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jueves, 24 de diciembre de 2015

Y la palabra se hizo carne


“Y la palabra se hizo carne”

El Misterio insondable se hace historia,
se somete a las coordenadas de la temporalidad, la espacialidad y la finitud.

El Misterio insondable se rev(b)ela,
con un pueblo, una raza y un individuo.

El Misterio deja de estar en los cielos,
y toma como nueva morada la historia, tan llena de convulsiones como lo es la historia humana.

El Misterio deja de ser innombrable,
y se nombra como el común de los mortales, es más, se asemeja a ellos.

El Misterio, recreándose en un niño,
convida al ser humano a culminar, junto a él, su creación.

El Misterio, siendo topía de vida abundante,
pide a los seres humanos que construyan, juntos, en libertad, ese horizonte humanizador.

El Misterio deja de ser todo poderoso,
y se encarna en la fragilidad de un niño, que necesita de los demás para ser.

El Misterio deja de ser Misterio,
y cobra rostro, historia, cultura, carne, esperanza, sueños, utopías, y también dolor, desesperanza, miedos, incertidumbre, necesidad. En fin, el Misterio deja de ser Misterio para convertirse en PALABRA HECHA CARNE. Se hizo como nosotros, para que nosotros nos hiciéramos más humanos, nos pareciésemos a él.

Y así, en la familia de Nazaret, Dios se hizo carne, y nos invitó al sueño mayor: “construir un mundo, una historia, donde la vida sea posibilidad para todos, donde el pan llegue a todas las mesas, donde la dignidad de cada ser humano y de todo ser vivo, sea forma de existir. En fin, Dios se hizo como nosotros, para soñar, junto a nosotros, una nueva humanidad”.

Feliz Navidad para todas y todos.

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lunes, 31 de agosto de 2015

¿Y si importáramos? (Mabel Rivas)

Hace algún tiempo viví una experiencia interesante: asistí a un taller organizado por el Departamento de Pastoral de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA). El taller llevaba por nombre "Resiliencia". Cuando el profesor nos invitó a este taller, en clases, dijo: "es para aprender a vivir con dolor". En efecto, según la Real Academia Española (RAE), resiliencia es la

"Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas".

La dinámica del taller fue muy diferente a lo que yo creí que sería, pues, pensé que llegaríamos a sentarnos y nos darían pura teoría sobre la resiliencia; todo lo contrario, a lo largo del taller hicimos práctica de este raro término en nuestras vidas. Floreció en este momento un factor común en cada joven participante: la necesidad de espacios para compartir sus experiencias, ser escuchados, espacios en los cuales reine la apertura y aceptación, en los que no tengamos miedo de mostrarnos indefensos, de mostrarnos contrarios a lo que la sociedad pide: mostrarnos humanos.

¿Y si nos escucharan? ¿Y si mostraran un poco de interés? ¿Quiénes? Pues, todos. La vida de un joven está subestimada. En realidad, no sólo los adultos atraviesan momentos difíciles. Todos estos jóvenes tenían una historia que contar, una historia impactante y dolorosa. Estos jóvenes pedían a gritos, internamente, sanar las heridas que, a su corta edad, la vida ya les había dado. Y sin necesidad de tener una experiencia negativa, dolorosa, un joven grita por atención, interés, ánimo, compañía, respuestas, oportunidades.

¿Qué pasaría si esas “pequeñeces” importaran? ¿Seguiríamos en una sociedad tan enferma? Si existieran más espacios, como este que he expusto -por mencionar una de las tantas exigencias que un joven presenta-, si de verdad importáramos, si los seres humanos fuéramos el centro de la sociedad –no un partido político, no el dinero, no las armas, no el poder- y nuestras necesidades fueran atendidas y no ignoradas, sé que los jóvenes no buscaríamos soluciones en los brazos de las drogas, la violencia, la computadora, el celular, la arrogancia, el egoísmo…

¿Qué nos queda? Exigir y crear. ¿No nos atienden? Atendámonos, no nos quedemos de brazos cruzados, preocupémonos por nosotros, “rebúsquemonos” por nosotros, seamos prójimos con nosotros mismos, porque lo necesitamos para aprender a ser prójimo con el otro. No nos alienemos a la cultura de la indiferencia, del “no ver, no hablar, no escuchar”: que no nos lleve la corriente del desamor. Seamos resilientes.

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LOS CORAZONES LIBRES (Rodrigo Recinos)


Hace ya un par de semanas, el Papa Francisco en su viaje pastoral a América Latina se reunió con los jóvenes paraguayos como última actividad de su recorrido. Sus palabras fueron espontáneas, un discurso improvisado en donde ha tocado el tema de la libertad, nos ha pedido tener un corazón libre, y es precisamente eso lo que me ha dejado inquieto, lo que ha tocado fibras sensibles y ha suscitado preguntas y más preguntas: ¿qué debería entender un joven, o una joven, en un contexto violento e injusto, por tener un corazón libre? ¿Cómo puede ser libre, el corazón de un joven excluido y marginalizado? ¿Cómo experimenta la libertad un corazón que ha sido víctima de abuso, de maltrato, de violencia y deshumanización?

Antes que nada, considero necesario un acercamiento al concepto propio de libertad, como un componente ontológico de todo ser humano.

Insertos en el mundo, vivimos a diario relacionándonos con distintas dimensiones que nos hacen ir experimentando diferentes actitudes de dependencia y necesidad. Estas dependencias y necesidades no provienen solamente del sabernos existentes en el mundo, sino que poseen características biológicas propias necesarias, que aún alejados de él podríamos experimentar. Por tal razón, y nuestra capacidad de conciencia, es que podemos ir realizando actos que están alejados del propio devenir de la naturaleza y de nuestra diversidad con el mundo.

Estos actos, propios del ser humano, son en definitiva una construcción constante de nosotros como personas libres, un proceso que apunta a la intervención del hombre en la historia y la naturaleza. El actuar libremente nos lleva necesariamente a pensar en qué consiste esa libertad que me hace tomar decisiones, nuevas y dinámicas, una libertad que no se encierra en sí misma, sino que en su grado más puro es siempre una libertad para los demás, para el otro.

Es difícil hablar de un concepto claro y unánime, y así lo constata la historia, sin embargo desde mi perspectiva cristiana, la libertad se expresa también con el amor, y es precisamente el amor uno de los componentes de nuestros actos libres, un amor que no espera nada a cambio, un amor que nos sitúa frente al otro y nos exige la no absolutización de mi libertad frente a la libertad de mi hermano o mi hermana; me exige ser responsable y no arbitrario.

Ahora, en un siguiente paso es preciso hablar de libertad desde nuestros contextos e historias, tiene que ser, indudablemente, interpretada desde una óptica de olvido, marginación y opresión, frente al dolor que causan cientos y miles de víctimas, torturados, asesinados, desaparecidos; cientos de jóvenes a los que sus condiciones de vida les han sido menos favorecidas.

Reitero nuevamente lo que en un inicio planteo: ¿cómo puede ser, entonces, libre el corazón de un joven del barrio marginal a quien la juventud se le ha escurrido de las manos y no ha podido gozar plenamente de ella; cómo puede ser libre el joven asediado por el temor latente y amenazas constantes a su vida y la de su familia; el joven con desesperanza, con el corazón destrozado ante la muerte inesperada de un ser querido, arrebatado violentamente?

Si miramos hacia atrás, nos encontramos que ya Israel tuvo la concepción de un Dios que libera y exalta al oprimido; es por esa línea que debemos ir avanzando, teniendo la noción de un Dios acompañante en cada paso de nuestras vidas, de nuestras historias y de las historias colectivas de cada pueblo, de cada cultura; un Dios que quiere la dignidad del ser humano, su plena realización, y es precisamente nuestra vocación humana a la libertad, la que nos abre hacia la realización plena de cada hombre y mujer, nos hace construir nuestro camino con experiencias profundamente humanas.

Todo esto implica afirmar que los enemigos de la libertad, son enemigos de la vida y enemigos, en este caso, de la juventud; impidiendo la no realización del proyecto divino por el cual hombres y mujeres somos esencialmente libres. No se trata de un proyecto a futuro o “más allá”, se trata de las condiciones concretas en donde los valores del Reino se vivan plenamente, en donde el amor al prójimo, la solidaridad, la alegría, el respeto y sobre todo, nuestro corazón libre, puedan vivir en armonía con la naturaleza y los demás seres humanos, nuestros hermanos y hermanas.

Por lo tanto, y para concluir, Dios también se hace presente en los corazones vulnerados y maltratados, en el corazón desolado por el dolor, la amenaza y la angustia, allí donde las señales de vidas son escasas; no como consuelo ligero y superfluo sino como don e iniciativa hacia la realización plena de cientos y miles de jóvenes que quiere ver crecer la vida, sus vidas. Aunque a los jóvenes de nuestro entorno (y me incluyo) les será difícil creer en esta libertad y dignidad mientras se sientan amenazados y víctimas de tanta violencia, injusticia y marginación.

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sábado, 23 de mayo de 2015

“MONSEÑOR ROMERO: Del conflicto eclesial a la esperanza popular”. (Nahúm Ulín)

Introducción.


Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez fue un noble salvadoreño, hombre creyente, pastor de un pueblo sufriente, profeta de una y mil esperanzas, ferviente luchador de los derechos humanos en un tiempo donde vivir en El Salvador era una osadía. Nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, localidad de San Miguel, uno de los 14 departamentos del pulgarcito de América, El Salvador. De familia de procedencia humilde, laboriosa y justa, se le conoce por su praxis pastoral como obispo de la Iglesia Católica, por ejercer desde el púlpito la estruendosa voz de la justicia que a nadie deja indiferente, por acompañar a tanto salvadoreño y salvadoreña desesperanzado. Su voz y praxis tuvieron tanta incidencia que se llega a decir que él es el salvadoreño “más universal”, más conocido por su decantamiento por los y las pobres. Problemas con el gobierno en turno, con la oligarquía, con la guerrilla y con el pueblo fue el precio a pagar por esta opción. Además de estos conflictos se menciona que sufrió una aguda contra de parte sus hermanos de mesa y báculo, sus hermanos del episcopado salvadoreño. Él es una de las muchas celebridades religiosas más conocidas en el mundo actual. Su papel como la voz de los sin voz, el profeta de los y las pobres y otros títulos insignes, hacen de su persona un punto de referencia que interese para investigarle y conocerle, especialmente cuando El Salvador vive uno de los episodios más crudos de violencia e inestabilidad social en la actualidad. Un hombre eminente y profundamente religioso, capaz de religarse (relacionarse) con todo y con el Todo, marca una generación que impulsa cambios (conversión) desde lo personal hasta la esfera política y social en el ámbito salvadoreño, a vísperas del conflicto armado de los años ochenta. Su praxis pastoral desenmascara las falsas imágenes del “dios” alejado de su pueblo, capaz de olvidarle y dejarle en fila de espera para atenderle. Bien, se conoce que Mons. Romero fue un hombre de Dios, acentuando el hecho de no solo por su ser “religioso”, sino, por trascender lo humano, divinizándolo, dándole estatura de dignidad. La tarea de este escrito es intuir cuáles fueron los problemas eclesiales que sobrellevo Romero, cómo trabajo con ellos y qué aportes nos da en la actualidad para lidiar con los nuestros, cómo cargó con esta disyuntiva, cómo desenvolvió su práctica pastoral en medio de la bruma interpuesta por sus hermanos de mesa y báculo, cómo vivió y superó este conflicto. Descubrir estas intuiciones, es nuestra tarea.

MONSEÑOR ROMERO: 

“EL PASTOR EN MEDIO DE LA CRISIS ECLESIAL SALVADOREÑA”

Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue arzobispo de San Salvador desde el 2 de febrero de 1977 hasta el 24 de marzo de 1980. Recibe la tarea de llevar las riendas y el barco apostólico del pueblo salvadoreño, de parte de Roma, luego de que su antecesor – Monseñor Luis Chávez y González – depusiera su cargo iniciado en el año de 1938[1]. Cuando inicia su mandato, Romero logra observa que, además del conflicto social y político que vivía el país (recordemos el conflicto armado que se estaba gestando en la sociedad salvadoreña de los 70´s), la Iglesia – tanto el pueblo, como sus líderes – estaban divididos. Esta división, especialmente la que mostró el episcopado salvadoreño, era una manera sutil de presentar este fraccionamiento que vivía el salvadoreño y salvadoreña en la sociedad[2]. Los Monseñores Eduardo Álvarez, obispo de San Miguel; Pedro Arnoldo Aparicio, obispo de San Vicente; Benjamín Barrera de Santa Ana y Marco René Revelo, auxiliar de San Salvador, fueron los protagonistas de una orquestada maquinaria de deslegitimación contra el obrar y decir de Monseñor Romero[3] (De la conferencia, el único que le apoyó incondicionalmente fue Monseñor Rivera y Damas, obispo de Santiago de María) Esta actitud de contra, le desgató a Romero en todo lo que fue su recorrido de arzobispo y pastor de la grey salvadoreña. 

En otras palabras, Romero no solo tuvo que trabajar por la pacificación de la sociedad salvadoreña ensombrecida por las balas, sino, y con mayor razón, por la unidad de la Conferencia Episcopal Salvadoreña. Se dice que esta tensión, rivalidad y enfrentamiento entre obispos se venía practicando desde hace tiempo atrás, a través de la existencia de actas que manifiestan discordancias entre el prelado, especialmente en los años setentas[4]. También, y como atestiguando ésta profunda experiencia de desolación y crisis eclesial, en su diario personal, Romero escribe lo siguiente: 

La Conferencia Episcopal de El Salvador convocó a una reunión de urgencia. Mi primer intento fue no asistir… Llegué a la reunión y vi que todo estaba preparado. Fui objeto de muchas acusaciones falsas de parte de los obispos. Se me dijo que yo tenía una predicación subversiva violenta. Que mis sacerdotes provocaban entre los campesinos el ambiente de violencia y que no nos quejáramos de los atropellos que las autoridades estaban haciendo. Se acusa a la arquidiócesis de interferir en las otras diócesis provocando la división de los sacerdotes y el malestar pastoral de las otras diócesis. Se acusa al arzobispado de sembrar la confusión en el seminario… Preferí no contestar.[5]

De lo anterior, se puede apreciar el hecho de cómo se sentía Romero, cuando sus mismos hermanos no entendían su opción por un pastoreo honesto con los tiempos que se vivían, tiempos de guerra y de muerte, tiempos donde la vida no era posibilidad de dignidad. Romero había optado por una pastoral más con el pueblo, más con la gente, especialmente con la gente pobre. En una entrevista con el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Terence Todman, Romero afirmó lo siguiente, con respecto a esta opción por el pueblo:

Me parece que ustedes no entienden cuál es el problema. ¿Por qué dice usted eso? Porque el problema no es entre la Iglesia y el gobierno, es entre gobierno y pueblo. La clave es ésa: gobierno – pueblo. No es la Iglesia, ¡y menos el arzobispo! Si el gobierno mejora sus relaciones con el pueblo, nosotros mejoraremos nuestras relaciones con el gobierno. Según le vaya al pueblo: esa será siempre nuestra medida[6].

En Romero hay una clara decantación por un pastoreo como los tiempos lo exigen. Por el lado contrario, sus hermanos obispos Revelo, Álvarez, Barrera y Aparicio, recurrieron a un sinfín de acciones para desarticular la opción de Romero por los pobres[7]. Entre alguna de estas acciones están: condenaciones públicas y pronunciamientos en contra de sus iniciativas; dificultar la difusión del periódico Orientación, dirigido por Romero; en varias ocasiones negaron la persecución eclesial a la que estaban sometidos decenas de sacerdotes, religiosos y laicos; intentaron boicotear la entrega del premio Nobel de la Paz a Romero; enviaban información negativa a Roma; hablaban mal de él en público, como a espaldas; pidieron a Roma deponer su función de arzobispo; publicaron cartas pastorales contrarias a las de él; entre otras más. Además se conoce que estos obispos mantenían cordiales y simpáticas relaciones con el Estado. Se apunta que estas actitudes manifestadas en contra de Romero por el prelado salvadoreño son por razones de envidia y celos hacia su manera de proceder ante la realidad, pastoralmente hablando. Romero, sin quererlo, acrecentó su fama, popularidad y atracción, no sólo de salvadoreños y salvadoreñas, también de gente del extranjero. Sus competencias pastorales fueron marcadamente bien recibidas por el pueblo[8]. A pesar de esta desavenencia, Romero manifestó su convencimiento de que, aunque la división de la conferencia era inminente, su trabajo por la unificación era importante. La desunión de la conferencia episcopal no fue invento de él. Hay testimonios que aseveran la radical adhesión de Romero al cuerpo episcopal, poniendo de manifiesto que la desunión no era una apuesta de él:

Quiero hacer profesión de fe solemne en este momento de mi adhesión al Santo Padre. El Papa ha sido para mí una iluminación y pienso morir fiel a él. También quiero profesar mi comunión con el cuerpo episcopal del mundo[9].

Realmente Romero fue un hombre que intentó darle sentido a su praxis, intentando ser coherente con la realidad. Muy bien se diría que la realidad “le cacheteó”[10], sin misericordia, sin piedad. Le hizo ver lo que realmente era la “realidad del diario vivir”, sin idealismos pero con necesaria utopía, sin falsas antípodas, todo visto desde el contacto con la gente, desde sus penas, esperanzas y triviales alegrías. Romero es lo que se conoce por la gente pobre. Su sacerdocio y su ser arzobispo tienen razón en ellos. Ellos, los y las pobres, le configuraron su opción sobre todo, ellos le ayudaron a encontrar a Dios. Continúo el recorrido, retomando lo que para él significo optar por los pobres, aún en medio de la crisis.

MONSEÑOR ROMERO:

“DE LA CRISIS ECLESIAL A LA ESPERANZA POPULAR”

La crisis eclesial que Romero vivió, le llevó a adherirse, aún más, a su destinatario: el y la pobre salvadoreños. Desde el inicio de su sacerdocio, él decía sentir un especial gusto por estar con ellos[11], además de afirmar, también, el sentir siempre en su interior una preocupación por ese tema[12]. La muerte de Rutilio Grande, sacerdote jesuita asesinado el 12 de marzo de 1977, acrecentó en Romero la indignación sobre el atropello hacia las minorías marginadas. Él dejó interpelarse por este acontecimiento, a tal punto de ordenar una misa única, trayendo como consecuencia, el inicio de la división de la Conferencia Episcopal y el nuncio apostólico Emmanuelle Gerada[13]. La experiencia de la muerte de Rutilio, para Romero significó un antes y un después, un despertar de un largo letargo etéreo, una toma de conciencia y postura ante la realidad incómoda, una necesaria kénosis. Como lo fue para Jesús, Juan el Bautista le abre el sendero para ejercer su misión, su encargo, su trabajo; así Rutilio Grande le muestra a Romero cuál es el camino a seguir: estar con el pobre, vivir para ellos, optar radicalmente por su defensa y vida, como celebrar y compartir sus alegrías, tomarlos como ejemplo, aprender de ellos, dejarse moldear por su realidad. A través de la muerte de Rutilio, él logra ver con claridad a los pobres como “pueblo crucificado[14]”, necesitados de samaritanos y samaritanas capaces de no sólo vendar las heridas de lo inquino, sino estar con ellos hasta dar la vida. A través de esta toma de conciencia, Romero plantea una pastoral menos piramidal, de órdenes, de estructura, llena de legalidad; convirtiéndola en un espacio para el encuentro fraterno que sana la historia, que parte de las víctimas, que busca reivindicar la vida sometida de las mayorías pobres. Los pobres, en Romero, pasan de ser entes sujetos de beneficio a personas sujetas de dignidad y derechos, especialmente en su vida, los pobres pasan a ser la razón de ella[15]. Sus palabras, sus obras, su actuar, su sentir, gira en torno a la opción por el desposeído y desposeída. Dentro de esta opción, y como punto dificultoso, los problemas con los representantes del dios Mammón no dudaron en aparecer. La oligarquía salvadoreña, además de avasallar al pueblo, lo intentó con la vida de Romero. Lo asesinaron, junto a una orquestación con los militares, pero solamente fue para confirmar y dar credibilidad a su adhesión al proyecto de Jesús: dar la vida por los demás, para así transformar la existencia, no en algo propio, sino en algo mayor: el reino de Dios. Su opción radical por el y la pobre, daba fundamento de que la actitud de la Conferencia Episcopal Salvadoreña, siempre con tono despectivo y mordaz, recorría un camino erróneo: ir en contra de la revelación bíblica del Dios decantado por los pobres. La riqueza y la pobreza no la inventó Romero, aunque lo que sí hizo fue esclarecer que una es producto de otra, es injusta por lo que se requiere conversión sincera de todos y todas[16], de la víctima, pero, especialmente del victimario. Romero plantea un cambio de vida radical y holístico, con capacidad de apertura a la justicia social, a la reconciliación y reivindicación de las víctimas, injustamente desoladas, 

¡Dichosos los pobres!, porque saben que aquí está su riqueza, en Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, para enseñarnos la verdadera sabiduría del cristianismo. Por eso les dije al principio, queridos hermanos, que esta página de las Bienaventuranzas no la podemos comprender plenamente, y así se explica que haya sobre todo jóvenes que crean que no es con el amor de las Bienaventuranzas que se va a hacer un mundo mejor, sino que optan por la violencia, por la guerrilla, por la revolución. La Iglesia jamás hará suyo ese camino, que quede bien claro una vez más, que la Iglesia no opta por esos caminos de violencia […] La opción de la Iglesia es esta página de Cristo: las Bienaventuranzas. No me extraña, digo, que no se comprenda […] El mundo no dice: ¡dichosos los pobres! El mundo dice: ¡dichosos los ricos!, porque tanto vales cuando tienes. Y Cristo dice: Mentira, ¡dichosos los pobres!, porque de ellos es el Reino de los Cielos, porque no ponen su confianza en eso tan transitorio[17].


MONSEÑOR ROMERO:

“RECONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DE UN MÁRTIR HABITADO POR LA BONDAD”


Definitivamente y sin miedo a equivocarme, puedo afirmar, contundentemente, que las palabras, obras e intuiciones de Monseñor Romero, a lo largo de sus tres años de arzobispo (1977 – 1980), fueron motivo de esperanza para muchos, como motivos de vergüenza y sentido irascible para otros. La praxis pastoral que Romero ejecutó, como respuesta coherente y humanista ante la realidad de violencia y opresión que vivía El Salvador, la puedo enmarcar en la siguiente frase que Erich Fromm, psicoanalista y psicólogo social alemán, comparte en su libro “el arte de amar, una investigación sobre la naturaleza del amor[18]”,

Ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder. Jonás no se sentía responsable ante los habitantes de Nínive. Él, como Caín, podía preguntar: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La persona que ama, responde. La vida de su hermano no es sólo asunto de su hermano, sino propio. Siéntese tan responsable por sus semejantes como por sí mismo. 

Luego de un largo recorrido de toma de conciencia sobre su rol en la sociedad, Romero se convierte en amante radical de la vida y es por ello que la indiferencia no es parte de su cosmovisión, ya que siempre intenta dar respuesta a los problemas más prioritarios del hombre y la mujer. Romero, al paso de su ser arzobispo, tiene un claro encuentro con la bondad que humaniza. Esta bondad encontrada y asumida le hace explayar su más alto grado de misericordia y sensibilidad hacia los y las demás. Esa bondad le hace acercarse al pobre, no para redimirles, sino, para dejarse afectar por ellos. Descubre, en el mundo de los pobres, esa riqueza vital para dignificar la vida: la necesidad y búsqueda de ese Dios que camina con su pueblo. Romero no solo lleva la bondad a los pobres, la lleva también a sus hermanos de la Conferencia Episcopal, aquellos que intentaron, por todos los medios, hacer fracasar el sueño de Dios, sueño asumido por Romero: la búsqueda incesante de un pueblo y una patria unida. Fraternalmente, enfrentó a aquellos que se dejaron seducir por el egoísmo que anula la concordia, aquellos que utilizan la violencia para generar división, aquellos que portan, como prenda sagrada, la envidia que alimenta al Caín que de alguna manera todos y todas llevamos dentro. Romero practica en vida aquel dicho que aparece en boca de Jesús, el amar al enemigo. Invita a todos a compartir, iniciando con un proceso de sincera conversión, de la mesa del Reino de Dios: militares, oligarquía, sectores armados, sociedad organizada y civil – especialmente la gente pobre, grupos religiosos, en fin, invitó a todos a ser parte del gran banquete del que Rutilio Grande hablaba, aquella mesa donde cada uno tiene un puesto y una misión. En Romero se evidencia la praxis de una “bondad política” capaz de tomar postura en favor del necesitado y necesitada, bondad capaz de hacer valer los mínimos derechos de cada ser humano, bondad capaz de tomar porte ante el ataque de cualquier vertiente. Romero tiene claro el precio a pagar por la práctica de esta bondad. Así como Jesús, el que pasó haciendo el bien (Hch. 10, 38), Romero emprendió la dura cuesta de la práctica del amor. Murió a tiro de una bala cobarde, anónima, injusta, bala que simboliza la iniquidad impuesta al pueblo, la cruz diaria de cada día, el demonio falto por exorcizar. Este hombre frágil, vulnerable y tímido, muestra al mundo la fuerza determinante que tiene el amor para nuestros días. Es por ello que, por su vida llena de bondad, el sigue siendo un misterio.

SAN ROMERO DE LAS AMÉRICAS,

RUEGA POR NOSOTROS Y NOSOTRAS

Conclusiones 

Confieso que en el proceso de este trabajo he asimilado mucho. Enumero los siguientes aprendizajes:

  • La bondad no tiene límites. Todos poseemos bondad, nuestra tarea es encontrarla, asumirla y dejarla ser.
  • Romero es quien es por tres factores históricos: Dios, el pueblo y su asertivo autoconocimiento. Es como una necesaria triada que le configura sus palabras, su praxis y su vida. Su anulamos alguno de esos factores, hablaríamos de otro Romero.
  • Romero convierte las diferencias en aprendizajes, en posibilidades, no los asimila como simples limitantes o problemas. ¿Qué hubiese ocurrido si Romero cae en el juego mezquino que le proponía sus hermanos obispos?
  • En Romero se ve claramente un amor sincero hacia la Iglesia, amor radical, no fanático ni fundamentalista. Romero no pierde vista que la Iglesia es imperfecta, y es por ello el gran amor que le tiene: quiere que sea más humana.
  • Leer la vida de Romero, es leer la historia que llevo en mis venas. Es venerar la memoria histórica de hombres y mujeres que intentaron parir un mundo más habitable. Es encender la chispa de la siguiente duda: si él, con sus desavenencias, pudo hacer algo por mi patria, ¿por qué yo no?
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Bibliografía.

· Morozzo, Roberto; MONSEÑOR ROMERO – Vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010.

· Romero, Óscar A.; SU DIARIO, Arzobispado de San Salvador, 2000.

· López Vigil, María; PIEZAS PARA UN RETRATO, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993.

· Maier, Martin; MONSEÑOR ROMERO – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores: http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf

· Fromm, Erich; EL ARTE DE AMAR – Una investigación sobre la naturaleza del amor.

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Referencias

[1] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 145. 

[2] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 17. 

[3] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 306. 

[4] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 303. 

[5] ROMERO, Ó. Su Diario, 3 de abril de 1978, p. 5 y 6. 

[6] LÓPEZ VIGIL, M. Piezas para un retrato, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993, p. 213 y 214. 

[7] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 305. 

[8] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 309. 

[9] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 19. 

[10] LÓPEZ VIGIL, M. Piezas para un retrato, UCA editores, San Salvador, segunda edición, 1993, p. 55. 

[11] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 173. 

[12] Ibid., p. 174. 

[13] MAIER, Martin; Monseñor Romero – Conflictividad eclesial y carisma ministerial, UCA editores, http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1507/1/RLT-2005-064-B.pdf, p. 11. 

[14] Ibid., p. 26. 

[15] MOROZZO, R., Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010, p. 177. 

[16] Ibid., p. 293. 

[17] Ibid., p. 292. 

[18] p. 36.
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jueves, 21 de mayo de 2015

Monseñor Romero y la Teología de la Liberación (Frank Castillo)

Quiero expresar en pocas líneas unas ideas que vienen dando vueltas en mi cabeza, concerniente al tema y la posible relación que hay entre M. Romero y la Teología de la Liberación. En estos días previos a la Beatificación de Monseñor Romero he participado con mucha disposición y criticidad de foros, conversatorios, lectura de artículos, etc., que giran en torno a la vida y obra de M. Romero. He notado en los escritos, y en las ponencias una tendencia en la mayoría de los expositores a intentar por un lado, encontrar la relación entre Romero y la Teología de la Liberación; y por otro, la mayoría de los expositores que hablan por parte del Arzobispado de San Salvador, intentan desligar y negar que exista relación entre el obispo mártir y el fenómeno teológico tercermundista. 

Debo aclarar que este tema no es nuevo. Desde que M. Romero saltó al escenario eclesial latinoamericano como el Obispo defensor de los Pobres, se intentó ligar (de parte de sus detractores) a Romero con dicha corriente, ya ni se diga después de su martirio y el peso de su vida. Aquí caben hacerse un par de preguntas: ¿Qué pensaba M. Romero sobre la Teología de la Liberación? ¿Qué hizo Romero para que sus detractores lo catalogaran como aliado de dicha corriente teológica? ¿Qué tiene de similitud la Teología de la Liberación con la praxis de M. Romero?

El Obispo Romero y la Teología de la Liberación en un primer acercamiento 

No voy a citar estudios y artículos bien documentados sobre estos temas. Mi objetivo es ser conciso en las ideas. Pero en este primer apartado quiero dejar en claro que en un “primer momento”[1] la relación y postura de M. Romero sobre la naciente Teología de la Liberación no fue buena y mucho menos fructífera. 

De todos es sabido que M. Romero en los tiempos que fue director del “Semanario Orientación”[2] dedicó editoriales enteros para criticar ese fenómeno teológico que él veía contrario a las ideas tradicionales que la Iglesia Católica había promulgado y defendido por muchos siglos. Romero observaba dicha corriente con ojos críticos y desconfiaba en lo bueno que podría salir de esta forma de entender, hacer y vivir el Evangelio. Su celo por la ortodoxia católica no sólo llegaba a la confrontación escrita contra los que implementaban dicha teología, sino que también los enfrentaba en directo con nombre y apellido; de todos es sabido que, por poner un ejemplo, Romero denunciaba de falsa enseñanza la Cristología del P. Jon Sobrino SJ, donde para éste y su teología, dedicó muchos de los editoriales del semanario orientación, donde minusvaloraba y criticaba a dicha cristología como una “horizontalizacion del mensaje cristiano”[3]. Así fue en un primer momento la relación entre Romero y la Teología de la Liberación, no expongo más, pues la idea se sobreentiende.

La praxis pastoral de Monseñor Romero: ¿una teología de la liberación hecha vida? 

Diferente es la relación existente entre M. Romero y la Teología de la Liberación cuando es elegido como Arzobispo de San Salvador. Es tan marcada la diferencia entre esta etapa con la primera (antes expuesta), que podemos decir en forma de resumen que Romero dejó de ser el obispo conservador a ultranza y se convirtió en “la voz de los sin voz”. 

Nadie que es responsable con la historia puede negar que la relación de M. Romero con la Teología de la Liberación es muy distinta cuando éste fue Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador. Sólo quiero partir de un hecho que confirma dicha idea, quienes son los que asocian a Romero con la corriente teológica en un primer momento: No son los miembros de la Iglesia salvadoreña, mucho menos la gente del Vaticano; son la gente rica del país, los que colaboraron en hacerlo arzobispo, son los que lo acusan a Romero de haberse aliado a dicha corriente teológica. Aquí cabe mencionar que Romero fue visto con recelo desde su decisión de hacer la “Misa Única”[4] en homenaje y denuncia del Asesinato del P. Rutilio Grande SJ, sacerdote intachable y buen amigo de este. Estas primeras decisiones le mostraron a la Oligarquía Salvadoreña que su carta eclesial había cambiado. Tampoco podemos negar, que algunos miembros de la Jerarquía de la Iglesia Salvadoreña se pondrán en alerta con las decisiones que el recién Arzobispo ira tomando. 

¿Qué hizo M. Romero para ser acusado por parte de la Oligarquía Salvadoreña de ser un ideólogo de la Teología de la Liberación? Aquí cabe una aclaración que es fundamental: la Teología de la Liberación no nace en una academia o universidad, no nace en un escritorio y mucho menos es concepción de unas mentes iluminadas. No y mil veces no, la Teología de la Liberación nace y se mueve en un primer momento en la vivencia de fe de las comunidades pobres y cristianas del continente latinoamericano. Ósea la teología de la liberación nace y se inspira por los pobres y marginados, aquí toma un papel protagónico la “Lectura de la Biblia desde los pobres”[5]. Los pobres se preguntan ¿qué piensa y quiere Dios de la pobreza y exclusión que ellos sufren?, la lectura de la biblia y la vivencia cristiana se vuelve una expresión de revolución y de rebeldía al sistema establecido. 

Si la Teología de la Liberación nace y crece en el seno de las comunidades pobres, es lógico pensar que M. Romero al ser un hombre cercano a la realidad del pobre, se verá confrontado e interpelado por dicha forma de hacer teología. Es la cercanía del pastor con su rebaño lo que hace que Romero empiece a ver la novedad que es la Teología de la Liberación, que no pretende más que, responder a la pregunta ¿Cómo decirles a los pobres que Dios los ama? El contacto con la gente pobre y su realidad le demostrarán a Romero que es urgente un nuevo paradigma teológico (no se trata de cambiar de mensaje, sino de ser fieles a la esencia del EVANGELIO). M. Romero no solo conocerá y entenderá los dolores y sufrimientos de su pueblo, sino que como buen cristiano deseará y tendrá que luchar por transformarlos, y creo personalmente que ese será su cercanía fundamental a la Teología de la Liberación, la fe entendida en clave liberadora, no se conforma con esperar la “Salvación escatológica”, sino más bien, busca construir una penúltima palabra que sea preámbulo digno y justo de la última palabra salvadora de Dios. Siendo más explícitos, Romero ya no solo predicaba la salvación en la otra vida, de la cual nunca dejo de esperar y confiar, sino que comienza a predicar y a construir una salvación en esta historia, comienza a comprender que las cuestiones y temas estructurales son importantes y necesarios para construir una nueva sociedad, justa y libre, donde los pobres tengan un lugar. 

Recapitulando y concluyendo este apartado, se puede afirmar que la cercanía de M. Romero a la Teología de la Liberación se da por su contacto con la realidad de los pobres, la dolorosa e injusta exclusión a la que los pobres se ven sometidos, enseña a Romero donde y como debe de actuar un verdadero seguidor de Jesús. Romero no solo se acercó, comprendió y se solidarizó con los pobres en contra de su pobreza, sino que además se ENCARNO, se hizo parte de ellos, de sus sufrimientos y angustias, pero también de sus esperanzas y sueños, en fin, M. Romero hizo caso a Jesús y se fue a buscarlo y servirle donde los sencillos y humildes. Total ahí se encarnó el mismísimo Dios, ¿no es ese el principio de la fe cristiana? M. Romero no era un teórico de la Teología de la Liberación, más bien la practicaba, porque hacia vida el Evangelio. 


Monseñor Romero un humilde servidor de Dios que puede pedir perdón sin pedirlo (Reconciliación simbólica con la Teología de la Liberación) 

Termino estas ideas, con algo que me parece bota la tesis de aquellos que defienden a capa y espada la NO cercanía (si se puede decir así) entre M. Romero y la Teología de la Liberación. 

El P. Jon Sobrino SJ, es uno de los referentes mundiales de la Teología de la Liberación, él ha vivido casi toda su vida en El Salvador, y desde que ha estado en el país, ha intentado servir a la Iglesia, a la Compañía de Jesús y al pueblo Salvadoreño desde su Sacerdocio y su Teología. Pues bien, como mencione anteriormente en un primer momento, M. Romero enjuiciaba de reduccionista las enseñanzas en materia Cristológica enseñada y profundizada por el P. Sobrino, la relación entre ambos en un primer momento fue nula. El mismo P. Sobrino cuenta que es hasta los acontecimientos del “Asesinato del P. Rutilo Grande”, donde tiene algún contacto con Monseñor. Pero las cosas cambian, y los caminos se hacen al andar, igual que las amistades. 

M. Romero, el obispo defensor de los pobres, el hombre que llego a ser “la voz de los sin voz”, no es la misma persona que un día vio con recelo a los “curas progresistas”, no es la misma persona o no tiene la misma perspectiva de ellos y su forma de hacer vida el Evangelio. Algo le paso, unos le llaman conversión, yo lo llamo “Encarnación en la redilad del pobre”. M. Romero había decidido actuar y transformar desde el Evangelio, la realidad de pobreza de El Salvador. Y ahí se da el encuentro de caminos, la realidad del pobre es donde convergen M. Romero y los Teólogos de la Liberación, convergen por algo común: “su sueño de transformar la realidad salvadoreña”. 

Y así empieza un acompañamiento y trabajo colaborativo entre Romero y muchos de los curas y teóricos aliados a la Teología de la Liberación. El P. Sobrino, el P. Ellacuría y otros se vuelven colaboradores del Arzobispo. A tal grado que el P. Sobrino le escribe un discurso que M. Romero leyó el día que fue investido con el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Lovaina de Bélgica. 

A quienes dicen que M. Romero no tiene relación con la Teología de la liberación, les recuerdo que un Teólogo de la Liberación tuvo el privilegio de “escribirle un discurso tan importante para M. Romero, donde este expone la Dimensión Política de la fe desde la opción preferencial por los pobres”. Si M. Romero no confiaba en la Teología y los Teólogos de la liberación, por qué acude a ellos con semejante solicitud. La reconciliación es simbólica, los pobres fueron el lugar donde M. Romero y la Teología de la Liberación encontraron su punto de comunión, y es curioso que en esa realidad, también Dios puso su común unión con la humanidad, encarnándose en lo pobre y sencillo. 

______________________

[1] Primer momento: Obedece a los años previos a que M. Romero fuera electo como Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador. Intentando dar unos años nos referimos al tiempo que va de 1970 a 1977. Solo por colocar una fecha. 

[2] Semanario Orientación: periódico semanal editado y publicado por la Arquidiócesis de San Salvador. 

[3] Horizontalización del mensaje cristiano: para M. Romero, la cristología del P. Sobrino (en un primer momento), era una reducción del mensaje cristiano, ya que priorizaba y enfatizaba más una salvación histórica que trascendente. 

[4] Misa Única: es la decisión que M. Romero tomo por hacer una sola eucaristía en toda la Arquidiócesis de San Salvador, como señal de repudio y denuncia del Asesinato del P. Rutilio Grande SJ (12 / 03 1977). 

[5] La lectura de la biblia por parte de los pobres, cobra un sentido nuevo y revolucionario. No es lo mismo leer la biblia (por ejemplo las bienaventuranzas) en un mundo de bonanza y riqueza que en un mundo de pobreza y exclusión.
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martes, 5 de mayo de 2015

Opción por los Jóvenes (Nahúm Ulín)

Una mirada desde las cinco conferencias del episcopado latinoamericano (Río de Janeiro – 1955, Medellín – 1968, Puebla - 1979, Santo Domingo – 1992 y Aparecida – 2007)

Introducción


El tema sobre juventud es apasionante y prometedor: es hablar de futuro, renovación, nuevas posibilidades hacia lo mejor. Es visualizar la esperanza en carne joven, es la primigenia necesidad de ser rebeldes ante situaciones que motivan a envejecer, a no movilizarse, a practicar el estatismo que nos lleva a la indiferencia. Por otro lado, y más en la actualidad, juventud hace referencia a crisis, desorden, vida sin rumbo, caos, más aún cuando existen un sin número de factores culturales, económicos y religiosos que hacen de este tema, algo tenso y difícil de tratar.

Bien se dice que el futuro del mundo está en los jóvenes de hoy y, también y con mayor relevancia, considero que el futuro de la Iglesia está en ellos y ellas. Una estructura eclesial avejentada – como se presenta la Iglesia Cristiana Católica hoy, en muchos de los casos por su lenguaje y tradiciones – necesita rejuvenecer, siempre en parámetros de nueva humanidad, claro está. Es por ello,  que la intención del escrito es dar un vistazo transparente de cómo la Iglesia ha ido optando por la juventud y desde esa opción, reflexionar qué tipo de Iglesia se nos impera vivenciar hoy.

Los Jóvenes y la iglesia Latinoamericana 

Conocer sobre los jóvenes no es fácil[1]. En Latinoamérica, actualmente la juventud es un sector en riesgo por realidades como la violencia, la falta de educación, las drogas, las pandillas juveniles, la migración, el desempleo, el desencanto político, las agrupaciones ilícitas, en fin, todo aquel espacio que pone en peligro y crisis el pleno desarrollo y dignidad de ellos y ellas. La realidad da señales de cómo los jóvenes viven tiempos cada vez más difíciles, llenos de desesperanza histórica.

Por otro lado, hablar de los jóvenes es hablar de rejuvenecer, de nueva vida, de nuevas posibilidades, de nuevas esperanzas. La Iglesia, ante esta realidad duélica, ha hecho una opción por la vida de los jóvenes, según se ve manifestado en Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, Conferencias del Episcopado Latinoamericano.

Aunque en el Concilio Vaticano II (1965 – 1968) se hace referencia a la vida de los jóvenes en la Iglesia, la toma de conciencia de este tema en el continente latinoamericano inicia en Medellín – Colombia (1968), segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano[2]. Una de las intuiciones más novedosas del porqué esta opción por los jóvenes, según el CELAM[3], es porque son motivos de fuerza y presión para movilizar cambios, por lo numerosos que son en el continente[4], 

la juventud se presenta como un nuevo cuerpo social portador de sus propias ideas y valores, que vive a la vez una época de crisis y cambios que son causa de conflictos, lo que exige un sincero esfuerzo de comprensión y diálogo[5].

Ante la imperante realidad juvenil en la actualidad, Medellín propone lo siguiente,

Que la Iglesia adopte una actitud francamente acogedora hacia la juventud, esto le ayudará a comprender sus valores y auscultar sus actitudes... Sabiendo lo que representa para los jóvenes el valor de la autenticidad debe ayudarles a profundizar en ella, y a que se hagan una autocrítica de sus propias deficiencias[6].

La conferencia en Medellín – Colombia,

parte de un contexto donde las opresiones militares estaban gestando un continente falto de dignidad y derechos. Las guerras y violencias armadas estaban dejando el lastre de una juventud sin oportunidades, sin posibilidades, sin esperanza.

Medellín, como intuición importante, propone acompañar a los jóvenes para que ellos y ellas sean los protagonistas de su historia, comprometiéndose así con la historia latinoamericana. Sin lugar a dudas se puede asegurar que Medellín hace una opción por los jóvenes muy vital. No sólo les ve como objeto de educación, sino, sujetos de aprendizajes capaces de estimular libertades y responsabilidades necesarias.

La conferencia en Puebla – México, 

tercera del episcopado latinoamericano, retoma el rol protagónico de los jóvenes en la sociedad. Menciona a los jóvenes como “auténtica fuerza renovadora[7]”, capaz de comprometerse con su historia. Esta reunión, como parte vital de su reflexión, analiza el cómo el consumismo y la relatividad causan efectos nocivos para la vida de la Iglesia, siendo los jóvenes el grupo más amenazado por esta realidad.

Puebla, además de reconocer fuerza y compromiso en los jóvenes, logra percibir que los insumos críticos del pensamiento y el quehacer creativo pueden posibilitar inicios de cambios sobre las estructuras predominantes, especialmente la económica, intentando apostar para humanizar más las relaciones con los y las demás. Los jóvenes son referidos como actores vitales del cambio de estructuras, a partir de sus capacidades y dones. Además,  estas dos conferencias[8] logran visualizar a los jóvenes como claves actores políticos, protagonistas de la historia de sus países, pues, el compromiso cristiano se entiende desde las coordenadas de opción por los pobres, la fe se ve referida a estar con la gente, especialmente los marginados y excluidos. Esta conferencia es conocida por el "espaldarazo" que da a la bien nombrada Teología de la Liberación.

En el caso de Santo Domingo,

cuarta conferencia del episcopado latinoamericano, se retoma el protagonismo juvenil, mencionando el fortalecimiento de una pastoral juvenil organizada (orgánica[9]) Se apuesta por el seguimiento y acompañamiento de los jóvenes para potenciar el sentido de la vida, la dignificación del entorno y la humanización de las estructuras. Se puede intuir que el tema de los jóvenes, más que vincularlos a la vida en sociedad y la política, lo hace más para prepararlos a la dinámica eclesial, prepararlos para ser evangelizadores.

Para el caso de la última conferencia, en Aparecida, 

el tema de los jóvenes se vuelve a retomar ahora con el matiz del discípulo y misionero[10]: aquel creyente dispuesto a llevar el mensaje de Jesús a cualquier rincón latinoamericano.  Esta conferencia  aparece como una continuación de la anterior, ya que, ven en el joven potencial buenas noticias, eclesialmente hablando, más que de incidencia política.

Al paso del tiempo, la Iglesia ha ido tomando conciencia del rol de los jóvenes en la sociedad, en la política, en la educación, en la economía, en la Iglesia misma. Medellín y Puebla, por el contexto en el que se movilizaron, muestran el protagonismo del joven no sólo como receptor de la buena nueva, sino, también como posibilidad de cambios en las estructuras, especialmente las marcadas por el anti – reino[11].

Concluyendo

Los jóvenes son vistos no como agentes pasivos que reciben un mensaje, más bien son resaltados como factores imprescindibles para un utópico cambio. Es importante mencionar que en la primera conferencia, acaecida en Brasil – Río de Janeiro, fue lo contrario a la segunda y tercera reunión, pues, los jóvenes fueron tomados en cuenta, pero, solo para acrecentar las filas vocacionales.

En el caso de la conferencia de Santo Domingo, los jóvenes son sujetos de reflexión más eclesial que social. Son sujetos de evangelización (recordando que esta reunión tuvo como centralidad temática los 500 años de evangelización del continente), más que de incidencia política y social.

En el caso de Aparecida – Brasil, se retoma nuevamente la opción por los jóvenes, retomando su realidad y posibilitando un protagonismo concreto, a través de la llamada misionera: ser discípulos para una mejor convivencia con el entorno. Podríamos decir que de alguna manera se regresa a lo planteado por Medellín y Puebla: los jóvenes no son simples receptores de la fe, también tienen el deber de ejecutarla.

Para concluir, la Iglesia ha hecho opción por los jóvenes, pero, obviamente con intencionalidad y respondiendo al tiempo histórico de cada conferencia. Por las convulsiones sociales, Medellín y Puebla son las reuniones más enigmáticas pues estas responden al contexto de injusticia latinoamericano, intentan ser coherentes con lo que se vive.

De alguna manera, Santo Domingo da un giro simbólico al pretender silenciar los aportes de las dos conferencias pasadas. Aparecida intenta vislumbrar y dar continuidad a lo trabajado anteriormente, poniendo el énfasis en la praxis misionera de la Iglesia, motivando a los discípulos del Reino a trabajar con coherencia y sensatez.

Bibliografía:







Referencias en el documento 



[2] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[3] Consejo Episcopal Latinoamericano.

[4] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[5] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] No menciono a la primera conferencia de episcopado, en Río de Janeiro – Brasil, pues, el tema e importancia de los y las jóvenes sólo se toma en vista a aumentar las vocaciones religiosas, por la creciente disminución de adeptos al cristianismo católico y el alza del rostro evangélico en Latinoamérica.

[9] http://www.mercaba.org/Pastoral/C/celam_documentos.htm.

[10] http://www.pjlatinoamericana.org/documents/magisterio_latinoamericano/La_opcion_por_los_jovenes_en_Aparecida.pdf

[11] Todo aquello que va en contra de los valores del reino de Dios: la justicia, la verdad, el amor, la paz, etc.

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jueves, 5 de febrero de 2015

Sobre la proclamación de Mons. Romero como Mártír (Juan Bautista)

La proclamación de Monseñor Oscar Romero, mártir in odium fidei por parte del Papa Francisco, no sorprende pero si cuestiona. La vida episcopal de Monseñor Romero estuvo marcada por ocasiones de encuentros frontales, a veces absurdos, con representantes de la jerarquía política y eclesial de El Salvador, incluyendo un Nuncio Apostólico. No es un triunfo sobre los otros, ni un acto de reparación moral o eclesial: leo esta proclamación de Monseñor Romero mártir, como un signo de comunión de la Iglesia con el sentir de su pueblo, especialmente el pueblo también mártir, también asesinado y también tratado injustamente... Como Monseñor Romero.

Y queriendo ser curioso, me planteo unas preguntas, algunas con respuestas seguras, otras con dudas, y alguna con otra pregunta escondida. 

 Mártir por odio a la fe, sí... Pero ¿Cuál fe? 


No podemos negar que las polarizaciones del siglo XX también tocaron lo interno de la Iglesia, y cada uno con un argumento elaborado -no juzguemos si bien o mal-, defendía una posición dentro de la misma estructura y sus opciones pastorales. Muchos de los que celebraron (porque es real e histórico que hubo gente que celebró el asesinato de Romero, tal como Herodes y Pilatos se juntaron para cenar después del asesinato de Jesús de Nazaret) era católicos practicantes. Gente “de fe”.

En su homilía del funeral del Padre Octavio Ortiz, asesinado por la Guardia Nacional mientras daba un retiro de iniciación cristiana, Monseñor Romero hacía referencia a las acusaciones que le hacía el presidente salvadoreño de turno en México, de “predicar política y alejarse de la doctrina oficial y la espiritualidad que otros sacerdotes sí predican”. Seguramente hablaba de sacerdotes “de fe”.

Mayo de 1979. En audiencia con Juan Pablo II, Monseñor Romero intenta explicar la tensión entre el pueblo y el gobierno, y cómo al estar a lado del pueblo, la Iglesia ha hecho parte en esta tensión. Le explica la persecución a la iglesia, que ya ha cobrado la vida de varios sacerdotes, muertos por la Guardia, acusados de ser guerrilleros. “¿Y acaso no lo eran?”, es la respuesta del Papa. “Usted debe esforzarse en una mejor relación con el gobierno. Una armonía entre la Iglesia y el gobierno es lo más necesario en este tiempo de crisis”. Es el sabio consejo del Papa, que contó más adelante, con pesadez y soledad en el rostro Monseñor Romero. Este fue el último encuentro del Romero con Juan Pablo II, hoy santo de la Iglesia por ser un modelo “de fe”.

San Agustín decía: “Martyrem non fecit pœna, sed causa”: es decir, no es la pena sino la causa lo que hace al mártir. La fe de Monseñor Romero, tal como la vivió, la profundizó y la practicó fue lo que al final de su vida le generó los amigos que tuvo, tiene y lo dicen con orgullo, y los enemigos que tuvo, tiene y hoy lo admiten con más o menos libertad. Odiaron su fe y las obras que su fe le llevó a realizar, tal como lo dice la Carta del apóstol Santiago. Y no solo la odiaron sino que prefirieron otra, menos convulsa, menos desafiante, más singularizada, personalista. 

Es tal vez esa “otra fe” que prefirieron los que mataron a Romero, uno de los grandes peligros que la Iglesia hoy vive en sus adentros, y que usualmente explota para hacer propaganda de una vida pastoral “activa” y preocupada. La invitación que hace el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium de preferir “una iglesia accidentada por salir, que una iglesia enferma por quedarse encerrada en sus adentros” es ciertamente una palabra profética para mirar con sinceridad de corazón cuál es la fe que vivimos y proclamamos, y cómo la vivimos y cómo la proclamamos.

Cada vez son más los grupos juveniles, ministerios, cofradías y demás que eligen barnizar la fe. Y como el barniz sirve para ocultar imperfecciones, la consecuencia lineal es un olvido pastoral por las personas, por sus condiciones de vida. Aunque en algunas pastorales juveniles y grupos eclesiales se cuentan con personas expertas en dinámicas de grupos, pocas veces esas actividades terminan aterrizando en la necesidad de “bajar de la cruz” -tal como lo dice Jon Sobrino- al pueblo crucificado. Le enseñamos a los jóvenes cómo trabajar en grupo sin darles un para qué verdaderamente sustancial y coherente con el evangelio. Sin desmeritar esas estrategias de evangelización que podrían resultar tan populares, vale la pena preguntarse cuál fe estamos p!romoviendo. 

Monseñor Romero fue asesinado por odio a la fe, lo ha decretado la Iglesia. Durante mucho tiempo el debate en la Congregación de la Causa de los Santos, una vez presentada la solicitud para la canonización de Monseñor Romero, estuvo centrado en si el contenido de sus homilías realmente transmitían la fe cristiana, y si el motivo de su asesinato fue, más que nada, político. El debate era ciertamente necesario, porque no se puede entender quién fue Romero sin conocer el contexto social en el que él fue. Al final lo que la Iglesia ha dicho con la promulgación es que lo que dijo Romero en sus homilías es lo que ha dicho la Iglesia en dos mil años, y si lo dice la I!glesia, es porque la ha inspirado el Espíritu de Jesús.

¿Qué decía Monseñor Romero en sus homilías? “Hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y el que no quiere dar por amor y por justicia social, se impone a que se lo arrebaten por la violencia (Homilía 6 de enero de 1980)”. “La Iglesia no puede callar ante las injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar (Homilía 24 de julio de 1977). “El pastor tiene que estar donde está el sufrimiento (Homilía 30 de octubre de 1977)”. “La religión no consiste en mucho rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque le hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios (Homilía 5 de febrero de 1978)”. “Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado (Homilía 24 de marzo d!e 1980). 

Esa fue la fe por la que le odiaron, le mataron y mataron a sus sacerdotes, catequistas y religiosas. Esa fue la fe por la que por mucho tiempo prohibieron su memoria en El Salvador, y que incluso dentro de la Iglesia mantuvo “bloqueado” el proceso de su beatificación. No era una fe en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino una fe en el Pueblo Santo de Dios, en el que se hace presente el mismo Jesús que lucha y se desgasta para que cada persona viva con dignidad y calidad de vida. Esa fe no admitía ensimismamiento, no admitía predicaciones sin testimonio, ni obras sin riesgos, mucho menos evangelizar sobre seguridades. Su palabra tuvo protestas con propuestas, y un constante volver a los Evangelios, a la palabra que Jesús tiene tanto para esas situaciones de injusticia que hoy son tan reales como en aquellos tiempo, como para la defensa de los que aún sin voz para levantar, siguen esperando en Dios para volver a alabarle, como dice e!l salmista.

La iglesia, el cura, el grupo, el movimiento que de la espalda a esta fe, le da la espalda al mismo Jesús, que fue fiel a su Padre, a su ministerio, a su fe, a sus convicciones. Porque ya hace falta decir, cada vez más alto y claro, que hay que pasar de ser cristianos de emociones a ser cristianos de convicciones, más aún cuando sabemos que por emociones hacemos y decimos en m!uchas ocasiones estupideces, y cuando actuamos por convicciones solemos hacer lo correcto. 

Mártir proclamado por la Iglesia, sí... Pero ¿Hacía falta proclamarlo?


Pedro Casaldáliga, obispo emérito de Mato Grosso en Brasil, en su libro “El vuelo del quétzal” cuenta que en una conversación con Jon Sobrino, mientras visitaban la tumba de Monseñor Romero, le decía: “tal vez es mejor que a nadie se le ocurra canonizar a Monseñor Romero, porque sería como pensar que la primera canonización no sirvió. Le harían una ofensa. Él es s!anto de un modo muy particular. Ya está canonizado. Por el pueblo. No hace falta nada más”. 

Es difícil creer en los procesos de una institución como la Congregación de la Causa de los Santos. Cada año, el 1 de noviembre en la Festividad de Todos los Santos, el sacerdote jesuita que trabaja en el Japón, Juan Masiá, inicia diciendo: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Interesante literatura, como la del escritor Kenneth Woodward, revela incluso algunos costos en los que se incurren para proclamar a alguien santo, como por ejemplo, los diez m!il dólares que vale el alquiler de la Plaza San Pedro para la ceremonia. 

Cuando se compara el proceso que siguió la causa de canonización de Juan Pablo II y Monseñor Romero, encontramos que ciertamente hay categorizaciones muy difíciles de ignorar. Uno, el primero, proveniente de la Europa Central, con una prominente carrera eclesiástica que comenzó desde muy joven, fue beatificado por uno de sus más fieles colaboradores en temas doctrinales (Benedicto XVI) haciendo uso de un recursos extraordinario, como lo es la dispensa de esperar 5 años del fallecimiento del candidato. En 2014 se realizó la canonización. Entre la muerte del Juan Pablo II y y su canonización solo hay una distancia de 9 años. Romero murió en marzo de 1980 y se tuvo que esperar hasta 1997 para concretar la posibilidad de abrir su causa de beatificación, y no ha sido sino hasta este 2015 que ésta se ve realizada. Entre la fecha de su muerte y su p!roclamación como mártir han pasado 35 años y tres Papas. 

Desde el principio no era descabellado intuir lo complicado y hasta tortuoso que podía llegar a ser para los proponentes abrir la causa de beatificación de Monseñor Romero. Monseñor Vincenzo Paglia, postulador de Monseñor Romero ante la Congregación de la Causa de los Santos, recibió un espaldarazo de Francisco cuando se le escuchó decir en su rueda de prensa al regreso de su visita a Corea del Sur que no había ningún impedimento para continuar, que no había nada en c!ontra de Romero, que era un hombre de Dios.

Volviendo la reflexión inicial, no está de más preguntar si realmente hacía falta completar este proceso, que mucho tiene de burocrático, llamado beatificación. La “fábrica de santos”, como es conocida la Congregación encargada, ha invertido más tiempo analizando los contra que sopesando los pro a favor de la figura de Romero, que lejos de pasar inadvertida, viene a convulsionar cristianamente las comodidades de los que estudian su vida y obra. A diferencia de ellos, de los cardenales y ministros de la Congregación, tal como lo definió Monseñor Paglia en su discurso del 25 aniversario del martirio de Romero, éste no era una analista, era un apasionado; su opción preferencial por los pobres no venía como postura nacida de un férreo estudio filosófico o político de la realidad, ni respondía a un discurso ideológico como muchos de los que se dieron entonces; con mucha más profundidad, su voz y su pastoreo perseguían únicamente el anhelo de seguir a Jesús. Y fueron esos pobres que eligió los que comenzaron a llamarle mártir y santo, horas después de su asesinato, obviando de hecho los duros procesos que la aristocracia católica reporta como apropiados para llamar a alguien con esos títulos. Desde hace mucho tiempo no pocos sacerdotes son los que le nombran durante la Plegaria Eucarística de sus misas, y no cuando nombran a los difuntos, sino cuando mencionan a los santos y mártires, “y cuántos v!ivieron en la amistad de Cristo a través de los tiempos”. 

Tan Iglesia son los que en el Vaticano estudian su causa, la promueven o la protestan, como los que en El Salvador y en toda América Latina utilizan su nombre para signar su movimiento, comité o agrupación; por lo tanto, y siguiendo la tradición del “vox populi” con la cual se nombraban los santos en las primeras comunidades cristianas, Monseñor Romero es todo lo que hoy el Vaticano dice que es, incluso mucho antes de que lo dijera, y sobretodo cuando no lo dijo o cuando algunos d!e sus miembros lo negó. 

Es posible que algunos de los que dudaron que los pies sobre los cuales se sostenía la figura emblemática de Monseñor Romero fueran lo suficientemente firmes para mantenerlo erguido “por fuerte que fueran los vientos”, como dice el cantante, hoy sientan que la firma del Papa Francisco a la proclamación del martirio de Monseñor Romero sea mas bien un acto reivindicatorio, como ha manifestado tan erróneamente el Arzobispo de Panamá al conocer la noticia de la pronta beatificación. Lejos de la necesidad de reivindicar, corregir o hacerle justicia a este obispo salvadoreño, vale más encontrar en este gesto un signo del deseo de la iglesia jerárquica de entrar en comunión con la iglesia peregrina, la iglesia pobre, la iglesia también mártir. Esta relación entre las jerarquías y las comunidades es vital que sea releída desde este signo de los tiempos, porque no se puede aspirar a crear procesos de evangelización que sean realmente cristianos y que sean realmente buena noticia, sin poner las cosas en su sitio: no se le puede pedir a los cristianos pobres que adopten estilos de vida basados en doctrinas, sino se le pide a l!os que adoctrinan que primero se dejen interpelar por los estilos de vida de los cristianos pobres.

La iglesia jerárquica debe entrar en comunión con el pueblo, no al revés. Y esa no es un posición teológica de pensadores tercermundistas, revolucionarios o contestatarios. Eso lo dice Jesús: el hombre no está hecho para la ley. Desde luego que, a la luz de estas reflexiones, resulta evidente que en ni en El Salvador ni en ningún país de Latinoamérica hace falta una proclamación oficial para decir que Monseñor Romero es santo. Desde que murió se le reconoce como tal, y obviamente no solo por cómo murió sino por cómo vivió, y al culminar este proceso algo tarde, da la sensación de que no es el pueblo ni las comunidades las más beneficiadas, ni que es Monseñor Romero el reivindicado, sino la misma la Iglesia: la que se equivocó cuando la Conferencia Episcopal de entonces le acusaba y le daba la espalda no solo a él sino al pueblo que sufría; la que fue indiferente a sus denuncias e intentos de lograr apoyo del Vaticano y de Juan Pablo II para detener las constantes masacres y violaciones a los derechos humanos de los que eran víctimas sus fieles salvadoreños; la que se opuso a que realizara una misa única por el asesinato del sacerdote jesuita y amigo Rutilio Grande, cobijándose en los incisos y numerales que el Derecho Canónico contiene; la que hizo lobby para quitar fuerza a la postulación que hizo el Parlamento Británico de Romero al Premio Nobel de la Paz, y que en su lugar fortaleció la de una religiosa políticamente más dócil; la que dilató su proceso de beatificación por considerar que en vida había más contenido político que teológico, sabiendo que en el fondo existía un terrible temor a ser interpelados por un obispo que puso la mano en el arado y no miró atrás, ni siquiera un instante.

Hoy Romero le está haciendo justicia a la Iglesia, hoy Romero está abriendo las puertas y ventanas para que en el futuro sean más los que puedan encontrar, no en él sino en Jesús, el valor y la firmeza que también Josué tuvo para guiar a los israelitas a la Tierra Prometida.

Y vale la pena decir una cosa más: si ha sido proclamado es porque para alguien hacía falta hacerlo. No creo que nadie se oponga a esto, al menos no en público. Cada vez que un santo se fabrica existe la tentación de querer mitificarlo y sacarle el mayor provecho posible: en estampitas, en peregrinaciones, en estatuillas, con novenas, con libros con su vida, obra y milagros, y quién sabe, también en películas con algún artista renombrado. Algo sobre lo que vale la pena detenerse a reflexionar es que al haber sido declarado Romero mártir, no se necesita la c!ertificación de milagros realizados para continuar con el proceso de beatificación. 

Dicho de otra manera: Romero no necesita pasar encima de la naturaleza, ni ser utilizado como conjuro para recibir el culto apropiado. Romero, pues, seguirá siendo un hombre ordinario, sincero y sencillo, coherente y sensato, rezador y fotogénico. Es tal vez lo más bello que hay en todo el proceso: que Romero llegue a los altares siendo como es, un hombre auténtico, apegado al Evangelio y que eligió a los pobres, los defendió y con ellos quiso su suerte echar. Tal vez sin milagros Juan Pablo II no hubiese llegado a los altares, y menos si al investigarle profundamente se hubiesen vislumbrado indicios, por más mínimos que fueran, de su protección a sacerdotes acusados de pedofilia o de financiamientos a grupos como Solidaridad en Polonia o la Contra nicaragüense. Al no necesitar milagros para ser declarado santo, Romero no se posiciona superior a ninguno que sí; la dinámica no es vertical, sino horizontal. Lo coloca más cerca de los que, al igual que él, tal vez sin tanta prensa, tal vez en otro contexto histórico, tal vez enarbolando otra causa, siguen siendo leales a Cristo y al Evangelio manteniendo su fidelidad a sus convicciones y a los pobres y excluidos por el mundo. 

Pasará el tiempo y nos quedará sin responder la pregunta de si hacía falta que llegara Francisco, proveniente de las periferias latinoamericanas y de una orden religiosa que se mantuvo particularmente cercana a Romero, para alcanzar su beatificación. Lo cierto es que ahora más que otras veces, se va sintiendo más próxima esa Iglesia pobre para los pobres, incluso en las personas que toma como modelos para presentarlo a sus fieles. Lo cierto es que aunque Romero viene a ser la voz de los sin voz, de los pobres pues, tiene mucho más que decirle a los que ocupan altos cargos que a los mismos pobres. Lo genial de Romero y el origen de su gran vínculo y aceptación con los clases populares no está en que era un gran líder para ellos o simplemente porque era cura: resulta que Romero les vio, les escuchó y ellos, los pobres (perdonen que los mencione tanto) no eran invisibles para él, que era la jerarquía más alta de la iglesia salvadoreña por esos días. La figura de Romero tiene más de ejemplo y modelo para los obispos y sacerdotes: sobretodo para aquellos que a través del miedo imponen y deciden lo que más le conviene a ellos, para luego decir que es lo que más le conviene a la iglesia; para aquellos que han abandonado a su clero y de pastor solo tienen el báculo para celebrar misas y novenas; para aquellos que anteponen la diplomacia al derecho a la verdad, y que no denuncian lo que hiere la dignidad de su pueblo por temor a perder privilegios y favores de gobiernos que se hacen llamar amigos; para aquellos que se resisten a consultar sus opciones y prioridades, y no escuchan más que los ecos de sus propias voces, dejando en el olvido el clamor de aquellos hombres y mujeres que también forman parte de la Iglesia y son los que de hecho la hacen moverse, en el silencio y la soledad. Para todos ellos Romero tiene una palabra, y también para los políticos, los empresarios, los a!dinerados, los que eligen la violencia para resistir.

Tal vez sí hacía falta proclamarlo, y con esto ya se logre colocar visiblemente lo que en realidad el p!ueblo espera de sus pastores. No alguien que los gobierne, sino que les acompañe. 

Mártir del siglo XX, sí... Pero ¿Y eso qué le dice a los jóvenes?


En el 2012 el Ministerio de Turismo de El Salvador inició el city tour Ruta Monseñor Romero. Este tour de 6 horas inicia por el Centro Monseñor Romero y Museo de Mártires, en la Universidad Centroamericana, que incluye la Sala de Mártires, Capilla y el Jardín de las Rosas. Se continúa a la Catedral de San Salvador, donde se encuentran los restos de Monseñor Romero. Luego, continúa al Museo de la Palabra y la Imagen, para ver la exhibición de fotografías personales de Monseñor Romero. Prosigue al Centro Histórico Monseñor Romero, dentro del Hospital Divina Providencia, recorriendo la casa en la cual vivió Monseñor y la Capilla donde ocurrió su muerte. Esta información que facilita el sitio web del Ministerio de Turismo resulta llamativa para aquellos v!isitantes que encuentran en El Salvador un destino atractivo.

La Abadía de Westminster en Londres, cuya construcción comenzó en 1245, es el sitio en el que se coronan los reyes ingleses y es la sede la Iglesia Anglicana, una de las más representativas iglesias protestantes históricas. Enterrados en esta abatía yacen Isaac Newton (físico a quien se atribuye el descubrimiento de la ley de la gravitación universal), Charles Dickens (novelista autor de Oliver Twist y David Copperfield), Charles Darwin (el genial biólogo padre de la teoría de la evolución), y Alexander Pope, uno de los personajes nombrados en la saga de Dan Brown, El Código DaVinci. Queriendo honrar a las 10 personalidades cristianas más ejemplares del siglo XX, fueron colocadas sus imágenes en la fachada de la abadía: se encuentra Martin Luther King (defensor de los derechos de los negros), Maximiliano Kolbe (franciscano prisionero de un campo nazi que se cambió de lugar para ser ejecutado reemplazando a un padre de familia), Bonhoffer (pastor luterano asesinado por los nazis), la duquesa Elizabeth (santa de la Iglesia Ortodoxa R!usa, asesinada por los bolcheviques), entre otros. También está Monseñor Romero.

Las Naciones Unidas, inspirándose en la fecha del asesinato de Oscar Romero, ha dedicado el 24 de marzo como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Este día se utiliza para reconocer en particular la importante y valiosa labor y los valores de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, de El Salvador, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos en su país, labor que fue reconocida internacionalmente a través de sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado, que en definitiva le costaron la vida e!l 24 de marzo de 1980.

Sucesivamente, y con la proclamación de mártir tal vez aumentarán en número, han ido en escalada los distintos reconocimientos que se dan a Monseñor Romero, o las acciones que encuentran en él la solidez moral para ejecutarse. Y está bien, sobretodo porque, como dice Rubén Blades, todos vuelven por la vía del recuerdo. Nada hay más real que el hecho de que lo único que queda de nosotros es el bien que nos decidimos hacer por los demás. De Monseñor queda mucho bien, que brota siempre con fuerza de sus palabras, de sus decisiones, de los recuerdos que han permanecido vivos en los que le conocieron. Cuando conversé en 2009 con María López Vigil, autora de Piezas para un Retrato -en mi modesta opinión, el libro más hermoso y humano que se ha escrito de Romero-, me comentaba que una de las razones que le llevó a hilar las historias de Romero como un curioso collar de historias, era el hecho que nosotros no solo somos lo que somos y lo que hacemos, sino también lo que dicen las otras personas que somos. Y así, con una cantidad de historias entretejidas en el dramático contexto sociopolítico de l!a época, se confeccionó ese libro que bien ha debido merecer algunos premios.

Escribo y pienso desde Panamá, un país centroamericano que no termina de aceptar que lo es, atravesado por un Canal que durante ya 100 años ha sido el vértice desde el que se han trazado las líneas económicas y políticas que lo definen. Panamá ha sido un país particularmente inestable, pero cuyas únicas dos guerras no pueden compararse con los conflictos armados, realmente devastadores que han sufrido otras latitudes del Continente. La Guerra de Coto en 1921, que definió los límites entre Panamá y Costa Rica fue finalizada por la intervención de Estados Unidos, y la Guerra de los Mil Días, ni siquiera era nuestra guerra y mucho menos duró mil días (duró mil ciento treinta días). Lejos está del subconsciente panameño los alcances psicológicos, económicos, sociales y espirituales que tienen las guerras, a diferencia del pueblo salvadoreño, la patria de Oscar Romero. Ciertamente se vivió una invasión en 1989 por parte del ejército norteamericano para la detención de un pseudodictador que cometió atropellos, pero hay un hecho indiscutible: en El Salvador murieron durante la Guerra Civil (1981-1992) al menos 75 mil personas. En Panamá la Comisión de la Verdad documentó 110 casos entre muertes y desapariciones.

El Salvador contabiliza en más de 20 los religiosos asesinados (pueden ser todavía muchos más); en Panamá solo contamos 2. El Salvador, con una población en aquel entonces de poco más de 5 millones de habitantes, ocupa poco más de la superficie de las provincias de Bocas del Toro, Chiriquí y la Comarca Ngöbe-Buglé, y Panamá tiene actualmente 8 provincias y 2 comarcas más. No soy un experto en historia e identidad salvadoreña, pero sé lo suficiente de mi país y de mi carrera universitaria como para saber que en la psicología del panameño no hay lo que posiblemente sí hay en la del salvadoreño, después de 10 años de g!uerra civil. Si a los jóvenes salvadoreños la imagen de Monseñor Romero les habla más de un tiempo pasado y que es preferible olvidar, y en un lenguaje que solo se comprende a cabalidad en su respectivo encuadre histórico, a los jóvenes panameños les dice nada o casi nada. ¿Por qué? Muy seguramente es la consecuencia de vetar oficialmente su memoria por más de 30 años y también tiene que ver con esa teoría absurda de que mirar con visión analítica y reflexiva esos años de tempestades e inestabilidad abre “viejas heridas”. La mayoría de las veces eso no lo dicen “los heridos”, quienes reclaman lo que tienen: memoria. La mayoría de las veces esa es la c!oartada perfecta de los “hirientes”, que defienden lo que prefieren: olvido. 

Los reconocimientos que se hacen y que se hagan a Romero, vengan de las Naciones Unidas, la Iglesia Anglicana o el Ministerio de Turismo, o del mismo Vaticano, darán fruto abundante si son capaces de echar luz sobre las sombras en las que se mueven los jóvenes latinoamericanos, que cada vez más reclaman frente de a ellos, especialmente dentro de la Iglesia, figuras de liderazgo real, con capacidad de desafío por su propia coherencia entre lo que formulan en público y lo que deciden en privado, manteniendo la autenticidad y la cercanía con los que más lo necesitan, y e!ncontrando en el Evangelio su motor de acción. 

Los tiempos en los que vivió Romero eran en definitiva tiempos de miedo y decisiones, y son muchos los testimonios de jóvenes seminaristas que por esos días solicitaban la admisión en las diferentes congregaciones religiosas y o en el Seminario San José de la Montaña de San Salvador. No se puede negar que no fueron pocos los jóvenes que se miraron en el espejo de Monseñor Romero, quien en 1977, con 60 años encima, tomó su bastón de pastor para guiar a la iglesia salvadoreña en lo que sería el preámbulo de los peores años de la guerra, pero sin traicionar una sola de sus convicciones. Los ideales, que para muchos y muchas eran la única propiedad sobre la que tenían capacidad de decisión, eran defendidos a costo de sangre y dolor, que es también el costo que pagan las madres al parir, y pocos pueden ejemplificar a la juventud esa realidad tan bien como Romero. Y eso, en nuestro mal llevado siglo XXI, es reclamado por los jóvenes. 

Si hacemos el ejercicio de mirar en cuántos currículos educativos de religión de los colegios católicos (por no exigirle tanto a los que pertenecen al Estado, por aquello de la educación laica, aunque esa materia sigue vigente en muchos de ellos) aparece su nombre; si intentamos hacer una breve encuesta en esas mismas escuelas de cuántos de los estudiantes de hoy conocen el nombre de Romero, y aún más, los que le conocen con qué conceptos le asocian (revolucionario, izquierdista, etc.); si enumeramos las calles, parques, edificios, agrupaciones que llevan su nombre; si en las iglesias consultamos a los sacerdotes sobre la figura de Romero, los documentos que escribió o la coyuntura sobre la cual realizaba sus declaraciones. Si convertimos todas estas iniciativas en un estudio sistemático que bien valdría la pena, resultará desconcertante lo que podemos descubrir. Todo el mundo tiene una opinión sobre el tema Romero, adultos y jóvenes, pero poco sostienen sus opiniones en datos reales. 

Tenemos, entonces, un mártir de la Iglesia Católica del que conocemos nada más que los datos mediáticos y que, por lo tanto, lejos de brindarnos un esquema de cómo ser mejores cristianos, nos lleva a caer en el error que fue un santo de “un tiempo que pasó”. Y los jóvenes siguen desconociendo una figura que bien podría enseñarles a transitar por la vía de la indecisión y la inestabilidad, tan propia de su etapa. ¿Por qué creo que Romero es una figura providencial que corre el riesgo de desperdiciarse, mientras no sobrepase ese anclaje del tiempo de la guerra? Porque es lo que sucede con todo lo que se asocia a períodos negativos, porque nuestro cerebro primitivo activa sus mecanismos de defensa frente a mensajes e imágenes que transmiten dolor, sea pasado o futuro; esta es la razón por la cual, por más pulmones negros que coloquen en las cajetillas de fumar, la gente no dejará de hacerlo. Nuestro cerebro ignora esos mensajes tan agresivos. Por eso también, por más que en el mundo de hoy el Estado Islámico queme vivo a un soldado de Jordania, decapite periodistas estadounidenses y asesine a misioneros japoneses, seguiremos ignorando un signo tan alarmante y doloroso, de barbarie y brutalidad. Estoy seguro que si mandaran un mensaje por Whatsapp o Facebook a un presidente o a un empresario, tendrían mayor atención o efectividad en sus demandas. 

Considero que, tal como están planteadas las necesidades de la juventud en este siglo, Romero enseñaría particularmente 3 cosas: el valor de la inseguridad para fortalecer las convicciones, la sensibilidad que nos hace cercanos a quienes queremos y la búsqueda implacable y sencilla de un sentido en la vida. Podrían ser más o podrían ser las mismas planteadas de una forma distinta. A mi juicio la vida de Romero se entiende mejor captando la fragilidad de su humanidad en sus inseguridades, su permanente presencia en medio de aquellos más afectados por las injusticias de su tiempo y sus debates internos, muy pocas veces exteriorizados, sobre el sentido de su vida. Justamente, si le pedimos a un joven que todas las noches por un período de tiempo nos describa sistemáticamente su vida, serían los tres elementos sobre los que redundaría. 

¿Era Romero una persona insegura? Pues antes de definirle como inseguro, ciertamente la cuota de sufrimiento, de soledad por sus opciones fue grande, aunque consuelo existía con las amistades sinceras y leales de las que se iba rodeando. La inseguridad venía del tiempo que se respiraba. La guerra no había estallado y este sufriente obispo usaba sus manos para balancear de un lado a otro un país que se caía a pedazos en el espiral creciente de violencia. Los jóvenes padecen la inseguridad como un defecto, y si ésta lo fuera, sería tal vez el defecto del que más partido sacó Romero. Cuando el Nuncio Apostólico de su tiempo y su respectivo secretario le increparon por la decisión de la Misa Única en recordatorio de Rutilio Grande, cuentan que fue al Santísimo a recibir confirmación de su decisión. Y la mantuvo. Creo yo que con temor, creo yo que con escrúpulos, porque me da la sensación que era su modo de ser, pero cuando un joven mire a una figura de referencia como Romero, frágil e inseguro, pero a su vez capaz de mantener sus d!ecisiones porque las sustenta en su conciencia y no en su emoción, es mucho lo que aprenderá. 

¿Era Romero un obispo cercano con su pueblo, feligreses y clero? Sabemos hoy que toda figura de autoridad genera ansiedad, y más cuando hay asuntos no resueltos en el seno familiar. Sabemos también que el estilo cercano no era, de hecho, el estilo de inicial de Romero, y las referencias están de su período como Obispo Auxiliar y Obispo de Santiago de María. Sin embargo, el viraje que muchos aducen que realizó se intuye que lo hizo por la urgencia del momento, y permaneció fiel y constante a esa última opción de su vida: permanecer a lado de quienes eran las víctimas reales de un sistema de gobierno que sin diálogo y sin justicia pretendía mantener la paz en el país. Un joven que se deja interpelar por este hecho, encuentra en el hoy mártir un figura que no olvida y menos ignora el dolor de quienes están cerca: el joven desertor escolar, la que es víctima de la trata, el que es utilizado como distribuidor de drogas, la que sufre algún tipo de acoso en su entorno escolar. El dolor no tiene matices cuando no es físico y cada uno expresa su dolor como puede. Los jóvenes entienden de esto: los que se han enamorado y poco tiempo después se han desilusionado; los que son excluidos por dificultades de lenguaje, por ser menos sociables o por discapacidades físicas; los que no están acostumbrados a expresar sus emociones y mucho menos sus opiniones. Todos ellos encuentran en Romero compañía y el resto encuentra en Romero la capacidad de acompañar, con empatía, sin juicios. Y esa capacidad de compañía era no solo por los aplicada a los fieles sino a su clero, al que no abandonó ni dejó solo e!n un tiempo en el que defender a otros era poner en riesgo la propia vida. 

¿Era Romero un hombre afectado las dudas acerca del sentido de su misión y el rumbo de su ministerio? Aparte de sus densas homilías que fueron nutridamente aplaudidas dentro de la Catedral de San Salvador durante muchos domingos, aparte de sus cartas pastorales y pronunciamientos cargados de sugerentes reflexiones sobre la realidad y el papel de la Iglesia y los bautizados en medio de ella, nos quedan las palabras de su diario que muestra una visión de su intimidad, que encaja a la perfección con el hombre que salía en público. Si algo tenía Romero era que andaba sin máscaras, daba el pecho a los problemas y era fácilmente expresivo. Ricardo Urioste en Piezas para un Retrato cuenta cómo Monseñor una mañana les suplicó que le dijeran si estaba equivocado en su actuación, con lágrimas en los ojos. De cosas similares hablan los jóvenes únicamente con aquellos que sienten que valorarán sus pensamientos, y es delicado cuando en lugar de ser compañero de ese camino errático que puede ser la búsqueda de sentido alguien se convierte en juez o docente. Ya bien ha sustentado Víktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, el poder que ejerce en la vida de las personas esta búsqueda, y Romero viene también a mostrarle a los jóvenes que esta búsqueda no está exenta de conflictos, de soledades y de elecciones con sus respectivas renuncias. No se puede ser coherente por costumbre ni por obligación, sino porque se ha encontrado dentro de la propia conciencia una voz lo suficientemente audible como para dejarse guiar por ella y elegir lo que ésta le anima. Nada hay mejor para los jóvenes que esto: encontrarse y dejarse seducir por el Dios que fue capaz de doblar el tronco de un obispo sexagenario, con un conjunto de creencias ya establecidas. No es fácil a esa altura del partido cuestionar el “para qué” de una existencia, y eso también tienen que aprenderlo los jóvenes: algunas veces tardes, otras veces más temprano, pero siempre la vida n!os interpela en la realidad que nos rodea, y pone a prueba nuestras fidelidades. 

Los jóvenes de hoy han heredado un sistema educativo mediocre y utilitario, una falsa democracia que consiste únicamente en contar votos y no en tomar en cuenta a los votantes, una religión que en algunos casos (subrayo algunos, para no generalizar) da más importancia a la liturgia que al encuentro, una economía que solo se sostendrá si mantiene el ritmo de consumismo bestial de las personas y la constante especulación, y mucho de esta herencia, no es que tenga su raíz en la turbulencia de la Guerra Fría del siglo pasado, pero se entiende mejor considerando todo ese panorama. Algo que hacía con lucidez Romero era contemplar los acontecimientos, lo que pasa en el mundo, como sugiere San Ignacio hacer durante los Ejercicios Espirituales en la contemplación de la Encarnación. Y algo que cada vez se echa más de menos es esta habilidad, incluso en el mundo del periodismo, tan plagado de notas sin seguimiento y noticias s!ensacionalistas que despiertan morbo y no deseo de reflexión.

Romero no es mudo ni para la sociedad de hoy ni para los jóvenes que en ella se mueven, y la Iglesia tiene que aprovechar esta coyuntura para promover su imagen, para estudiar su historia y superar prejuicios de tiempos poco comprendidos por las nuevas generaciones, porque no se comprende lo que no se conoce. Es verdad que no vemos el mundo tal como es, sino que vemos el mundo tal como somos, pero no deja de ser menos verdad que eso que somos se puede ir modificando, tal vez mejorando, como lo hizo Romero en sus años maduros, y como lo pueden hacer los jóvenes, una vez introyecten y se encuentre con la figura de este hombre tan i!ncreíblemente cercano. 

Mártir fiel al Evangelio... Pero ¿Y ahora qué?


El monumento fúnebre de Romero realizado por el artista italiano Paolo Borghi, representa a Monseñor Romero que duerme el sueño de los justos entre 4 ángeles, que simbolizan los 4 evangelistas. Ellos cubren el cuerpo de Romero con el lienzo de la Palabra de Dios, como para indicar la fidelidad de Romero al Evangelio hasta dejarse plasmar por él. Fidelidad que lo ha unido a la cruz de Cristo, gravada sobre su pecho. En el centro de la cruz incide una piedra de jaspe, la piedra con la cual -según el Apocalipsis- es edificada la Jerusalén del cielo. Se quiere significar que con su muerte aceptada por amor de Jesús, Monseñor Romero ganó la victoria sobre la muerte: en ella estaba la semilla de la inmortalidad concedida a los discípulos que aman el Señor y los hermanos hasta el final. Esto lo explicó Monseñor Vincenzo Paglia en un discurso bellamente f!ormulado hace casi 10 años atrás. 

Hoy, con la esperanza encendida de una iglesia que se dinamiza hacia las periferias y que hace notar con mayor resalto a los que desde hace mucho la han precedido en esa ruta, Romero se sale de esas expresiones artísticas para sudar con el pueblo y llorar con él. También para luchar, para enseñar, para seguir hablando por aquellos que encuentran eco en sus palabras. Las luchas terminadas y las conquistas ya obtenidas dejan siempre en sus protagonistas una sensación de nostalgia, de confusión. El norte que la brújula señala sirve siempre para seguir caminando, y aún cuando sabemos que no se han dado todos los pasos necesarios para culminar esa burocracia de los santos establecida en el Vaticano, estamos cada vez más cerca de notar que la canonización tan deseada será prontamente una realidad. Una vez eso ocurra, no sabemos en cuanto tiempo, ¿Qué pasará? ¿Qué habrá que hacer después? Sí, se logrará elevar a los altares alguien digno d!e admiración e imitación. ¿Y ahora qué?

Ignacio Ellacuría, también mártir en El Salvador, decía que “la verdad de la realidad no es lo ya hecho; eso es sólo una parte de la realidad. Si no nos volvemos a lo que está haciéndose y a lo q!ue está por hacer, se nos escapa la verdad de la realidad”. Y aún queda mucho por hacer:

-Falta que la Iglesia se convierta como dicen muchos que se convirtió Romero, y vuelva sus pasos hacia aquellos entre los que nació y que Jesús llamó bienaventurados.

 -Falta que las jerarquías entiendan la diferencia entre poder y autoridad, tal como lo hizo Romero, y sepan ponerse de lado de aquellos que han sufrido y han sido víctimas del abuso de poder, ejercido incluso por algunos miembros de la Iglesia: mujeres, niños, divorciados, pobres, sacerdotes silenciados. 

-Falta que los obispos entiendan que no se puede ser servidor de Dios sin escandalizarse por las decisiones ilógicas de los gobiernos, y mucho menos huir de esa tarea que Romero acuerpó, no sin temor, de denunciar los hechos denunciables, sin hacer juicios morales de quién es bueno o malo, porque separar el trigo de la cizaña es asunto del sembrador, pero observando con objetividad y sentido común lo que es justo e injusto, lo que hacen que promueve el bien común, lo que le va poniendo esquinas a la exclusión. 

-Falta que las Curias no le den la espalda a los proyectos que son gestados en las comunidades y que persiguen un mayor respeto por los derechos de las personas, especialmente de los que han sido históricamente ignorados, como supo hacer Romero, y desafiar a los que entienden el cristianismo como religión de superación personal y se alejan del compromiso que implica la salvación colectiva. 

-Falta que los sacerdotes y religiosos vean el rostro de Dios en los pobres y se dejen cuestionar por ellos, y no simplemente tomarles como proyectos sociales para recaudar fondos y justificar superficialmente un carisma; esa pobreza debe llevarse también a la propia vida, tal como lo la llevó el austero y siempre sencillo arzobispo Romero. 

En Panamá, mi patria, mi tierra, pocas son las iglesia y sacerdotes que el 24 de marzo ofrecen eucaristía por Monseñor Romero. En los años del conflicto armado un grupo de salvadoreños exiliados se asentó en Panamá, en las montañas de Coclesito, provincia de Coclé, y fundaron una comunidad a la que pusieron por nombre Romero. En el 2012 en las inmediaciones de la Cinta Costera, esa obra del expresidente Martinelli que costó al erario panameño B/. 1,117.1 millones con un sobrecosto del 84.3% del precio original según datos del Ministerio de Obras Públicas, se develó un modesto busto a Monseñor Romero. En medio de una obra que fue blanco de corrupción como lo fue la Cinta Costera, Romero tiene un espacio para decir que mientras haya m!emoria habrá esperanza, y que aunque de esperanza no se vive, sin ella no vale la pena vivir.

Aquí en el Istmo la voz de Romero necesita ser escuchada y su vida conocida, la jerarquía panameña necesita encontrar su reflejo en el rostro de ese hombre que en el ocaso de su vida supo maniobrar el rumbo de un barco enorme que navegaba sobre las tempestades de las revoluciones ideológicas y políticas que envolvió y cegó la vida de tanta gente, en su inmensa mayoría inocente y ajena a ellas. Dios puso contra la pared a Romero, y éste supo elegir el lado de la Historia, con mayúscula, que le consagraría como profeta, pastor y mártir por la eternidad, siendo en adelante digno representante de aquellos que estarán siempre en medio de nosotros, c!omo dijo Jesús de Nazaret. 

Estuve en El Salvador hace algunos años, y al pie del altar sobre el que celebró una Eucaristía que no terminó nunca, según el rito canónico, pero que consumó a sangre y fuego con su propia vida, coloqué una ofrenda en nombre de aquellos y aquellas que aún no saben quién fue Romero. Algo que agradecer a la proclamación del Papa Francisco y la Iglesia es que tal vez ahora se logre desempolvar el retrato en blanco y negro de ese obispo, cuyo testimonio de vida no ha caducado como han caducado los partidos, ideologías y discursos de entonces. Y permanece porque no se edificó sobre arena, como lo hace un hombre testarudo que pone su confianza en sus fuerzas y bienes, sino sobre la roca firme que es el amor de un Dios que se conmueve y permanece p!resente en el andar de su pueblo. 

Lo que viene será más que el rito de beatificación, irá mucho más allá de consagrar una parroquia con el nombre del que algún día será un nuevo santo en el santoral de la Iglesia. Lo que viene es la misión de mantener fresco y siempre libre el mensaje y el rostro de un sacerdote verdaderamente auténtico. Oscar Romero, mártir por odio a la fe en el Dios de los pobre, tiene que llegar a los jóvenes, en las catequesis, en los grupos de oración, en los movimiento eclesiales, para que ellos con sus fuerzas nuevas no solo empujen el anda con su imagen durante un procesión, sino que asuman los riesgos y anhelos que apretaban su corazón. No solo en El Salvador, donde su memoria late con mucho más vigor, sino también en las latitudes donde t!ambién ha hecho falta un obispo de ese calibre. 

Mientras eso pasa, mientras hacemos que eso pase, ojalá que el Espíritu que ha hecho a la Iglesia reivindicarse y reconocer a Romero como mártir oficial, despierte también los sentidos a los tantos y tantos mártires de hoy, obispos, sacerdotes y laicos, mujeres y varones, que siguen siendo perseguidos y odiados por su fe. Ellos recibirán también de Romero su compañía y él, Romero, le hablará a Dios de ellos, como lo ha hecho desde que aquel 24 de marzo de 1980 regresó a donde siempre estuvo: al corazón de Dios. Asistiremos a las misas para acompañar a la Iglesia, sabiendo para nuestros adentros, lo que hace mucho tiempo ya dijo Pedro Casaldáliga en su hermoso poema “San Romero de América”: el pueblo ya lo ha hecho santo.
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