Salvador, donde su memoria late con mucho más vigor, sino también en las latitudes donde t!ambién ha hecho falta un obispo de ese calibre. 

Mientras eso pasa, mientras hacemos que eso pase, ojalá que el Espíritu que ha hecho a la Iglesia reivindicarse y reconocer a Romero como mártir oficial, despierte también los sentidos a los tantos y tantos mártires de hoy, obispos, sacerdotes y laicos, mujeres y varones, que siguen siendo perseguidos y odiados por su fe. Ellos recibirán también de Romero su compañía y él, Romero, le hablará a Dios de ellos, como lo ha hecho desde que aquel 24 de marzo de 1980 regresó a donde siempre estuvo: al corazón de Dios. Asistiremos a las misas para acompañar a la Iglesia, sabiendo para nuestros adentros, lo que hace mucho tiempo ya dijo Pedro Casaldáliga en su hermoso poema “San Romero de América”: el pueblo ya lo ha hecho santo.
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martes, 3 de febrero de 2015

“Las habladurías” de Heidegger (Vladimir Valladares)

Siempre resulta sorprendente cómo en la historia de la humanidad aparecen ciertos pensadores con una lucidez tal para captar la realidad, que sus enunciados son capaces de transcender los límites temporales que nos separan de ellos, y seguir tan vigentes como cuando fueron dichos - o escritos - por primera vez.

Tal es el caso de Martin Heidegger (1898 -1976), filósofo alemán, considerado por muchos como el más importante de los pensadores occidentales del s. XX. Y del que todavía se sigue hablando en multiplicidad de congresos al rededor del mundo[1].

Heidegger escribió un libro titulado “Ser y Tiempo” (1927[2]), en el cual hace notar cómo en la actualidad la pregunta por el ser “no nos deja perplejos” y la damos por sentada, razón por la que pretende, como él mismo dice en la introducción:
“…despertar nuevamente una comprensión para el sentido de esta pregunta. La elaboración concreta de la pregunta por el sentido del “ser” es el propósito del presente tratado. La interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad para toda comprensión del ser en general, es su meta provisional.” [3]
Es evidente que para Heidegger resulta desconcertante el hecho de que la respuesta a lo que es el ser resulte para sus contemporáneos, incluso filósofos, una cuestión obvia; tan obvia que nadie sabe realmente que se “quiere expresar cuando se dice ser”. No hay peor dogmática que esta: aquella que hace que ya no nos preguntemos por el sentido de la cosas.

Mi objetivo en este escrito no es desarrollar ni todos, ni ampliamente los conceptos de “Ser y Tiempo.” Mi intención es mucho más simple y humilde: descubrir si algunos de los postulados del referido escrito, pueden ser una llamada de atención al modo de vivir que los medios de comunicación -en general- y las redes sociales -en particular-, a través de la publicidad, están implementando en la sociedad actual.

Para este propósito daré los siguientes pasos:
  • Rápida aproximiación a Ser y Tiempo, resaltando los conceptos que nos interesan.
  • Explicitar en qué consiste la existencia inauténtica.
  • Aplicación los conceptos.

  1. Comprendiendo a Heidegger


Como es obvio, lo primero que tenemos que hacer es acercarnos, en la medida de lo posible, a los tópicos que nos interesan expresados en “Ser y Tiempo”. Para ello, me valdré de dos recursos:
  • Por un lado, de la exposición-resumen realizada por el filósofo argentino Pablo Feinmann, en la segunda temporada de la serie Filosofía aquí y ahora, cuyos enlaces dejo en las notas al pie.
  • Y por otro, las referencias del libro mismo, citado en la nota 2.
 A manera de sumario, podemos resumir:

Después de exponer en todo el capítulo I “la necesidad de la primacía por la pregunta por el ser”, Heidegger termina asociando el ente o el Dasein -como él lo llamará en alemán y como le diremos de acá en adelante- con el ser humano, debido a que este, entre los entes, es el único que posee como característica el comprenderse a sí mismo, y esa comprensión de sí en “relación con” es a lo que Heidegger llama: existencia[4].

Es decir, el Dasein, es “el- ser-ahí”, ese ser-en-el-mundo, que se encuentra, en su existencia, arrojado hacía sus posibles, y estos posibles le constituyen como realidad.

Entre todos sus posibles, sigue Heidegger, existe una posibilidad que las envuelve a todas y que está presente en todas, y esta es la posibilidad de morir. Por lo tanto, la muerte es la posibilidad de todas las posibilidades, o dicho de otra forma, es la posibilidad que las imposibilita a todas.

Frente a la posibilidad de la muerte, el Dasein experimenta una profunda angustia, debido a que aquella acaba con la existencia del-ser-ahí. Lo hace pasar de un ser a un no-ser. Y no hay nada más angustiante para un ser humano que la terrible inexistencia.

Esta angustia, que es miedo -esto lo digo rápido pero Heidegger hará todo un análisis ontológico al respecto de ambos conceptos[5]- hace que el Dasein, busque, como una alternativa, alguna forma de huir de esa realidad que le imposibilita como ser y se mezcle con lo uno (Das man[6]), que es ese ser en-sí-mismado, cotidiano y disperso que le aterra tanto la vida como existencia-para-la-muerte, que prefiere vivir embebido en “la habladuría” de lo cotidiano que no hace más que "cortar las relaciones primarias, originarias y genuinas con el mundo, con la coexistencia y con el propio estar‐en.” [7] Es un ser fuera del mundo aun cuando sigue estando-en-en-el-mundo.

Esta no aceptación de la propia existencia-para-la muerte y vivir de espaldas a ella, es a lo que Heidegger llamará “existencia inauténtica”[8]. Y con la llegada de este nuevo concepto, llegamos también a los umbrales de nuestra segunda parte.

2. El fomento de la “existencia inauténtica" por la publicidad.


El Dasein que vive en estado de negación de su ser-para-la-muerte, será denominado por Heidegger como un ser inauténtico; debido a que este vive en modo de pasividad y condicionado desde afuera, desde lo que el medio (lo uno) dicta, inmerso en el mundo del “se dice”, de las “habladurías”, incapaz de tener vos propia, pensamiento propio o criterio propio.

Pero estas “habladurías” no solo alejan al Dasein de su “existencia auténtica”, sino que además determinan sus comportamientos, siendo incapaz de actuar por sí mismo. Así veremos al Dasein inauténtico viviendo de lo que la “publicidad” le presenta, y al carecer de criterio propio aceptará sin más, todos lo enunciados que esta le proponga como verdad.

Con respecto a la publicidad, Hidegger dice que:
“Ella regula primeramente toda interpretación del mundo y del Dasein, y tiene en todo razón. Y esto no ocurre por una particular y primaria relación de ser con las “cosas”, ni porque ella disponga de una transparencia del Dasein hecha explícitamente propia, sino precisamente porque no va “al fondo de las cosas”, porque es insensible a todas las diferencias de nivel y autenticidad. La publicidad oscurece todas las cosas y presenta lo así encubierto como cosa sabida y accesible a cualquiera.”[9]

Y esto se da, porque según Heidegger, la publicidad logra que el Dasein inauténtico, al que no le interesa la profundidad de las cosas y vive en un estado errante, esté más preocupado por lo nuevo, por lo que esta de moda, o por el saber a medias… solamente para satisfacer su “avidez de novedad”[10]

Como vemos, por lo dicho en la nota 9, para nuestro autor la publicidad se encarga de esconderle al Dasein esa verdad que él trata de desvelar, pero que al vivir una existencia inauténtica, procurando obviar lo temible de su angustia y sumergido en el sin-sentido vaga, como lo describe Sabina: “por la ciudad camino, no pregunteís a dónde, busco acaso un encuentro, que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden.”

Hasta acá lo dicho por Heidegger. Esperando haberlo entendido bien. Y si no: ¡mea culpa!

Pero hoy, a 88 años de la publicación de “Ser y tiempo” me pregunto: ¿es posible que estos elementos descritos tienen todavía alguna validez, o encuentran un lugar donde todavía resuena su eco? Esto es lo que intentaremos exponer en nuestro último apartado.

3. Aplicación de conceptos


Desde lo que llevamos dicho hasta el momento, podemos ir concluyendo que Heidegger estaba -por decirlo de alguna manera- pre-viendo el modo de comportamiento de los seres humanos del s. XXI, que inmersos en el mundo de las tecnologías de la informática y la comunicación; y conectados siempre, y desde cualquier parte, a “la red” viven “ávidos de novedad”; y por lo tanto, quizás sin saberlo, una existencia inauténtica ajenos a las profundidades de la vida como misterio, porque lo efímero, lo pasajero, lo inmediato… se han convertido en los nuevos valores de una sociedad moderno-consumista que prima el poseer, al apropiamiento como fundamento de la vida, que el ser que a Heidegger tanto le importaba.

Y este comportamiento, se ve claramente reflejado en la manera cómo los MCS y las redes sociales, haciendo uso de la publicidad como mecanismo, van sistemáticamente dando las nuevas pautas que los cibernautas y espectadores toman como principio de verdad

Para hablar con ejemplos concretos:

1. No resulta extraño que algunas redes sociales hagan un monitoreo y presentación a sus usuarios sobre lo que ellas denominan con el anglicismo: trending topic. Que no es más que el “tema de moda”, palabras o frases más repetidas… aquello de lo que todos hablan (habladurías), y que por lo tanto, también hay que hablar, porque de lo contrario no estás en sintonía, y literalmente estás “desconectado.”

2. También resulta curioso cómo pululan por toda la red, una serie de blogs o sitios web especializados en brindar a sus visitantes “directrices” o “soluciones en píldoras” para aquellos tópicos que le son sensibles, y que aunque mucho del objetivo es divertir (según ellos mismos expresan), no dejan de hacer que muchos de sus lectores, en su mayoría adolescentes en busca de respuestas existenciales y con poca capacidad de profundizar, asuman como criterio de verdad el contenido ahí vertido. Para que luego este, sea publicado en su red social favorita y continuar esa habladuría y fomento de esa inatuenticidad que hemos venido rastreando. Ejemplosde estos post:
  • 21 cosas que debes saber sobre los que estudian tal carrera.
  • 15 cosas que debes saber si ese hombre es el ideal para ti.
  • 20 cosas que caracterizan a una mujer independiente.
  • 30 frases de una novia celosa.
  • 5 formas de reconocer si tu pareja te es infiel.
  • 10 reglas de oro para conquistar una chica.
  • 11 consejos para comer todo lo quieras en diciembre y no engordar demasiado.
3. El tema de los anuncios comerciales es más que evidente. Y solo diré al respecto, que el publicista sabe que en el diseño de un spot publicitario no solo se está vendiendo un producto, sino un “estilo de vida” asociado al mismo. Y que si este es presentado -vendido- de la mejor manera, el consumidor, no solo habrá comprado un reloj, un perfume, etc. sino un status que el artículo le proporciona. Invirtiendo así el principio de que el sujeto determina al objeto, quedando aquél definido por este último. Conclusión evidente: existencia inauténtica.

4. Para terminar. Pienso en la labor de los MCS, lo cuales tienen como objetivo informar lo más imparcialmente posible de los acontecimientos. Pero cuando una notica, sobre todo si está en el trendeing topic del momento, se vuelve repetitiva, por lo tanto publicitaria, es capaz de generar en la población una especie de morbo tal, que la verdad de la noticia en sí ya no es transcendente, quedando velada y oculta por la acción propagandística del medio, para darle paso a todo aquello que de “novedad” (chisme, habladuría) esta pueda ofrecer, sea o no verdad; porque lo importante ahora es seguir alimentando ese morbo ya creado.

Mucho más se podría decir, pero basten estos ejemplos para ilustrarnos.

La búsqueda por la respuesta a la pregunta del ser que Heidegger hace en Ser y Tiempo, no es sin más una cuestión metafísica, que verdaderamente antropológica. Es la pregunta, sincera y preocupada, por quién es el ser humano realmente, o por lo que debe llegar a ser el hombre realmente. Dar una respuesta es urgente para no caer el vacío de la fatalidad de esta sociedad que vive de espejismos, como los expuestos en los ejemplos anteriores.

Por eso resulta tan importante la toma de conciencia de que somos seres-para-la-muerte. No para vivir en la eterna angustia, sino para ser consientes de nuestra finitud, de nuestros límites y temporalidad. Estos serán los “polo a tierra” que nos harán más responsables con la propia existencia y más comprometidos con la existencia de los otros.
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

En paz
Amado Nervo
Saludos!
__________________________________________________________

[1] Heidegger ad hoc" (Congreso en febrero de 2015) http://alea-blog.blogspot.com/2014/11/heidegger-ad-hoc-differenz-revista.html

[2] Heidegger, M. (1927 - 7ª edi). Ser y Tiempo. Disponible en wwww.philosophia.cl Edición Electrónica de la Universidad de ARCIS. De esta edición haré todas las citas de mi escrito .

[3] Ibidem op. cit pág 12

[4] Cfr. Op. cit. pág 22

[5] Op. cit. Pág. 146

[6] Op. cit. Pág. 119

[7] Op. cit. Pág. 172

[8] Op. cit. Pág. 435

[9] Op. cit. Pág. 131. Los subrayados son míos.

[10] Op. cit. Pág. 377
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