El año comienza. Nos encontramos en los primeros días del
mes de febrero. A estas alturas en muchos países del mundo las clases ya han
comenzado, en otros todavía el curso anterior ni siquiera ha terminado. Y en
otros, como es mi caso, apenas nos encontramos con el alba del año escolar.
Indistintamente del tiempo en el que nos encontremos, hay
algo que no cambia en ninguna parte del mundo y en ningún centro educativo: el
hecho de que el profesorado debe planificar sus clases. Es decir, debe ordenar,
previamente a la llegada de sus nuevos alumnos, los contenidos de forma
secuencial y “lógica”, debe escoger una serie de objetivos didácticos, debe
pensar en los tiempos de ejecución de estos contenidos, debe pensar cómo evaluarlos
y quizás de una forma menos intensa debe pensar cómo impartirlos. He dicho que menos intensa porque seguramente su
forma de compartir los contenido con sus alumnos no variará mucho del año
anterior y del resto de los mortales: él
delante de los chicos, estos “callados” escuchando lo que el maestro tiene que
decir.
Esta engorrosa actividad de planificar supone muchos
elementos: teorías del aprendizaje, taxonomías para escoger muy bien los
objetivos, conocimientos de rúbricas para saber qué competencias han de
desarrollarse, selección de recursos, etc… pero seguro que no toma en cuenta:
Qué es lo que alumno/a realmente quiere aprender.
No es extraño encontrarnos con salones que al entrar se
escucha la voz del profesor “intentando” llamar la atención de sus estudiantes,
mientras estos se entretienen en mil y una cosa, menos poner atención a lo que esa voz que se
escucha en el fondo trata de decir. ¿Por qué? Porque lastimosamente a ellos no
les interesa. ¿Por qué? Porque lastimosamente lo que se dice no es interesante.
¿Por qué? Porque lo que se dice en el salón de clase está muy lejos de SU
realidad.
Si lo que acontece en el salón de clases, no se parece a lo
que acontece en la realidad, entonces la ciencia ficción está en el aula.
Queremos que los chicos se interesen por el mundo exterior. Pero quién se
interesa por SU mundo interior. Que es lo que a ellos realmente les preocupa.
Solo lograremos que les importen las ciencias si ellos experimentan que alguien
se interesa por sus cosas.
Entonces, ¿No debemos enseñar nada en el aula? Claro que sí.
Lo que está en juego no es el contenido, que lastimosamente se ha convertido en
un fin en sí mismo. Sino la metodología. Queremos que nuestros chicos y chicas
sepan lo que el sistema dice que deben de saber. Y el sistema no quiere
personas, quiere Universitarios, quiere “buenos ciudadanos”, quiere
trabajadores... Mientras que nuestros muchachos simplemente quieren vivir.
Al encontrarse este choque de “quereres” que no coinciden,
es cuando lo acontecido en el aula es más parecido a un grupo de vándalos que
desean escapar de prisión, que a una experiencia educativa.
Según Ricard Huguet en su ponencia
“El futuro según nos cuentan los niños”, dice que los chicos tienen tres
habilidades, que la escuela se encarga de matar:
·
Los niños poseen la capacidad innata de saber
qué necesitan
·
Los niños prefieren aprender a aprender, a que
se les diga cómo deben hacerlo
·
Los niños prefieren facilitadores que
profesores.
Una pequeña modificación de estas tres cuestiones en nuestra
forma de planificar y hacer docencia significaría una gran modificación del
concepto de escuela.
Pero creo, desde mi experiencia, que muchos adultos, en este
caso docentes, sienten miedo frente a la juventud de nuestros chicos, frente a
sus inquietudes, intereses y necesidades. El adulto parece que ha olvidado,
como canta Serrat, “que un día tuvo la carne firme y fuego en la piel”. Porque
ante la pregunta fulminante de un estudiante “¿Esto para qué me va a servir?”
un profesor se queda sin respuesta.
“Para la vida”- podrá responder alguno… ¿Cuál vida? Si lo
que hay allá afuera no es más que un montón de adultos con caras largas,
haciendo lo que nos les gusta y viviendo como no les gusta. En mundo donde se
dice que es lo que se debe hacer, que es lo que se debe usar, que cosas se
deben comprar para ser feliz. Pero la felicidad no es el poseer cosas; es lo
que los chicos en el aula manifiestan: Vivir. La escuela no enseña a vivir,
enseña a cómo adaptase a ese mundo en el que toca “sobrevivir”, en lugar de enseñar
a cómo transformarlo, en lugar de enseñar a como ser responsablemente libre.
¿Qué es un adolescente? Una inadaptado social. Y ¿un adulto?
Uno que lastimosamente ya se adaptó.
Todos hablan de la educación integral del ser humano. Pero siguen queriendo
alimentar cerebros, en lugar de alegrar corazones. Y ¿quiénes son los culpables
de esto?... ¿Los profesores? ¡NO!... Todos.
Porque nos hemos dejado robar la alegría de vivir. Ya no tenemos
u-topías (un lugar) para vivir, y al faltar estas tampoco hay eu-topías (buenos
lugares) donde vivir.
Término esta reflexión recordando la parábola que el
escritor y filósofo noruego Jostein Gaarder contaba
en su libro “el mundo de Sofía”, cuando el mentor de Sofía le escribía su
primera carta:
“A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el
prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento
estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador
tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido
engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el
mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra
formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que
se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco
es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de
magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y
nos gustaría desvelar ese misterio.
P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el
universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos
muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por
encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos al gran
prestidigitador.”
No le quitemos a nuestros chicos la capacidad de asombro… no
lo aferremos a la “piel del conejo” con
esas planificaciones basadas en estándares a los que solo les importa un número
de calificación… Démosle la posibilidad
de explorar las fronteras de su imaginación, dudas, preguntas, e increencias…
asombrémonos con ellos… descubramos junto a ellos las posibilidades del cambio
social, cambiando primero en primera persona.
Hagamos de la escuela una alternativa de vida y sociedad. Porque así y solo
así estamos garantizando un mejor futuro.
Pd.
Creo que no debe olvidarse, para aquellos que no creen que
lo dicho arriba es posible, que la Pastoral Juvenil ha sido quizás una de las
pocas instancias que al trabajar con los jóvenes ha logrado incidencias significativas
en la educación de los muchachos. No solo porque presenta a un modelo de
persona ejemplar: Jesús. Sino porque además ha logrado hacer vida todas esas
metodologías que tocan los sentidos, por ende la vida, por ende enseñan a vivir.
Da gusto ver a
jóvenes líderes, que sin tener ninguna titulación en didáctica y
pedagogía, crean en su grupos experiencias
de aprendizaje como grandes expertos. Esto demuestra que “todo es posible para
el que cree.”