La muerte es una experiencia que, quierase o no, atravesaremos todos y todas, alguna vez. Y es a través de este espacio que deseamos darle un momento de reflexión a esa experiencia tan humana y tan dolorosa, pero llena de aprendizaje: el luto. Estas líneas que se exponen a continuación, expresarán el proceso vivido, hasta hoy, por una hija deseosa de encontrarse con su madre, a través del recuerdo. Qué esta experiencia nos haga cada vez más comprometidos con la vida y sus causas, pues, morir es volver a nacer en el recuerdo.
Estoy aquí, en la
habitación de Gloria Marina Contreras, mi madre. Hace unos días se ha
marchado hacia el infinito. El viernes de su muerte, la escuché cantar entre
los árboles y las nubes, su voz era fresca y ágil, como cascada de montaña,
volaba sin parar y a su paso alborotaba el viento, las hojas y los pájaros
juguetones.
Digo que la
habitación está vacía, pero, no es cierto, hay tanto de ella aquí, que me
parece que pronto la veré frente al ropero, eligiendo un vestido luminoso para
ir a trabajar o que estará allí, frente al espejo, su rincón favorito,
contemplando su sensual belleza morena. Parece que se ha ido, pero siento que
aún sigue aquí. Su tocador, altar de su feminidad, permanece intacto. De cedro,
madera privilegiada, barnizado y abundante es una oda a la creatividad. Desde
aquí, día tras día, mi madre se reinventaba, era la misma, pero siempre nueva:
ojos voraces, prendas ligeras; mejías encendidas, vestidos pálidos y elegantes,
luces, contrastes de niña inocente y mujer perspicaz.
Su tocador sigue
intacto; a un lado los productos de limpieza personal: cremas para el cabello,
astringentes, refrescantes, neutralizadores, perfumes; y al otro, una minuciosa
colección de colores, tonalidades y sabores: bases maquilladoras, coloretes,
sombras para ojos, delineadores, rímel, lápices de labios, brillos. En medio,
sus joyeros, llenitos de collares, aretes e ilusiones. Collares para té,
collares para playa, para la suerte, para la oficina, aretes para vestir,
aretes informales y para recepciones. Es que el mundo está lleno de tantas
cosas bellas, que no alcanzan los días para poderlas lucir todas, para caminar
por allí, moviendo el piso y sentir en la espalda las curiosas miradas de los
demás: miradas de admiración, de adoración, de perplejidad, de afecto y hasta
de envidia.
El tocador de
Marinita, un regalo de ella misma para sí. Un merecido obsequio de
autoafirmación e independencia. Un presente, hoy que se puede. Ahora que puede
darse el lujo de tener “algo propio”, hoy que ya no vive, gracias a su
esfuerzo, en el “mesón”, donde se hacía cola hasta para ir al baño. Ahora que
ya es grande y fuerte; y que no tiene que deambular, por allí, solicitando la
ayuda de un padre ausente que no se presentó a darle su apellido, ni su amor.
Gloria Marina Contreras, es Contreras, como su madre, Chusita
Contreras, es feliz viéndose en el espejo de su hermoso tocador. Cada mañana
decora sus mejillas, prende en ellas retazos del amanecer, colorea sus ojos con
los inocentes tonos del aura boreal, incendia sus labios de carmesí, y huele a
nueces y a mieles. Al terminar este acto de creatividad, sonríe animosa y se
marcha férrea a transformar la realidad en la que vive. Gloria Marina es
maestra, por vocación, y cree, sobre todas las cosas, que sólo la educación será
capaz de traernos justicia y paz.
En la habitación,
Gloria Marina Contreras está más presente que nunca, todo habla de su
presencia, especialmente el sabio tocador, su espejo me devuelve la sonrisa de
mi madre, satisfecha me marcho al mundo, en el que todavía estoy creciendo…
Hermoso, Fabiola. Me hiciste verla... aunque no la conocí.
ResponderBorrarNo hay palabras que logren expresar lo que se siente perder a alguien querido... por eso, espero que encuentren el consuelo necesario. Me encantó el escrito, un muy buen retrato de una persona muy amada. Recuerdo que una vez leí que las personas nunca mueran mientras haya alguien que las recuerde con amor.
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