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sábado, 15 de junio de 2013

La Pluralidad en el Cristianismo (Nahúm Ulín)

¿Cómo se visibiliza la pluralidad de experiencias culturales que moldean el inicio y desarrollo de los cristianismos?


¿Existió pluralidad religiosa en la génesis del cristianismo?
¿Existe pluralidad en el cristianismo actual?

Introducción

La historia y la cultura han ido siempre de la mano. Son como hermanas, hijas de un mismo creador: la vida. Con respecto al estudio de la pluralidad, a través del evento histórico de la religión, podemos afirmar que nuestra historia se ha ido construyendo a partir de diversidad de culturas, cada una con su aporte, sus pros y contras, sus luces y sombras. Antes, hablando de la edad media, todo se decretaba con un lenguaje religioso - exclusivista: el catolicismo romano era la única y verdadera revelación de Dios.

Ha pasado el tiempo y esta visión, cerrada y centrada en el clero, han ido superándose lentamente, aunque, todavía existan vestigios del ayer. Violencia, injusticia, egoísmo, monopolio, son de los muchos rostros inhumanos que deja la huella del paso del anti-reino, más hoy en nuestro mundo postmoderno. Es por ello, que nuestros tiempos actuales piden, con especial urgencia, una nueva lectura sobre el evento religioso, no sólo desde la perspectiva “religiosa”, sino, desde lo humano y desde el laicado (laos=pueblo)


La pluralidad es una realidad que, ahora más que nunca, pide ser tomada en cuenta, respetada y dialogada como método de inclusión del todo en el Todo, pues, somos, queramos o no, parte esencial del cosmos entero. El aporte de este escrito será, pues, el de vislumbrar y valorar la importancia del pluralismo en el cristianismo – a través de dos apartados – en el paso de la historia de la humanidad.


1.     La pluralidad en el cristianismo naciente.
¿Existió pluralidad religiosa en la génesis del cristianismo?


Jesús, el de carne y hueso, el hombre itinerante,  nazareno - palestinense, el “hazlo todo”, fue un judío “puro”. Según los datos bíblicos, fue un judío hecho y derecho, así como la ley mosaica lo establecía: participaba del ritual establecido (Lc. 4, 16); el Dios de Abraham, Isaac y Jacob tenía un lugar prioritario en su vida (Lc. 10, 21 - 22); fue fraterno y buscaba estar con la gente (Lc. 9, 37); en ese encuentro con la gente, especialmente con el y la pobre, atendía las dolencias y enfermedades de muchos (Lc. 8, 40 - 56); formó una comunidad de personas con las que motivó cambios de vida, para cambiar la sociedad de su tiempo (Lc. 6, 12 - 17), entre otras características más.

De esta última característica – la  formación de una comunidad de distintos y distintas, diversos y diversas – nace el grupo de los nazarenos, que, luego de algún tiempo se pasarán a llamar “cristianos”. Para hablar del cristianismo hay que entender, en lo posible, el judaísmo como “religiosidad contextual”. La fe de la mayoría de los seguidores y seguidoras de Jesús era la judía. Una fe que, como lo dice el libro “Para entender la Biblia”[1], tomó, para formar su identidad cultural, rasgos de los egipcios (la circuncisión, el Dios único – Akhenatón y Amenofis IV, el peso de las almas al morir – el dios Anubis); de los asiriobabilónicos (los querubines); de los persas (los ángeles, arcángeles, la lucha entre el bien y el mal); del desierto (la hospitalidad, el asilo, el nomadismo, la tribu como unidad esencial); de la institución real (la corte celestial, la existencia de las clases sociales) y del destierro (la importancia del sábado y de la sinagoga)

Como es de intuir, ante tanto aporte religioso – cultural, el judaísmo es una religiosidad sincrética, una amalgama de experiencias, manifestaciones y mediaciones religiosas que, luego de un vasto tiempo de crisis y dolor, logra definir su esencia y aporte religioso – cultural propio. Ante esta antesala, Jesús convida a hombres y mujeres que, lo más seguro, enriquecen el encuentro cotidiano, a partir de la diversidad de experiencias enclavadas en el judaísmo. Claro, en medio de la diversidad que hubo en la primitiva comunidad de la primera generación de cristianos y cristianas, siempre hubo desacuerdos, pero, ¿quién ha dicho que la uniformidad no los provoca? o ¿el hecho de ser distinto es sinónimo de ser problema?

Jesús, ante y a pesar de este evento – el de la pluralidad o diversidad religiosa – nos descubre dos palabras claves para entender a Dios, así como lo menciona J.A. Pagola en su genial y pedagógico libro “Jesús, aproximación histórica”[2]: Padre y Reino de Dios.  Estas dos palabras claves daban un especial significado al hambre humano – espiritual que Jesús trabajó en la Palestina de su tiempo. Padre, pues, Dios, más que lejano y déspota, es una “realidad – misterio” que se estremece por la miseria de los suyos, así como el Padre del Hijo pródigo. No se preocupa por su honor, por su autoridad,  por su realeza, sino, más bien, por ser un “Padre materno” que hace del amor su consigna y del perdón su nombre. Reino de Dios, entendido como Dios reinando en medio de nuestras iniquidades, así como el Padre del Hijo pródigo que celebra la vuelta y el retorno de sus hijos e hijas hacia el bien y que, por otro lado, exhorta los que se creen buenos (hermano mayor), quedándose, estos, a la sombra del Padre, negándose a volver a su hermano perdido. Ante estas palabras, es curioso observar como Jesús vincula las parábolas del reino a ese “Padre misericordioso y justo” con banquetes que incluyen lo diverso, así como lo muestra la parábola de la gran cena.[3]

Ante estas características, Jesús da una intuición que “universaliza” a Dios: Dios no es de nadie, le pertenece a la humanidad, y, si es que le pertenece a alguien, es especialmente a los desamparados, desprotegidos, marginados, los y las pobres, por ser “simplemente” pobres. Aunque el judío entendía bien el evento del único Dios (visión monopólica religiosa), esta intuición fue tomando forma monopólico – particularista, pues, Dios fue relacionándose – o, mejor dicho, lo “hicieron” relacionarse – cada vez más, con el poderoso, con el pudiente, con el religioso autorizado a hablar en nombre de Él.  El cristianismo, ante esta experiencia, aparece como una respuesta no violenta, ante la violencia de la religión monopólica. Jesús, pues, no entiende a Dios desde el poder, desde el trono, desde el tener, sino, desde las coordenadas de misericordia y justicia, muy bien aclaradas, antes de él, por los grandes profetas veterotestamentarios.

Es claro ver, en la praxis liberadora de Jesús, su vinculación con el otro y la otra, pues: el yo de Jesús se suele multiplicar al solidarizarse con los y las demás, especialmente con el y la pobre. Además de estas dos palabras – Padre y reino de Dios – la realidad humana de la pobreza da un lenguaje común entre Jesús y sus seguidores. Es por eso que, a pesar de la diversidad de experiencias, lo que convida a todos y todas los nazarenos y nazarenas primitivos es el subsistir y resistir ante el fenómeno de la pobreza, propagado por el mal obrar de los ricos y poderosos de su tiempo. Pobres y Dios, un binomio a través del cual Jesús descubre el sentido de su existencia, pues, es desde el y la pobre donde Dios se revela como “Padre – Madre Misericordiosos”, como también la exigencia en el compromiso por los cambios necesarios para que “ese Padre reine”.

Con las líneas anteriores, hemos podido intuir el trabajo que Jesús ejerció para lograr hacer marchar su sentido de vida apostando por la diversidad, aunque, tal vez, él no haya sabido teóricamente el significado de esta palabra. No fue un trabajo fácil, pues, apostar por la pluralidad en contextos donde manda “el pensamiento monopólico”, en ocasiones, hasta la vida es vinculada a la muerte violenta, así como en el caso de Jesús. El nazareno nos muestra que desde los orígenes del movimiento cristiano y en las primeras comunidades, ya sin él, existió ese espíritu convocador de diversas experiencias – pluralidad – sobre la vida y sobre Dios.


2.     La pluralidad en el cristianismo actual
 En el cristianismo actual, ¿existe pluralidad?


         Para remitirme a este apartado, voy a recordar que la iglesia, desde la edad media (siglo V al XV) en adelante, fue una institución que siempre trabajó, veló y se desvivió por un pensamiento y forma de vivir “únicos, exclusivos y particularistas”. Esto era regido desde directrices religiosas, desembocando, siempre, en el plano moral, ético y político. En este tiempo histórico, siempre se vinculó la realidad del poder con Dios, apareciendo el evento de la “Teocracia”, en otras palabras, la experiencia de un Dios dictador y delegante de estilos de vida monopólicos, siempre favoreciendo al poder y a los poderosos, siempre relacionando todo evento humano con lo político y lo religioso. Un claro caso de lo anteriormente mencionado es el imperio Español y el descubrimiento de América. Luego de este evento, cito al evento histórico de la Ilustración (del siglo XVII al XIX) como culmen del evento racional. Los intelectuales y racionales, maestros de la sospecha, dan pistas sobre cómo se debe proceder ante la vida: ya no es Dios. La razón humana, en su máximo esplendor, dictaba parámetros, sentencias, procedimientos, siempre y en muchos casos en relación al evento del misterio: Dios.

 Estos dos tiempos históricos – la edad media y la ilustración – eran momentos donde el diálogo no existía como posibilidad de entendimiento humano. En otras palabras, el evento de la pluralidad era una posibilidad humana, pero no reconocible y autorizada, pues, pensar distinto al sistema religioso y racional de ese tiempo, era sinónimo de problemas con el Imperio, especialmente en la edad media. En la edad media, la religión mató al ser humano. En la ilustración, fue la razón la que atentó contra la vida de tanto ser humano, siendo los dos asesinos de Dios.

Pasado un poco el tiempo, llegando al Concilio Vaticano II (1962 – 1965), la historia y la Iglesia dan giros de renovación con respecto al entendimiento del evento religioso en la humanidad, tanto como el de la razón con respecto al humanismo. Este concilio ecuménico dio brillos de nuevos entendimientos, pues, la Iglesia inicio un largo itinerario de reconstrucción de conceptos, como de accesos pastorales. La pluralidad “desde y dentro” de la Iglesia fue uno de los temas prioritarios, pues, se creó, por iniciativa e intuición de Juan XXIII el “secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos”, todo esto siendo útil para integrar y tomar en cuenta la participación de las demás iglesias cristianas. Históricamente este concilio fue un “refrescar o un aire nuevo dentro de la desvencijada Iglesia Católica Apostólica Romana”. El diálogo se hizo presente como método de acercamiento a la verdad del mundo, como también de respeto entre posturas de acceso al misterio.


Más tarde, este evento histórico – religioso dio pie y motivó, acá en América Latina, a proponer nuevas formas de enfrentar la realidad, especialmente de opresión y miseria, ceñida por gobiernos militares de la época. Medellín (Colombia – 1968) y Puebla (México – 1979) fueron dos reuniones pastorales que hicieron un especial eco de este concilio, dando cabida a la exigencia de volver a la génesis cristiana, con dos aportes fundamentales del evangelio: el Dios de la vida que acompaña al pueblo en su lucha liberadora y el y la pobre, como lugar teológico de reflexión. Cabe mencionar que en este tiempo floreció, rebeldemente, la polémica, en algunos casos, y bien nombrada, en otros, Teología de la Liberación. Ante el deseo de uniformizar la fe cristiana en el continente, esta forma de hablar de Dios (Teología de la Liberación), da un aporte a la pluralidad, no sólo religiosa, sino, humana. La realidad de la pobreza no sólo la vivían cristianos, la experimentaban la mayoría de personas, creyentes como no creyentes. Con esta intuición antes mencionada, es la vida la que convida a la reflexión, no las creencias, ni los dogmas, ni las reglas.

Ha pasado el tiempo y los pobres siguen siendo pobres y Dios sigue insistiendo, a través de hombres y mujeres comprometidos, liberarles de sus iniquidades. Como dato relevante y a fin a la pluralidad, esta Teología de la Liberación, con el paso de los años, no sólo ha sido en Latinoamérica su aplicación, sino, en África, Asia, Oceanía, siendo todas las realidades marcadas por la explotación y la pobreza. Una reflexión sobre la pluralidad de contextos en opresión e inhumanidad, así podría definir, este intento de hablar de Dios (Teología de la Liberación) en la realidad humana pobre.

Como es bien sabido, este método de acercamiento a la verdad sobre el ser humano no fue bien visto, primero, por los políticos líderes de los países en dictaduras que en su mayoría eran militares graduados de la Escuela de las Américas, instituto declarado abiertamente enemigo de esta Teología. Segundo, por el propio Vaticano. Este último punto hizo que la Iglesia jerárquica tomara una postura de juez implacable en contra de los hombres y mujeres que daban su vida por la causa liberadora. La diversidad, enmarcada en el pensamiento liberador, no enajenado, propositivo y comunitario – organizativo – participativo, era blanco de las duras críticas por parte de Roma. Muchos Teólogos y Teólogas fueron silenciados, humillados, sancionados, depuestos de sus cargos y sólo cambiaba su destino si ellos y ellas “recapacitaban sobre lo dicho y vivido”. En este tiempo, considero yo, fue una etapa histórica en la que se demandó mucho la “unidad a través de la diversidad”. Como mencioné antes, este tipo de Teología, el de la Liberación, no sólo fue un evento Latinoamericano, sino, mundial. Además de este dato confortante y retador, este tipo de Teología no sólo apareció en el seno de la Iglesia Católica comprometida, sino, en algunos sectores de la rama protestante, con mayor fuerza.

Estas  notas anteriores nos dan claridad de que Latinoamérica ha tenido intentos prácticos de pluralidad y de unión en las diferencias. Actualmente se ha tratado de sepultar a la Teología de la Liberación, pero, mientras existan pobres y ricos, siempre habrá que cuestionarse para llegar a responder: ¿cómo hablar de Dios desde el sufrimiento del y la pobre?, pues, como lo dice A. Torres Queiruga en su libro “Creo en Dios Padre”: …hay que seguir abriendo la oportunidad siempre nueva de un encuentro en el esfuerzo común a favor de la verdadera universalidad humana[4].

Hemos iniciado ya, con más de una década, el siglo XXI, y esta historia de pobreza y riqueza, sigue en pie, dando guerra y dolores de cabeza al ser humano. Es inconcebible ver como entre seres que cohabitamos en una misma casa, nos estamos eliminando. Y, sin miedo a equivocarme, esa guerra es entre pobre y pobre, pues, es el rico el que mantiene esa “pugna necesaria” para continuar y alimentar su status quo.

Es por ello que el tema de la pluralidad y diversidad, hoy en día,  sabe y suena a “contra – sistema”, pues, los poderosos otros siempre desean “uniformizar” las mentes y los espacios humanos para que nadie reniegue y siempre se obedezca, nunca se cuestione, no importando el precio que cueste el silencio que tanto daño hace al don de la Libertad. Esta es nuestra realidad que nos lleva a un compromiso, hoy: caminar juntos, sabiendo que el sistema nos quiere individuos, solitarios, enajenados. Es por ello que creo, ahora más que nunca, que la pluralidad nos debe de acercar, más aún, a la unidad que nos convoca desde las diferencias. La pluralidad ha existido y existe en el cristianismo, aunque, amenazada por la imposición que uniformiza la vida y las opciones personales como comunitarias. Nuestra tarea es, como teólogos y teólogas, permitirnos experimentar el don de la apertura a la diferencia, para así, construir, de a poco, el reino donde todos y todas tenemos un puesto y una misión.


Conclusión

Pluralidad es sinónimo de encuentro con los y las demás, con sus necesidades, con sus opciones, con sus posibilidades, en fin, con la misma humanidad que nos convida y nos condena a ser parte del mundo. Lo contrario a la diversidad, además del irrespeto a los demás, es la división, pues, la pluralidad conlleva a la práctica del respeto e inclusión del hecho de apostar por la justa convivencia con mis diferentes. No podemos pretender ser plurales, humana y espiritualmente, si nuestra individualidad no se abre a procesos de aceptación de las realidades humanas.


La vida, por eso es belleza: porque necesita del Todo, de todos y todas para vaciarse, para transmitir un mensaje. Considero, a través de este escrito, que la pluralidad es un elemento humano que todavía no es reconocido como necesario y útil, pues, esta es un elemento que nos engrana en el desarrollo constante de la vida y sus facetas diversas. Es necesario apostar hoy por un lenguaje, estilos de vida, creencias y demás que nos enmarquen en la diversidad, en el respeto al cosmos dinámico, pues, el misterio (Dios) siempre es “mayor que nuestras posibilidades”. Sólo así, con la vista puesta en la diversidad, podremos hacer vida la siguiente consigna de Pablo de Tarso, enmarcada, también, en la imagen colocada al inicio de la conclusión: “Las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno; por muchas que sean las partes, todas forman un solo cuerpo. Un solo miembro no basta para formar un cuerpo, sino que hacen falta muchos. Dios ha dispuesto los diversos miembros colocando cada uno en el cuerpo como ha querido. Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero hay muchos miembros y un solo cuerpo”. (1ª Cor. 12, 12. 14. 18 – 19)

Amén.




[1] Cfr. ALEJANDRO VON RECHNITZ, Para entender la Biblia, 1a edición, año 2011, págs. 106 – 108.
[2] Cfr. J. A. PAGOLA , Jesús, aproximación histórica, 9a edición renovada, año 2008, págs. 328 – 334,
[3] Cfr. Lc. 14, 15 – 24.
[4] Cfr. A.T. QUEIRUGA, Creo en Dios Padre, el Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, 5a edición, año 1986, pág. 71.
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