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martes, 4 de mayo de 2010

LA MÚSICA EN LA IGLESIA LATINOAMERICANA (Nahúm Ulín)

Dime lo que Cantas y Escuchas y te diré que Crees

INTRODUCCIÓN.



La música (del griego mousiké o el arte de las musas) ha sido fiel acompañante de la evolución, desarrollo e historia de las culturas. Curiosamente, en la antigüedad, esta se tomaba en cuenta – en el caso de los griegos – como parte esencial del desarrollo de la “polis”. En ella encontraban la sabiduría y el conocimiento, colocándola como base de la educación. Tenía un puesto imprescindible en el desarrollo del pensamiento, la religiosidad y la relación con los muertos.


En otras culturas como la romana, pasaba a otro plano: el de divertir, promover placer, entretener; como así también en el mundo egipcio la colocaron como remedio terapéutico, todo para lograr bienestar y alegría colectivos. En fin, hablar de la música es poner en relieve el intento constante del ser humano por encontrarse consigo mismo (la música como medio de canalización de sentimientos), con los demás (la música como canal de relaciones interpersonales) y con “El Misterio” (la música como vehículo comunicador con Dios)


En el presente texto, haré un intento por indagar cómo ha sido el desarrollo de la música “religiosa - cristiana”, su aporte y sus debilidades ante una sociedad latinoamericana que exige una propuesta de ser humano coherente, una sociedad que clama y gime un canto en libertad y un Dios que espera un canto más a su misericordia y justicia. De la misma manera, retomaré el aporte de la música latinoamericana que aparece de ambientes “no religiosos”, donde el canto se utilizó como medio liberador, colocando a Dios como testigo y compañero en los procesos de emancipación social.


... GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS.



En la edad media, s. III – s. XV aproximadamente, la Iglesia Católica tuvo un gran desarrollo y una poderosa influencia en diversas ramas del arte y en definitiva, en la sociedad. En el caso particular, la música mostró su aporte con respecto a lo religioso. Se le cantaba al Dios Altísimo, al Eterno, al Todopoderoso, al Omnisapiente, Omnipotente, Inefable, en fin, diversos títulos, ante una particular experiencia de Dios, que respondía limitadamente a la época. Las interpretaciones musicales colocaban su centro en la imagen del Dios de ese momento: lejano, impenetrable, inaccesible, intocable, total misterio centrado en su ser superior.


En este tiempo aparecen los cantos conocidos como: el Gloria, Aleluya, Santo, Cordero dando a conocer un sentido de reverencia, alabanza y adoración, centrando siempre la superioridad del “Misterio eterno: Dios”. En esta etapa histórica, aparece una clara exclusión del Dios-con-nosotros (Emmanuel). Se omite, radicalmente, la figura de la sencillez experimentada por Jesús, que nos revela al Dios celestial, haciéndolo más cercano. Los cantos de esta generación muestran una clara opción por revelar la grandeza del Eterno, más que su misericordia; enfatizan su poder, su gloria, su ser santo, olvidando las palabras del profeta: “No quiero holocaustos, quiero misericordia” (Oseas 6,6)


¿Será esto algo “malo”?, pues, creo que no se trata de eso, sino más bien, de responder a las necesidades, en este caso espirituales, de la feligresía. Uno de los rasgos culturales eclesiásticos más importantes, para este período de la historia, era el desarrollo de la liturgia en latín. Este elemento no permitía al pueblo entender con facilidad el significado de los ritos. Cantos y oraciones de la misa eran incomprensibles, existía una marcada distancia entre sacerdote y grey; mostrando así, siempre un rostro de Dios inaccesible, apartado de la realidad.


Posteriormente, a raíz del Concilio Vaticano II (1961 - 1965), se optó por renovar varios aspectos litúrgicos[1]. Se decidió entonar los cantos y recitar oraciones en las propias lenguas de los diversos países, sucediendo así, un curioso adoctrinamiento que permitió a la feligresía adoptar un estilo “universal y único” de creer en Dios. Los cantos matizaban el camino hacia una fe sin razón, sólo de masa. Ciertamente la fe no es un conjunto de normas, de leyes; más bien, es una experiencia que hace “sentir y gustar a Dios”, sin sensacionalismos, aunque veraz. Y es por ello, que la música, como canal de conexión entre el “Misterio y lo Real”, debe realizar su parte en el desarrollo de la sociedad y precisa hacerlo de manera responsable.


La edad media nos heredó una marcada visión del Dios lejano que todavía aparece en pleno siglo XXI, en nuestros ritos. Sea cual fuere la denominación cristiana: católicos, evangélicos, protestantes, etcétera, se escuchan cantos que enfatizan la gloria de Dios, como los “tracks” de Jesús Adrián Romero; que nos hablan de “la divinidad fuera de mi”. Un Marcos Witt y su destacada participación en la propulsión de una teo-economía; por su amplia y vasta venta de discos al público. Un Martín Valverde y su desesperada y ansiosa participación en el mundo juvenil, cantando “fuera de la realidad actual”, lucrándose a costa de sus fans, sin una incidencia social verdadera y medible, utilizando como método el sensacionalismo y la manipulación afectiva.


Ante toda esta diversidad de puntos antes expuestos, creo que sería bueno cuestionarnos: ¿Qué incidencia tiene en la sociedad una música “religiosa” desencarnada de su contexto? ¿Será necesario explicitar en los cantos la visión de un Dios más cercano? ¿Qué validez tiene la premisa “Dime lo que Cantas y Escuchas y te diré que Crees”? Dicen los eruditos populares (dichos del pueblo): “somos lo que hablamos”, es decir, nosotros develamos nuestro ser cuando nos expresamos ante los demás. Todo lo que somos lo concretamos ante el colectivo con una “diversidad de formas de expresión”. No sólo comunicamos con la palabra hablada, sino también con el cuerpo, la mirada, con nuestra simple presencia. Con respecto a la música, yo, como individuo creyente ante un colectivo, muestro mi “fe” en Dios con mis actitudes, con palabras y con mi “tonadilla”. En otras palabras, “mi fe la expreso con lo que canto”.


Si digo que Dios es mi refugio y fortaleza, ¿por qué exacerbar el miedo hacia lo desconocido y no depositar la confianza total en el “Padre”? Si mi boca confiesa que Dios es “mi Señor”, ¿por qué servir a otros “señores: dinero, placer, etc.” que, al final de cuentas, me apartan del Dios verdadero? Bien lo dice “el trovador de la misericordia”, Jesús: “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 24) Y es que existe una intrínseca relación entre vida y arte; ya que, el arte nace de la imperiosa necesidad de expresar la diversidad que posee la vida, de dar a conocer sus múltiples colores, sabores y texturas.


EL DIOS QUE CANTA DESDE EL ANDAMIO DE LAS NECESIDADES DE SUS HIJOS E HIJAS


A través de la experiencia eclesial de Latinoamérica, se ha observado un fenómeno distinto al de la Iglesia en épocas anteriores: la figura de Dios aparece cercana al pueblo y no fuera de él. Lo social se toma como parte esencial en la vida de la Iglesia. Después del Vaticano II, la Iglesia decidió renovar su opción por el pueblo, en su amplia gama de necesidades. Y es en este momento que la música figuró como “lumbrera”, como “la estrella de Belén” en el sendero, ya que motivaba y llevaba a la comprensión el deseo de hacer de Dios un compañero de camino, un “amigo”, más que “patrón”, un “hermano”, más que “Padre”.


Aparecen cantos como los de la Misa Salvadoreña, Misa Nicaragüense y Mesoamericana, mostrando el rostro de un Dios “trabajador”, “curtido por el sudor del día”, “clamando justicia al lado del pisoteado y pisoteada”. Como dato curioso, es en estos intentos de renuevo musical y eclesial donde se experimenta el despertar de la feligresía, ya que, estas canciones abonaban al “despertar de la fe crítica” y no a un “simple canto monódico al unísono”. La gente descubre que Dios no es un “ser lejano” y que su misterio ya no es impenetrable.


Lo constata accesible, posible entre toda posibilidad cercana, veraz y sobre todo, real. Curiosamente aparece el fenómeno del canto “teo-social” inclinando el mensaje a un cambio de estructuras, poniendo a Dios a “las alturas[1] de las necesidades del pueblo”. León Gieco, Guardabarranco, Yolocamba ita, Víctor Heredía, Mercedes Sosa, cantautores e intérpretes del género musical “nuevo canto latinoamericano”, muestran sus intentos por continuar el deseo de cambios tangibles dentro de la sociedad. Esta corriente musical se caracterizó por surgir de ambientes no religiosos, por salir de la misma gente consciente y crítica, que deseaba experimentar a Dios, desde la realidad, desde la misma vida.


Ha pasado tanto tiempo y, creo yo, que es necesario y urgente la explicitación de la acción de Dios, a través del arte, especialmente de la música. Dedicarnos a poner más a Dios a nuestro lado y no “arriba de” o “en las alturas”. Colocarlo en el andamio de nuestras prioridades y no en el a veces inaccesible cielo. Ponerlo a cantar junto a nuestras carencias y necesidades y no desde su poder y majestad. Un reto. Claro. Pero recuerdo que hace aproximadamente dos mil años vino alguien que nos recordó que Dios es cercano, accesible, en la medida en que las estructuras y nosotros no lo sigamos alejando.


A MODO DE CONCLUSIÓN:

Creo firmemente en el potencial que desborda la música, como método emancipador del pensamiento, la ideología, la fe. Cantarle a Dios es bueno, pero es mejor ponerlo a cantar a la par del pueblo.


La vida y el arte son como una pareja de amantes: si están juntos desbordan pasión, energía, locura, vida; si se separan, viene el desorden, el caos, el sin sentido, la muerte. Uno de los problemas que se deben evitar para futuro es dejar de divorciar a Dios de la vida, de la sociedad, del pueblo, de los gozos y esperanzas de la gente y, la música, como conexión entre el misterio y lo real, debe incluirlo para hacerlo más cercano y accesible.


[1] Propongo a entender que “alturas” se maneje como “deacuerdo a”.


[1] Este dato lo encontramos en la constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la litúrgia sagrada, No. 36 y 54

2 comentarios :

  1. Dicen unos grandes cantantes sudamericanos: "Pobre del cantor de nuestros dias, que no arriesgue su cuerda por no arriesgar su vida". Y todo aquel que se atreve a cantar a Dios, si no lo hace desde la realidad no está haciendo nada.

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  2. Que documentos más interesantes... cierto es que no debemos ser ciegos obedientes, porque para ser libres nos ha liberadop Cristo y nos ha dado Espíritu de Hijos y no de esclavos.
    Bendiciones a todos los que creen en el Dios Misericordioso de Jesús de Nazaret.

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