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miércoles, 14 de julio de 2010

La Familia en El Salvador: (Nahúm Ulin)

“De una perqueña parcela, a un gran terreno llamado sociedad.”

INTRODUCCIÓN.

Sabemos que la constitución de nuestra república salvadoreña menciona, en el artículo 32, la siguiente afirmación: “La Familia es la base fundamental de la sociedad y tendrá la protección del Estado, quien dictará la legislación necesaria y creará los organismos y servicios apropiados para su integración, bienestar y desarrollo social, cultural y económico.”

Al respecto, cotidianamente observamos, sentimos y en ocasiones “somos parte” de la realidad actual de nuestras familias salvadoreñas, en sus crudas crisis y desavenencias. Disfuncionalidad y disgregación, violencia, pobreza y otros factores más, son los que hoy en día asaltan la realidad salvadoreña en los ambientes familiares. Ya no es raro ver niños solos en las calles, ni jóvenes con armas violentando a otros, o mucho menos jovencitas embarazadas no llegando aún a los quince años.

En el presente texto haré un intento por analizar brevemente nuestro actual ambiente familiar salvadoreño. También, me voy atrever a lanzar pistas que nos ayuden a encontrar rumbo, ante tanta borrasca. Las preguntas que propondré, para motivar a la reflexión, son: ¿De dónde viene todo este mar de violencia y falta de respeto por la vida de los demás? ¿Existe alguna raíz de la que se derive todo este problema de inseguridad que vivimos? ¿Habrá todavía alguna solución ante todo este desorden social que se vive? Ciertamente, pensar en que todo tiene un origen, una raíz, un inicio, un punto de partida nos va a facilitar nuestros intentos por propiciar cambios reales, pues, se dice que para ganarle al enemigo hay que conocerle.

SE SIGUEN CORTANDO LAS RAMAS, PERO NO LA RAÍZ.

Me decían por ahí un día de estos: “Este problema de inseguridad nacional, lo vamos a quitar, matando a los que joden al pueblo”. Realmente, hablar de este tema de justicia es delicado, más aún cuando vemos que nuestro sistema judicial no hace un papel responsable, ya que “se procesa más fácilmente a alguien que roba una gallina, que aquel o aquella que hurta un gallinero”. Hoy en día vemos cómo nuestro sistema de justicia, es injusto. No deseo abordar esta área, sino, más bien, ir a algo más profundo en lo que todos tenemos que ver, nos guste o no.

Hablo de “la familia”, lugar y ambiente dónde nos formamos como personas, como individuos y, más aún, como ciudadanos. Podrá ser que este tema no tenga ningún peso, como nuestras leyes actuales, pero observando con responsabilidad y verdad, puede resultar trascendente el tomar en cuenta que lo que vemos y vivimos hoy en día en la calle, en la oficina, en las iglesias, en los centros escolares, en fin, en todo ámbito social, resulta ser configurado de cómo fuimos educados en el hogar. Creo particularmente que, con el pasar del tiempo, se ha olvidado la filiación que posee la sociedad y la familia.

Cierto es que mientras más se practique en la familia el diálogo, el compartir, la reconciliación, la aceptación ante la diversidad, en fin, se practiquen valores concretos que muevan a acciones inmediatas y precisas nuestra sociedad tiene amplias y mayores posibilidades de ser sana y ecuánime. Opuesto a esto, es casi normal (¡dirían algunos irresponsables!) ver una realidad llena desarrollo tecnológico pero falta de humanismo. ¿Cómo podemos pedirle a nuestra juventud, ser el futuro, si su presente y su pasado (sobre todo) están cargados de experiencias de marginación, violencia, abandono, pobreza y falta de lo básico para vivir?

Es por ello que la experiencia actual que estamos viviendo como salvadoreños y salvadoreñas con respecto a la violencia e inseguridad ciudadana refleja una sociedad “enferma de deshumanización y falta del sentido de la vida”. Realmente, faltan procesos de desarrollo humano que trabajen la opción por una vida digna en la familia no solamente en su dimensión económica, sino, todo lo que tenga que ver con el “desarrollo integral” de la misma. No basta con procurar satisfacer sólo las necesidades físicas y materiales de las personas. Desarrollo y progreso no solamente son sinónimos de status y comodidad material. En este punto, creo que nuestros gobiernos anteriores tienen mucho de responsabilidad con respecto a la sociedad que vivimos, ya que el centro y el fin de las gestiones pasadas fue “el capital monetario y no el humano”, fueron las grandes empresas, pero no los trabajadores; los patrones y no los jornaleros.

Curiosamente, nuestra sociedad moderna con énfasis en el pensamiento capitalista, se ha olvidado de la centralidad del crecimiento del ser humano: “No sólo de pan vive la gente, sino de afecto, compañía, ideales y sueños que realizar”. En estos últimos veinte años, nuestros gobiernos liderados por “ARENA”, apostaron por la inversión en carreteras, centros comerciales, edificios de lujo, dejando aún lado la urgente atención a las familias afectadas por la guerra, desempleo y demás males que ya sabemos. Y es por ello que el hambre, la explotación, la pobreza y la marginación han marcado una huella traumática en nuestras familias; pero, más aún, esto se agrava cuando el resultado de la falta de empleo, alimentos y recursos materiales hacen que los encargados de cada familia migren y se dirijan a otros rumbos con tal de tener lo necesario para vivir.

Y es así que los hijos e hijas quedan sin un referente de vida, convirtiéndose en “una panza sin comida”. Se sufre cuando no se come y ciertamente lo hacen sentir nuestras “tripas”. Lo mismo es cuando a la familia, en concreto a los hijos e hijas, no se les da tiempo y atención, no haciéndoles sentir importantes. Ellos y ellas nos dicen que el error se encuentra en una sociedad falta de papá y mamá responsable. Con solo ver nuestra realidad juvenil actual llena de violencia, drogas y desenfreno, se puede afirmar la gran carencia de modelaje del sector adulto con respecto a valores que nos hagan vivir mejor. Con la ayuda de estas ideas antes mencionadas podemos afirmar que nuestra juventud ha crecido en medio de un tácito abandono, que conlleva a un estado grave de “negación del afecto”.

Y es por ello que se recurre con facilidad a juzgar la dinámica de nuestros jóvenes, más aún cuando vemos que ellos y ellas atentan contra la vida. Pero, ¿No somos los adultos los que les enseñamos a los pequeños un particular estilo de vida, una forma de verla y una manera de practicarla? ¿Cómo pedirle a un joven ame a su madre si ella, por lógica humana, debería haberle amado primero? Indisputablemente, es risible escuchar a un padre decirle a un hijo: “dejá el alcohol, no te va a hacer nada bien”, cuando el consejero no da pie de testimonio y hace del alcohol, su profesión.

Nuestra realidad de hoy en día nos permite ver, sin ningún tapujo, “las ramas maltratadas de un frondoso árbol llamado sociedad”. Frutos casi podridos, aparecen todos los días reflejados en la tasa de homicidios, aumentando sin escrúpulos, en la pertenencia de jóvenes a grupos llamados pandillas, famoso hoy en día por la ola de violencia. Jovencitos y jovencitas que, a temprana edad, viven una vida sexual, como un adulto, sin medir consecuencias, ni colocando los límites necesarios ante la realidad del SIDA y otras enfermedades y consecuencias lógicas.

Nuestra sociedad no merece vivir en medio de zozobra e inseguridad, pero ¿Cómo pedirle que nos enseñe la paz, la ternura y la bondad, si en nuestras familias no la experimentamos, ni vemos? Y es que, el proyecto de formar una verdadera familia, es la catapulta para construir una auténtica sociedad, basada en el amor que perdona y la justicia que reivindica. Realmente, creo, del fenómeno sociológico de la familia actual se desprenden todos nuestros males sociales: quizá no hubiesen pandillas si papá y mamá estuviesen allí donde más se les necesita, en el hogar. O no se hallasen chicas embarazadas a temprana edad, si papá y mamá dieran una guía y ejemplo de vida constructivo. O en el peor de los casos, no existiesen personas con poder que aplastaran a otros, sin importar nada, si en cada familia la práctica de la fraternidad y la igualdad se viviese como pan cotidiano. En fin, ante todo esto, ahora: ¿quién nos va a defender?

UNA POSIBLE SOLUCIÓN: EL AMOR QUE HUMANIZA, EL MISMO QUE JESÚS VIÓ, VIVIÓ Y PRACTICÓ.

Para esta parte, no deseo dar respuestas que lleven a soluciones prefabricadas, más bien, pretendo lanzar pistas de cómo mi experiencia personal de casado, amigo, hermano, creyente y ciudadano me ha ido iluminando para hacer de la vida, un camino de servicio. En Lucas 2, 52 (Evangelio conocido como relator de la infancia de Jesús, junto a Mateo), se hace una hermosa afirmación sobre el aporte familiar de José y María en la vida de Jesús: “el niño crece en estatura, edad y gracia, ante Dios y ante los hombres”. Este “crecimiento integral” es la muestra de lo que puede hacer el verdadero amor: dar total dignidad a la persona. Según los datos de muchos escritos “versados” en el tema cristológico como Antonio Pagola, Leonardo Boff y Jon Sobrino, se asevera que en la vida de Jesús existieron dos constantes: gran necesidad material (realidad de pobreza) y gran cercanía a Dios (realidad teologal). En la primera descubre a Dios. La segunda lo conduce al “prójimo”. Y en la intersección de estas dos realidades se nos revela el amor de Dios encarnado en Jesús. Seguramente Jesús aprendió a vivir del amor. Tomando en cuenta su realidad de vida, más de alguna vez tuvo que haber sentido lo que es pasar hambre, marginación, injusticias, atropellos, ya que el pertenecía a los “abajados” y los “pisoteados” de su tiempo, en otras palabras a “los pobres”. Como también, creo que nunca perdió la perspectiva del Dios que nunca tarda en responder las súplicas de sus hijos e hijas débiles ante los sistemas opresores. Vivir del amor para Jesús implicó no solamente hablarlo, ni disertarlo, más bien, vivirlo y hacerlo una consigna diaria que necesitaba de una coherencia radical que involucra, en su debido momento, dar la vida por lo que más quería: el pueblo necesitado de Dios.

Pero, ¿De dónde aprendió Jesús todo este cúmulo de experiencias reivindicadoras? En lo personal, creo que todo esto se sembró en su hogar. Ver a su mamá y papá modelando valores, seguramente y sin temor a equivocarme, le marcó profundamente. Respetar y darle dignidad a la mujer, lo heredo probablemente de su papá, José. No por pura casualidad se menciona que él fue un “hombre justo”. Ver a una jovencita llamada María aferrarse a la vida, con el anuncio del ángel, nos muestra el valor que puede tener una mujer que opta por un camino distinto al que ofrece la sociedad machista de su tiempo: “ser parte del sueño redentor de Dios, para el mundo”.

En fin, mis queridos hermanos y hermanas, en las venas de Jesús corría el deseo de hacer de este mundo algo mejor, retornándolo a su única esencia: “El mundo, casa de todos, propiedad de nadie”. Definitivamente, en el hogar de Jesús se vivió la experiencia de este “amor que redime”, haciendo de lo material uno de los muchos medios para vivir y no un fin dónde llegar. Jesús aprendió ser buen ciudadano, siendo buen hijo, compañero y amigo. Pues, no podemos dar lo que no tenemos. Y el amor es más productivo, así como lo dice Ignacio de Loyola, cristiano del siglo XVI, cuando se pone más en obras que en palabras.

CONCLUSIÓN

A modo personal, creo que la Familia puede hacer mucha diferencia ante este caos social. Pero, no solamente ella, sino, con la ayuda generosa, desinteresada y objetiva del Gobierno. Que un gobierno apueste por más desarrollo humano, mejorando la educación, el sistema de salud, reduciendo la tasa de desempleo, haciendo más accesible la compra de la canasta básica, regulando y reduciendo la amplia gama de programas televisivo-radial que solamente enseñan y muestran mensajes que conllevan a la alienación, al consumo y violencia, promoviendo más espacios familiares recreativos, se podrá crear esa base fundamental en donde se pueda establecer una sociedad basada en el respeto, la igualdad y demás valores. La Iglesia, también merece un puesto en este juego, ya que ella debe de iluminar a la sociedad, desde la fe. Lo curioso del caso es que la Iglesia, vista desde la jerarquía, pasa, en muchos de los casos, desapercibida de la realidad (lo digo por nuestro pasado arzobispo Saenz Lacalle y el actual, Luis Escobar).

 Hablar en conferencias de prensa sobre la vida social y regresar al sillón y vivir como un rey, eso se llama “comodidad”. Por el contrario, Jesús nos muestra que las palabras por si solas no crean tanto impacto como el ejemplo que arrastra y motiva a cambios tangibles en la “polis”. Todos los líderes religiosos, al menos de las denominaciones cristianas, deberían hacer del amor una práctica que les lleve a parecerse más a Jesús, dejar el discurso que silencia la voz de Dios, como la complicidad descarada con gobiernos que no piensan en el desarrollo de la gente, a mejor ponerse al lado de la necesidad del pueblo, con sus gozos y esperanzas, tristezas y alegrías, eso haría un bien mayor para todos y todas. Hermanos y hermanas, las soluciones ya están desde hace mucho tiempo, solamente tenemos que cambiar nuestro “modus operandis”, nuestro modo de proceder y la forma de ver la vida y la realidad. Pensar en que otros puedan hacer la tarea propia, es negarse la oportunidad de contribuir a la mejora de este mundo. Y la familia, como preparativo importante para ser sociedad, es el espacio clave para enseñar a nuestros pequeños y pequeñas a ser verdaderos seres humanos, así como seguramente Jesús lo aprendió de María y José.

QUE EL DIOS DE LA VIDA LES HAGA CRECER Y LES LLENE DE FELICIDAD!

Por un Canto y Vida en Libertad



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