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Jesús Aproximación Histórica








Según un relato evangélico, estando Jesús de camino por la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos qué se decía de él. Cuando ellos le informaron de los rumores y expectativas que comenzaban a suscitarse entre la gente, Jesús les preguntó directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Transcurridos veinte siglos, cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la figura de Jesús, se encuentra enfrentado a esta pregunta: «¿Quién es Jesús?». La respuesta solo puede ser personal. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo, no qué dicen los concilios que han formulado los grandes dogmas cristológicos, no qué explican los teólogos ni a qué conclusiones llegan hoy los exegetas e investigadores de Jesús...
Es esencial para los cristianos confesar a Jesucristo como «Hijo de Dios», «Salvador del mundo» o «Redentor de la humanidad», pero sin reducir su persona a una «sublime abstracción». No quiero creer en un Cristo sin carne. Se me hace difícil alimentar mi fe solo de doctrina. No creo que los cristianos podamos vivir hoy motivados solo por un conjunto de verdades acerca de Cristo. Necesitamos el contacto vivo con su persona: conocer mejor a Jesús y sintonizar vitalmente con él. No encuentro un modo más eficaz de ahondar y enriquecer mi fe en Jesucristo, Hijo de Dios, hecho humano por nuestra salvación.
Todos tenemos cierto riesgo de convertir a Cristo en «objeto de culto» exclusivamente: una especie de icono venerable, con rostro sin duda atractivo y majestuoso, pero del que han quedado borrados, en un grado u otro, los trazos de aquel Profeta de fuego que recorrió Galilea por los años treinta. ¿No necesitamos hoy los cristianos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intuición de fondo y contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano?

Los cristianos tenemos imágenes muy diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían de su Maestro querido los primeros hombres y mujeres que lo conocieron de cerca y le siguieron. Cada uno nos hemos hecho una idea de Jesús; tenemos nuestra propia imagen de él. Esta imagen, interiorizada a lo largo de los años, actúa como «mediación» de la presencia de Cristo en nuestra vida. Desde esa imagen leemos el evangelio o escuchamos lo que nos predican; desde esa imagen alimentamos la fe, celebramos los sacramentos y configuramos nuestra vida cristiana. Si nuestra imagen de Jesús es pobre y parcial, nuestra fe será pobre y parcial; si está distorsionada, viviremos la experiencia cristiana de forma distorsionada. Entre nosotros hay cristianos buenos, que creen en Jesús y lo aman sinceramente, ¿no necesitan muchos de ellos «cambiar» y purificar su imagen de Jesús, para descubrir con gozo la grandeza de esa fe que llevan en su corazón?

                                                                                                                                          J.A. Pagola
 

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