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sábado, 23 de mayo de 2015

“MONSEÑOR ROMERO: Del conflicto eclesial a la esperanza popular”. (Nahúm Ulín)

Introducción.


Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez fue un noble salvadoreño, hombre creyente, pastor de un pueblo sufriente, profeta de una y mil esperanzas, ferviente luchador de los derechos humanos en un tiempo donde vivir en El Salvador era una osadía. Nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, localidad de San Miguel, uno de los 14 departamentos del pulgarcito de América, El Salvador. De familia de procedencia humilde, laboriosa y justa, se le conoce por su praxis pastoral como obispo de la Iglesia Católica, por ejercer desde el púlpito la estruendosa voz de la justicia que a nadie deja indiferente, por acompañar a tanto salvadoreño y salvadoreña desesperanzado. Su voz y praxis tuvieron tanta incidencia que se llega a decir que él es el salvadoreño “más universal”, más conocido por su decantamiento por los y las pobres. Problemas con el gobierno en turno, con la oligarquía, con la guerrilla y con el pueblo fue el precio a pagar por esta opción. Además de estos conflictos se menciona que sufrió una aguda contra de parte sus hermanos de mesa y báculo, sus hermanos del episcopado salvadoreño. Él es una de las muchas celebridades religiosas más conocidas en el mundo actual. Su papel como la voz de los sin voz, el profeta de los y las pobres y otros títulos insignes, hacen de su persona un punto de referencia que interese para investigarle y conocerle, especialmente cuando El Salvador vive uno de los episodios más crudos de violencia e inestabilidad social en la actualidad. Un hombre eminente y profundamente religioso, capaz de religarse (relacionarse) con todo y con el Todo, marca una generación que impulsa cambios (conversión) desde lo personal hasta la esfera política y social en el ámbito salvadoreño, a vísperas del conflicto armado de los años ochenta. Su praxis pastoral desenmascara las falsas imágenes del “dios” alejado de su pueblo, capaz de olvidarle y dejarle en fila de espera para atenderle. Bien, se conoce que Mons. Romero fue un hombre de Dios, acentuando el hecho de no solo por su ser “religioso”, sino, por trascender lo humano, divinizándolo, dándole estatura de dignidad. La tarea de este escrito es intuir cuáles fueron los problemas eclesiales que sobrellevo Romero, cómo trabajo con ellos y qué aportes nos da en la actualidad para lidiar con los nuestros, cómo cargó con esta disyuntiva, cómo desenvolvió su práctica pastoral en medio de la bruma interpuesta por sus hermanos de mesa y báculo, cómo vivió y superó este conflicto. Descubrir estas intuiciones, es nuestra tarea.

MONSEÑOR ROMERO: 

“EL PASTOR EN MEDIO DE LA CRISIS ECLESIAL SALVADOREÑA”

Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue arzobispo de San Salvador desde el 2 de febrero de 1977 hasta el 24 de marzo de 1980. Recibe la tarea de llevar las riendas y el barco apostólico del pueblo salvadoreño, de parte de Roma, luego de que su antecesor – Monseñor Luis Chávez y González – depusiera su cargo iniciado en el año de 1938[1]. Cuando inicia su mandato, Romero logra observa que, además del conflicto social y político que vivía el país (recordemos el conflicto armado que se estaba gestando en la sociedad salvadoreña de los 70´s), la Iglesia – tanto el pueblo, como sus líderes – estaban divididos. Esta división, especialmente la que mostró el episcopado salvadoreño, era una manera sutil de presentar este fraccionamiento que vivía el salvadoreño y salvadoreña en la sociedad[2]. Los Monseñores Eduardo Álvarez, obispo de San Miguel; Pedro Arnoldo Aparicio, obispo de San Vicente; Benjamín Barrera de Santa Ana y Marco René Revelo, auxiliar de San Salvador, fueron los protagonistas de una orquestada maquinaria de deslegitimación contra el obrar y decir de Monseñor Romero[3] (De la conferencia, el único que le apoyó incondicionalmente fue Monseñor Rivera y Damas, obispo de Santiago de María) Esta actitud de contra, le desgató a Romero en todo lo que fue su recorrido de arzobispo y pastor de la grey salvadoreña. 

En otras palabras, Romero no solo tuvo que trabajar por la pacificación de la sociedad salvadoreña ensombrecida por las balas, sino, y con mayor razón, por la unidad de la Conferencia Episcopal Salvadoreña. Se dice que esta tensión, rivalidad y enfrentamiento entre obispos se venía practicando desde hace tiempo atrás, a través de la existencia de actas que manifiestan discordancias entre el prelado, especialmente en los años setentas[4]. También, y como atestiguando ésta profunda experiencia de desolación y crisis eclesial, en su diario personal, Romero escribe lo siguiente: 

La Conferencia Episcopal de El Salvador convocó a una reunión de urgencia. Mi primer intento fue no asistir… Llegué a la reunión y vi que todo estaba preparado. Fui objeto de muchas acusaciones falsas de parte de los obispos. Se me dijo que yo tenía una predicación subversiva violenta. Que mis sacerdotes provocaban entre los campesinos el ambiente de violencia y que no nos quejáramos de los atropellos que las autoridades estaban haciendo. Se acusa a la arquidiócesis de interferir en las otras diócesis provocando la división de los sacerdotes y el malestar pastoral de las otras diócesis. Se acusa al arzobispado de sembrar la confusión en el seminario… Preferí no contestar.[5]

De lo anterior, se puede apreciar el hecho de cómo se sentía Romero, cuando sus mismos hermanos no entendían su opción por un pastoreo honesto con los tiempos que se vivían, tiempos de guerra y de muerte, tiempos donde la vida no era posibilidad de dignidad. Romero había optado por una pastoral más con el pueblo, más con la gente, especialmente con la gente pobre. En una entrevista con el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Terence Todman, Romero afirmó lo siguiente, con respecto a esta opción por el pueblo:

Me parece que ustedes no entienden cuál es el problema. ¿Por qué dice usted eso? Porque el problema no es entre la Iglesia y el gobierno, es entre gobierno y pueblo. La clave es ésa: gobierno – pueblo. No es la Iglesia, ¡y menos el arzobispo! Si el gobierno mejora sus relaciones con el pueblo, nosotros mejoraremos nuestras relaciones con el gobierno. Según le vaya al pueblo: esa será siempre nuestra medida[6].

En Romero hay una clara decantación por un pastoreo como los tiempos lo exigen. Por el lado contrario, sus hermanos obispos Revelo, Álvarez, Barrera y Aparicio, recurrieron a un sinfín de acciones para desarticular la opción de Romero por los pobres[7]. Entre alguna de estas acciones están: condenaciones públicas y pronunciamientos en contra de sus iniciativas; dificultar la difusión del periódico Orientación, dirigido por Romero; en varias ocasiones negaron la persecución eclesial a la que estaban sometidos decenas de sacerdotes, religiosos y laicos; intentaron boicotear la entrega del premio Nobel de la Paz a Romero; enviaban información negativa a Roma; hablaban mal de él en público, como a espaldas; pidieron a Roma deponer su función de arzobispo; publicaron cartas pastorales contrarias a las de él; entre otras más. Además se conoce que estos obispos mantenían cordiales y simpáticas relaciones con el Estado. Se apunta que estas actitudes manifestadas en contra de Romero por el prelado salvadoreño son por razones de envidia y celos hacia su manera de proceder ante la realidad, pastoralmente hablando. Romero, sin quererlo, acrecentó su fama, popularidad y atracción, no sólo de salvadoreños y salvadoreñas, también de gente del extranjero. Sus competencias pastorales fueron marcadamente bien recibidas por el pueblo[8]. A pesar de esta desavenencia, Romero manifestó su convencimiento de que, aunque la división de la conferencia era inminente, su trabajo por la unificación era importante. La desunión de la conferencia episcopal no fue invento de él. Hay testimonios que aseveran la radical adhesión de Romero al cuerpo episcopal, poniendo de manifiesto que la desunión no era una apuesta de él:

Quiero hacer profesión de fe solemne en este momento de mi adhesión al Santo Padre. El Papa ha sido para mí una iluminación y pienso morir fiel a él. También quiero profesar mi comunión con el cuerpo episcopal del mundo[9].

Realmente Romero fue un hombre que intentó darle sentido a su praxis, intentando ser coherente con la realidad. Muy bien se diría que la realidad “le cacheteó”[10], sin misericordia, sin piedad. Le hizo ver lo que realmente era la “realidad del diario vivir”, sin idealismos pero con necesaria utopía, sin falsas antípodas, todo visto desde el contacto con la gente, desde sus penas, esperanzas y triviales alegrías. Romero es lo que se conoce por la gente pobre. Su sacerdocio y su ser arzobispo tienen razón en ellos. Ellos, los y las pobres, le configuraron su opción sobre todo, ellos le ayudaron a encontrar a Dios. Continúo el recorrido, retomando lo que para él significo optar por los pobres, aún en medio de la crisis.

MONSEÑOR ROMERO:

“DE LA CRISIS ECLESIAL A LA ESPERANZA POPULAR”

La crisis eclesial que Romero vivió, le llevó a adherirse, aún más, a su destinatario: el y la pobre salvadoreños. Desde el inicio de su sacerdocio, él decía sentir un especial gusto por estar con ellos[11], además de afirmar, también, el sentir siempre en su interior una preocupación por ese tema[12]. La muerte de Rutilio Grande, sacerdote jesuita asesinado el 12 de marzo de 1977, acrecentó en Romero la indignación sobre el atropello hacia las minorías marginadas. Él dejó interpelarse por este acontecimiento, a tal punto de ordenar una misa única, trayendo como consecuencia, el inicio de la división de la Conferencia Episcopal y el nuncio apostólico Emmanuelle Gerada[13]. La experiencia de la muerte de Rutilio, para Romero significó un antes y un después, un despertar de un largo letargo etéreo, una toma de conciencia y postura ante la realidad incómoda, una necesaria kénosis. Como lo fue para Jesús, Juan el Bautista le abre el sendero para ejercer su misión, su encargo, su trabajo; así Rutilio Grande le muestra a Romero cuál es el camino a seguir: estar con el pobre, vivir para ellos, optar radicalmente por su defensa y vida, como celebrar y compartir sus alegrías, tomarlos como ejemplo, aprender de ellos, dejarse moldear por su realidad. A través de la muerte de Rutilio, él logra ver con claridad a los pobres como “pueblo crucificado[14]”, necesitados de samaritanos y samaritanas capaces de no sólo vendar las heridas de lo inquino, sino estar con ellos hasta dar la vida. A través de esta toma de conciencia, Romero plantea una pastoral menos piramidal, de órdenes, de estructura, llena de legalidad; convirtiéndola en un espacio para el encuentro fraterno que sana la historia, que parte de las víctimas, que busca reivindicar la vida sometida de las mayorías pobres. Los pobres, en Romero, pasan de ser entes sujetos de beneficio a personas sujetas de dignidad y derechos, especialmente en su vida, los pobres pasan a ser la razón de ella[15]. Sus palabras, sus obras, su actuar, su sentir, gira en torno a la opción por el desposeído y desposeída. Dentro de esta opción, y como punto dificultoso, los problemas con los representantes del dios Mammón no dudaron en aparecer. La oligarquía salvadoreña, además de avasallar al pueblo, lo intentó con la vida de Romero. Lo asesinaron, junto a una orquestación con los militares, pero solamente fue para confirmar y dar credibilidad a su adhesión al proyecto de Jesús: dar la vida por los demás, para así transformar la existencia, no en algo propio, sino en algo mayor: el reino de Dios. Su opción radical por el y la pobre, daba fundamento de que la actitud de la Conferencia Episcopal Salvadoreña, siempre con tono despectivo y mordaz, recorría un camino erróneo: ir en contra de la revelación bíblica del Dios decantado por los pobres. La riqueza y la pobreza no la inventó Romero, aunque lo que sí hizo fue esclarecer que una es producto de otra, es injusta por lo que se requiere conversión sincera de todos y todas[16], de la víctima, pero, especialmente del victimario. Romero plantea un cambio de vida radical y holístico, con capacidad de apertura a la justicia social, a la reconciliación y reivindicación de las víctimas, injustamente desoladas, 

¡Dichosos los pobres!, porque saben que aquí está su riqueza, en Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, para enseñarnos la verdadera sabiduría del cristianismo. Por eso les dije al principio, queridos hermanos, que esta página de las Bienaventuranzas no la podemos comprender plenamente, y así se explica que haya sobre todo jóvenes que crean que no es con el amor de las Bienaventuranzas que se va a hacer un mundo mejor, sino que optan por la violencia, por la guerrilla, por la revolución. La Iglesia jamás hará suyo ese camino, que quede bien claro una vez más, que la Iglesia no opta por esos caminos de violencia […] La opción de la Iglesia es esta página de Cristo: las Bienaventuranzas. No me extraña, digo, que no se comprenda […] El mundo no dice: ¡dichosos los pobres! El mundo dice: ¡dichosos los ricos!, porque tanto vales cuando tienes. Y Cristo dice: Mentira, ¡dichosos los pobres!, porque de ellos es el Reino de los Cielos, porque no ponen su confianza en eso tan transitorio[17].


MONSEÑOR ROMERO:

“RECONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DE UN MÁRTIR HABITADO POR LA BONDAD”


Definitivamente y sin miedo a equivocarme, puedo afirmar, contundentemente, que las palabras, obras e intuiciones de Monseñor Romero, a lo largo de sus tres años de arzobispo (1977 – 1980), fueron motivo de esperanza para muchos, como motivos de vergüenza y sentido irascible para otros. La praxis pastoral que Romero ejecutó, como respuesta coherente y humanista ante la realidad de violencia y opresión que vivía El Salvador, la puedo enmarcar en la siguiente frase que Erich Fromm, psicoanalista y psicólogo social alemán, comparte en su libro “el arte de amar, una investigación sobre la naturaleza del amor[18]”,

Ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder. Jonás no se sentía responsable ante los habitantes de Nínive. Él, como Caín, podía preguntar: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La persona que ama, responde. La vida de su hermano no es sólo asunto de su hermano, sino propio. Siéntese tan responsable por sus semejantes como por sí mismo. 

Luego de un largo recorrido de toma de conciencia sobre su rol en la sociedad, Romero se convierte en amante radical de la vida y es por ello que la indiferencia no es parte de su cosmovisión, ya que siempre intenta dar respuesta a los problemas más prioritarios del hombre y la mujer. Romero, al paso de su ser arzobispo, tiene un claro encuentro con la bondad que humaniza. Esta bondad encontrada y asumida le hace explayar su más alto grado de misericordia y sensibilidad hacia los y las demás. Esa bondad le hace acercarse al pobre, no para redimirles, sino, para dejarse afectar por ellos. Descubre, en el mundo de los pobres, esa riqueza vital para dignificar la vida: la necesidad y búsqueda de ese Dios que camina con su pueblo. Romero no solo lleva la bondad a los pobres, la lleva también a sus hermanos de la Conferencia Episcopal, aquellos que intentaron, por todos los medios, hacer fracasar el sueño de Dios, sueño asumido por Romero: la búsqueda incesante de un pueblo y una patria unida. Fraternalmente, enfrentó a aquellos que se dejaron seducir por el egoísmo que anula la concordia, aquellos que utilizan la violencia para generar división, aquellos que portan, como prenda sagrada, la envidia que alimenta al Caín que de alguna manera todos y todas llevamos dentro. Romero practica en vida aquel dicho que aparece en boca de Jesús, el amar al enemigo. Invita a todos a compartir, iniciando con un proceso de sincera conversión, de la mesa del Reino de Dios: militares, oligarquía, sectores armados, sociedad organizada y civil – especialmente la gente pobre, grupos religiosos, en fin, invitó a todos a ser parte del gran banquete del que Rutilio Grande hablaba, aquella mesa donde cada uno tiene un puesto y una misión. En Romero se evidencia la praxis de una “bondad política” capaz de tomar postura en favor del necesitado y necesitada, bondad capaz de hacer valer los mínimos derechos de cada ser humano, bondad capaz de tomar porte ante el ataque de cualquier vertiente. Romero tiene claro el precio a pagar por la práctica de esta bondad. Así como Jesús, el que pasó haciendo el bien (Hch. 10, 38), Romero emprendió la dura cuesta de la práctica del amor. Murió a tiro de una bala cobarde, anónima, injusta, bala que simboliza la iniquidad impuesta al pueblo, la cruz diaria de cada día, el demonio falto por exorcizar. Este hombre frágil, vulnerable y tímido, muestra al mundo la fuerza determinante que tiene el amor para nuestros días. Es por ello que, por su vida llena de bondad, el sigue siendo un misterio.

SAN ROMERO DE LAS AMÉRICAS,

RUEGA POR NOSOTROS Y NOSOTRAS

Conclusiones 

Confieso que en el proceso de este trabajo he asimilado mucho. Enumero los siguientes aprendizajes:

  • La bondad no tiene límites. Todos poseemos bondad, nuestra tarea es encontrarla, asumirla y dejarla ser.
  • Romero es quien es por tres factores históricos: Dios, el pueblo y su asertivo autoconocimiento. Es como una necesaria triada que le configura sus palabras, su praxis y su vida. Su anulamos alguno de esos factores, hablaríamos de otro Romero.
  • Romero convierte las diferencias en aprendizajes, en posibilidades, no los asimila como simples limitantes o problemas. ¿Qué hubiese ocurrido si Romero cae en el juego mezquino que le proponía sus hermanos obispos?
  • En Romero se ve claramente un amor sincero hacia la Iglesia, amor radical, no fanático ni fundamentalista. Romero no pierde vista que la Iglesia es imperfecta, y es por ello el gran amor que le tiene: quiere que sea más humana.
  • Leer la vida de Romero, es leer la historia que llevo en mis venas. Es venerar la memoria histórica de hombres y mujeres que intentaron parir un mundo más habitable. Es encender la chispa de la siguiente duda: si él, con sus desavenencias, pudo hacer algo por mi patria, ¿por qué yo no?
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Bibliografía.

· Morozzo, Roberto; MONSEÑOR ROMERO – Vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010.

· Romero, Óscar A.; SU DIARIO, Arzobispado de San Salvador, 2000.

· López Vigil, María; PIEZAS PARA UN RETRATO, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993.

· Maier, Martin; MONSEÑOR ROMERO – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores: http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf

· Fromm, Erich; EL ARTE DE AMAR – Una investigación sobre la naturaleza del amor.

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Referencias

[1] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 145. 

[2] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 17. 

[3] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 306. 

[4] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 303. 

[5] ROMERO, Ó. Su Diario, 3 de abril de 1978, p. 5 y 6. 

[6] LÓPEZ VIGIL, M. Piezas para un retrato, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993, p. 213 y 214. 

[7] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 305. 

[8] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 309. 

[9] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 19. 

[10] LÓPEZ VIGIL, M. Piezas para un retrato, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993, p. 55. 

[11] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 173. 

[12] Ibid., p. 174. 

[13] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 11. 

[14] Ibid., p. 26. 

[15] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 177. 

[16] Ibid., p. 293. 

[17] Ibid., p. 292. 

[18] p. 36.
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jueves, 21 de mayo de 2015

Monseñor Romero y la Teología de la Liberación (Frank Castillo)

Quiero expresar en pocas líneas unas ideas que vienen dando vueltas en mi cabeza, concerniente al tema y la posible relación que hay entre M. Romero y la Teología de la Liberación. En estos días previos a la Beatificación de Monseñor Romero he participado con mucha disposición y criticidad de foros, conversatorios, lectura de artículos, etc., que giran en torno a la vida y obra de M. Romero. He notado en los escritos, y en las ponencias una tendencia en la mayoría de los expositores a intentar por un lado, encontrar la relación entre Romero y la Teología de la Liberación; y por otro, la mayoría de los expositores que hablan por parte del Arzobispado de San Salvador, intentan desligar y negar que exista relación entre el obispo mártir y el fenómeno teológico tercermundista. 

Debo aclarar que este tema no es nuevo. Desde que M. Romero saltó al escenario eclesial latinoamericano como el Obispo defensor de los Pobres, se intentó ligar (de parte de sus detractores) a Romero con dicha corriente, ya ni se diga después de su martirio y el peso de su vida. Aquí caben hacerse un par de preguntas: ¿Qué pensaba M. Romero sobre la Teología de la Liberación? ¿Qué hizo Romero para que sus detractores lo catalogaran como aliado de dicha corriente teológica? ¿Qué tiene de similitud la Teología de la Liberación con la praxis de M. Romero?

El Obispo Romero y la Teología de la Liberación en un primer acercamiento 

No voy a citar estudios y artículos bien documentados sobre estos temas. Mi objetivo es ser conciso en las ideas. Pero en este primer apartado quiero dejar en claro que en un “primer momento”[1] la relación y postura de M. Romero sobre la naciente Teología de la Liberación no fue buena y mucho menos fructífera. 

De todos es sabido que M. Romero en los tiempos que fue director del “Semanario Orientación”[2] dedicó editoriales enteros para criticar ese fenómeno teológico que él veía contrario a las ideas tradicionales que la Iglesia Católica había promulgado y defendido por muchos siglos. Romero observaba dicha corriente con ojos críticos y desconfiaba en lo bueno que podría salir de esta forma de entender, hacer y vivir el Evangelio. Su celo por la ortodoxia católica no sólo llegaba a la confrontación escrita contra los que implementaban dicha teología, sino que también los enfrentaba en directo con nombre y apellido; de todos es sabido que, por poner un ejemplo, Romero denunciaba de falsa enseñanza la Cristología del P. Jon Sobrino SJ, donde para éste y su teología, dedicó muchos de los editoriales del semanario orientación, donde minusvaloraba y criticaba a dicha cristología como una “horizontalizacion del mensaje cristiano”[3]. Así fue en un primer momento la relación entre Romero y la Teología de la Liberación, no expongo más, pues la idea se sobreentiende.

La praxis pastoral de Monseñor Romero: ¿una teología de la liberación hecha vida? 

Diferente es la relación existente entre M. Romero y la Teología de la Liberación cuando es elegido como Arzobispo de San Salvador. Es tan marcada la diferencia entre esta etapa con la primera (antes expuesta), que podemos decir en forma de resumen que Romero dejó de ser el obispo conservador a ultranza y se convirtió en “la voz de los sin voz”. 

Nadie que es responsable con la historia puede negar que la relación de M. Romero con la Teología de la Liberación es muy distinta cuando éste fue Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador. Sólo quiero partir de un hecho que confirma dicha idea, quienes son los que asocian a Romero con la corriente teológica en un primer momento: No son los miembros de la Iglesia salvadoreña, mucho menos la gente del Vaticano; son la gente rica del país, los que colaboraron en hacerlo arzobispo, son los que lo acusan a Romero de haberse aliado a dicha corriente teológica. Aquí cabe mencionar que Romero fue visto con recelo desde su decisión de hacer la “Misa Única”[4] en homenaje y denuncia del Asesinato del P. Rutilio Grande SJ, sacerdote intachable y buen amigo de este. Estas primeras decisiones le mostraron a la Oligarquía Salvadoreña que su carta eclesial había cambiado. Tampoco podemos negar, que algunos miembros de la Jerarquía de la Iglesia Salvadoreña se pondrán en alerta con las decisiones que el recién Arzobispo ira tomando. 

¿Qué hizo M. Romero para ser acusado por parte de la Oligarquía Salvadoreña de ser un ideólogo de la Teología de la Liberación? Aquí cabe una aclaración que es fundamental: la Teología de la Liberación no nace en una academia o universidad, no nace en un escritorio y mucho menos es concepción de unas mentes iluminadas. No y mil veces no, la Teología de la Liberación nace y se mueve en un primer momento en la vivencia de fe de las comunidades pobres y cristianas del continente latinoamericano. Ósea la teología de la liberación nace y se inspira por los pobres y marginados, aquí toma un papel protagónico la “Lectura de la Biblia desde los pobres”[5]. Los pobres se preguntan ¿qué piensa y quiere Dios de la pobreza y exclusión que ellos sufren?, la lectura de la biblia y la vivencia cristiana se vuelve una expresión de revolución y de rebeldía al sistema establecido. 

Si la Teología de la Liberación nace y crece en el seno de las comunidades pobres, es lógico pensar que M. Romero al ser un hombre cercano a la realidad del pobre, se verá confrontado e interpelado por dicha forma de hacer teología. Es la cercanía del pastor con su rebaño lo que hace que Romero empiece a ver la novedad que es la Teología de la Liberación, que no pretende más que, responder a la pregunta ¿Cómo decirles a los pobres que Dios los ama? El contacto con la gente pobre y su realidad le demostrarán a Romero que es urgente un nuevo paradigma teológico (no se trata de cambiar de mensaje, sino de ser fieles a la esencia del EVANGELIO). M. Romero no solo conocerá y entenderá los dolores y sufrimientos de su pueblo, sino que como buen cristiano deseará y tendrá que luchar por transformarlos, y creo personalmente que ese será su cercanía fundamental a la Teología de la Liberación, la fe entendida en clave liberadora, no se conforma con esperar la “Salvación escatológica”, sino más bien, busca construir una penúltima palabra que sea preámbulo digno y justo de la última palabra salvadora de Dios. Siendo más explícitos, Romero ya no solo predicaba la salvación en la otra vida, de la cual nunca dejo de esperar y confiar, sino que comienza a predicar y a construir una salvación en esta historia, comienza a comprender que las cuestiones y temas estructurales son importantes y necesarios para construir una nueva sociedad, justa y libre, donde los pobres tengan un lugar. 

Recapitulando y concluyendo este apartado, se puede afirmar que la cercanía de M. Romero a la Teología de la Liberación se da por su contacto con la realidad de los pobres, la dolorosa e injusta exclusión a la que los pobres se ven sometidos, enseña a Romero donde y como debe de actuar un verdadero seguidor de Jesús. Romero no solo se acercó, comprendió y se solidarizó con los pobres en contra de su pobreza, sino que además se ENCARNO, se hizo parte de ellos, de sus sufrimientos y angustias, pero también de sus esperanzas y sueños, en fin, M. Romero hizo caso a Jesús y se fue a buscarlo y servirle donde los sencillos y humildes. Total ahí se encarnó el mismísimo Dios, ¿no es ese el principio de la fe cristiana? M. Romero no era un teórico de la Teología de la Liberación, más bien la practicaba, porque hacia vida el Evangelio. 


Monseñor Romero un humilde servidor de Dios que puede pedir perdón sin pedirlo (Reconciliación simbólica con la Teología de la Liberación) 

Termino estas ideas, con algo que me parece bota la tesis de aquellos que defienden a capa y espada la NO cercanía (si se puede decir así) entre M. Romero y la Teología de la Liberación. 

El P. Jon Sobrino SJ, es uno de los referentes mundiales de la Teología de la Liberación, él ha vivido casi toda su vida en El Salvador, y desde que ha estado en el país, ha intentado servir a la Iglesia, a la Compañía de Jesús y al pueblo Salvadoreño desde su Sacerdocio y su Teología. Pues bien, como mencione anteriormente en un primer momento, M. Romero enjuiciaba de reduccionista las enseñanzas en materia Cristológica enseñada y profundizada por el P. Sobrino, la relación entre ambos en un primer momento fue nula. El mismo P. Sobrino cuenta que es hasta los acontecimientos del “Asesinato del P. Rutilo Grande”, donde tiene algún contacto con Monseñor. Pero las cosas cambian, y los caminos se hacen al andar, igual que las amistades. 

M. Romero, el obispo defensor de los pobres, el hombre que llego a ser “la voz de los sin voz”, no es la misma persona que un día vio con recelo a los “curas progresistas”, no es la misma persona o no tiene la misma perspectiva de ellos y su forma de hacer vida el Evangelio. Algo le paso, unos le llaman conversión, yo lo llamo “Encarnación en la redilad del pobre”. M. Romero había decidido actuar y transformar desde el Evangelio, la realidad de pobreza de El Salvador. Y ahí se da el encuentro de caminos, la realidad del pobre es donde convergen M. Romero y los Teólogos de la Liberación, convergen por algo común: “su sueño de transformar la realidad salvadoreña”. 

Y así empieza un acompañamiento y trabajo colaborativo entre Romero y muchos de los curas y teóricos aliados a la Teología de la Liberación. El P. Sobrino, el P. Ellacuría y otros se vuelven colaboradores del Arzobispo. A tal grado que el P. Sobrino le escribe un discurso que M. Romero leyó el día que fue investido con el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Lovaina de Bélgica. 

A quienes dicen que M. Romero no tiene relación con la Teología de la liberación, les recuerdo que un Teólogo de la Liberación tuvo el privilegio de “escribirle un discurso tan importante para M. Romero, donde este expone la Dimensión Política de la fe desde la opción preferencial por los pobres”. Si M. Romero no confiaba en la Teología y los Teólogos de la liberación, por qué acude a ellos con semejante solicitud. La reconciliación es simbólica, los pobres fueron el lugar donde M. Romero y la Teología de la Liberación encontraron su punto de comunión, y es curioso que en esa realidad, también Dios puso su común unión con la humanidad, encarnándose en lo pobre y sencillo. 

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[1] Primer momento: Obedece a los años previos a que M. Romero fuera electo como Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador. Intentando dar unos años nos referimos al tiempo que va de 1970 a 1977. Solo por colocar una fecha. 

[2] Semanario Orientación: periódico semanal editado y publicado por la Arquidiócesis de San Salvador. 

[3] Horizontalización del mensaje cristiano: para M. Romero, la cristología del P. Sobrino (en un primer momento), era una reducción del mensaje cristiano, ya que priorizaba y enfatizaba más una salvación histórica que trascendente. 

[4] Misa Única: es la decisión que M. Romero tomo por hacer una sola eucaristía en toda la Arquidiócesis de San Salvador, como señal de repudio y denuncia del Asesinato del P. Rutilio Grande SJ (12 / 03 1977). 

[5] La lectura de la biblia por parte de los pobres, cobra un sentido nuevo y revolucionario. No es lo mismo leer la biblia (por ejemplo las bienaventuranzas) en un mundo de bonanza y riqueza que en un mundo de pobreza y exclusión.
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martes, 5 de mayo de 2015

Opción por los Jóvenes (Nahúm Ulín)

Una mirada desde las cinco conferencias del episcopado latinoamericano (Río de Janeiro – 1955, Medellín – 1968, Puebla - 1979, Santo Domingo – 1992 y Aparecida – 2007)

Introducción


El tema sobre juventud es apasionante y prometedor: es hablar de futuro, renovación, nuevas posibilidades hacia lo mejor. Es visualizar la esperanza en carne joven, es la primigenia necesidad de ser rebeldes ante situaciones que motivan a envejecer, a no movilizarse, a practicar el estatismo que nos lleva a la indiferencia. Por otro lado, y más en la actualidad, juventud hace referencia a crisis, desorden, vida sin rumbo, caos, más aún cuando existen un sin número de factores culturales, económicos y religiosos que hacen de este tema, algo tenso y difícil de tratar.

Bien se dice que el futuro del mundo está en los jóvenes de hoy y, también y con mayor relevancia, considero que el futuro de la Iglesia está en ellos y ellas. Una estructura eclesial avejentada – como se presenta la Iglesia Cristiana Católica hoy, en muchos de los casos por su lenguaje y tradiciones – necesita rejuvenecer, siempre en parámetros de nueva humanidad, claro está. Es por ello,  que la intención del escrito es dar un vistazo transparente de cómo la Iglesia ha ido optando por la juventud y desde esa opción, reflexionar qué tipo de Iglesia se nos impera vivenciar hoy.

Los Jóvenes y la iglesia Latinoamericana 

Conocer sobre los jóvenes no es fácil[1]. En Latinoamérica, actualmente la juventud es un sector en riesgo por realidades como la violencia, la falta de educación, las drogas, las pandillas juveniles, la migración, el desempleo, el desencanto político, las agrupaciones ilícitas, en fin, todo aquel espacio que pone en peligro y crisis el pleno desarrollo y dignidad de ellos y ellas. La realidad da señales de cómo los jóvenes viven tiempos cada vez más difíciles, llenos de desesperanza histórica.

Por otro lado, hablar de los jóvenes es hablar de rejuvenecer, de nueva vida, de nuevas posibilidades, de nuevas esperanzas. La Iglesia, ante esta realidad duélica, ha hecho una opción por la vida de los jóvenes, según se ve manifestado en Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, Conferencias del Episcopado Latinoamericano.

Aunque en el Concilio Vaticano II (1965 – 1968) se hace referencia a la vida de los jóvenes en la Iglesia, la toma de conciencia de este tema en el continente latinoamericano inicia en Medellín – Colombia (1968), segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano[2]. Una de las intuiciones más novedosas del porqué esta opción por los jóvenes, según el CELAM[3], es porque son motivos de fuerza y presión para movilizar cambios, por lo numerosos que son en el continente[4], 

la juventud se presenta como un nuevo cuerpo social portador de sus propias ideas y valores, que vive a la vez una época de crisis y cambios que son causa de conflictos, lo que exige un sincero esfuerzo de comprensión y diálogo[5].

Ante la imperante realidad juvenil en la actualidad, Medellín propone lo siguiente,

Que la Iglesia adopte una actitud francamente acogedora hacia la juventud, esto le ayudará a comprender sus valores y auscultar sus actitudes... Sabiendo lo que representa para los jóvenes el valor de la autenticidad debe ayudarles a profundizar en ella, y a que se hagan una autocrítica de sus propias deficiencias[6].

La conferencia en Medellín – Colombia,

parte de un contexto donde las opresiones militares estaban gestando un continente falto de dignidad y derechos. Las guerras y violencias armadas estaban dejando el lastre de una juventud sin oportunidades, sin posibilidades, sin esperanza.

Medellín, como intuición importante, propone acompañar a los jóvenes para que ellos y ellas sean los protagonistas de su historia, comprometiéndose así con la historia latinoamericana. Sin lugar a dudas se puede asegurar que Medellín hace una opción por los jóvenes muy vital. No sólo les ve como objeto de educación, sino, sujetos de aprendizajes capaces de estimular libertades y responsabilidades necesarias.

La conferencia en Puebla – México, 

tercera del episcopado latinoamericano, retoma el rol protagónico de los jóvenes en la sociedad. Menciona a los jóvenes como “auténtica fuerza renovadora[7]”, capaz de comprometerse con su historia. Esta reunión, como parte vital de su reflexión, analiza el cómo el consumismo y la relatividad causan efectos nocivos para la vida de la Iglesia, siendo los jóvenes el grupo más amenazado por esta realidad.

Puebla, además de reconocer fuerza y compromiso en los jóvenes, logra percibir que los insumos críticos del pensamiento y el quehacer creativo pueden posibilitar inicios de cambios sobre las estructuras predominantes, especialmente la económica, intentando apostar para humanizar más las relaciones con los y las demás. Los jóvenes son referidos como actores vitales del cambio de estructuras, a partir de sus capacidades y dones. Además,  estas dos conferencias[8] logran visualizar a los jóvenes como claves actores políticos, protagonistas de la historia de sus países, pues, el compromiso cristiano se entiende desde las coordenadas de opción por los pobres, la fe se ve referida a estar con la gente, especialmente los marginados y excluidos. Esta conferencia es conocida por el "espaldarazo" que da a la bien nombrada Teología de la Liberación.

En el caso de Santo Domingo,

cuarta conferencia del episcopado latinoamericano, se retoma el protagonismo juvenil, mencionando el fortalecimiento de una pastoral juvenil organizada (orgánica[9]) Se apuesta por el seguimiento y acompañamiento de los jóvenes para potenciar el sentido de la vida, la dignificación del entorno y la humanización de las estructuras. Se puede intuir que el tema de los jóvenes, más que vincularlos a la vida en sociedad y la política, lo hace más para prepararlos a la dinámica eclesial, prepararlos para ser evangelizadores.

Para el caso de la última conferencia, en Aparecida, 

el tema de los jóvenes se vuelve a retomar ahora con el matiz del discípulo y misionero[10]: aquel creyente dispuesto a llevar el mensaje de Jesús a cualquier rincón latinoamericano.  Esta conferencia  aparece como una continuación de la anterior, ya que, ven en el joven potencial buenas noticias, eclesialmente hablando, más que de incidencia política.

Al paso del tiempo, la Iglesia ha ido tomando conciencia del rol de los jóvenes en la sociedad, en la política, en la educación, en la economía, en la Iglesia misma. Medellín y Puebla, por el contexto en el que se movilizaron, muestran el protagonismo del joven no sólo como receptor de la buena nueva, sino, también como posibilidad de cambios en las estructuras, especialmente las marcadas por el anti – reino[11].

Concluyendo

Los jóvenes son vistos no como agentes pasivos que reciben un mensaje, más bien son resaltados como factores imprescindibles para un utópico cambio. Es importante mencionar que en la primera conferencia, acaecida en Brasil – Río de Janeiro, fue lo contrario a la segunda y tercera reunión, pues, los jóvenes fueron tomados en cuenta, pero, solo para acrecentar las filas vocacionales.

En el caso de la conferencia de Santo Domingo, los jóvenes son sujetos de reflexión más eclesial que social. Son sujetos de evangelización (recordando que esta reunión tuvo como centralidad temática los 500 años de evangelización del continente), más que de incidencia política y social.

En el caso de Aparecida – Brasil, se retoma nuevamente la opción por los jóvenes, retomando su realidad y posibilitando un protagonismo concreto, a través de la llamada misionera: ser discípulos para una mejor convivencia con el entorno. Podríamos decir que de alguna manera se regresa a lo planteado por Medellín y Puebla: los jóvenes no son simples receptores de la fe, también tienen el deber de ejecutarla.

Para concluir, la Iglesia ha hecho opción por los jóvenes, pero, obviamente con intencionalidad y respondiendo al tiempo histórico de cada conferencia. Por las convulsiones sociales, Medellín y Puebla son las reuniones más enigmáticas pues estas responden al contexto de injusticia latinoamericano, intentan ser coherentes con lo que se vive.

De alguna manera, Santo Domingo da un giro simbólico al pretender silenciar los aportes de las dos conferencias pasadas. Aparecida intenta vislumbrar y dar continuidad a lo trabajado anteriormente, poniendo el énfasis en la praxis misionera de la Iglesia, motivando a los discípulos del Reino a trabajar con coherencia y sensatez.

Bibliografía:







Referencias en el documento 



[2] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[3] Consejo Episcopal Latinoamericano.

[4] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[5] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] No menciono a la primera conferencia de episcopado, en Río de Janeiro – Brasil, pues, el tema e importancia de los y las jóvenes sólo se toma en vista a aumentar las vocaciones religiosas, por la creciente disminución de adeptos al cristianismo católico y el alza del rostro evangélico en Latinoamérica.

[9] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[10] http://www.pjlatinoamericana.org/documents/magisterio_latinoamericano/La_opcion_por_los_jovenes_en_Aparecida.pdf

[11] Todo aquello que va en contra de los valores del reino de Dios: la justicia, la verdad, el amor, la paz, etc.

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