(Rima xvii Becker)
4. Y mirándole… le amó.
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Cuando el Documento “Civilización
del Amor, tarea y esperanza”[1] trata
el tema del “análisis” de la realidad juvenil lo hace utilizando un lenguaje
bastante iluminador para los educadores y formadores de jóvenes. Un lenguaje
que lastimosamente ha quedado en el olvido al igual que el Documento mismo[2].
Rescatar ese lenguaje me mueve a escribir las siguientes
líneas.
1. Otra forma hay de mirar.
En la sección
segunda de la primera parte el Documento muy humildemente afirma:
“Hoy día,
ya no es posible hablar muy simplemente de “la juventud”, porque es casi
imposible abarcar el amplísimo marco de
realidad y las variadísimas situaciones en que viven los jóvenes, según sean
sus raíces y orígenes étnicos, sus influencias culturales y las condiciones
políticas, sociales y económicas en las que les toca vivir. Es necesario admitir que conocer y
comprender el mundo juvenil no es tarea fácil.”[3]
Frente a esta primera imposibilidad de precisión sobre “qué
debe entenderse por joven y juventud” continua diciendo:
“Muchas miradas
se dirigen sobre ellos (los jóvenes). Aunque se trata de intentos parciales de
acercamiento a su realidad, resultan útiles en la medida en que permiten hacer
mayores delimitaciones y precisiones. En todo caso, se trata de miradas que no pretenden ser
exhaustivas.”[4]
Con el término
“miradas” los redactores del Documento parecen comprender a cabalidad sobre la “realidad-juvenil”
aquello que Aristóteles mucho siglos antes había comprendido con respecto de
los entes:
“Que la cosa
primero se-muestra al observador
(habla de sí misma), para luego poder ser de-mostrada
a través del razonamiento lógico del observador.”
Con esto, “el Filósofo”
quería indicar que nuestra concepción sobre las cosas no es el resultado de una
mera fabulación del razonamiento; existe, por lo tanto, un momento intermedio de silencio entre el mostrase y demostrar, en
el cual la cosa observada afectando los sentidos de su observador se le hace
presente -actual diría
Aristóteles-, para luego, en acto
segundo, con ayuda del silogismo, pueda
ser explicada.
Nuestro Documento
dirá lo mismo de forma más poética:
“Hay que educar la mirada para descubrir el
don de Dios, experimentar su llamado a ser acogidos y amados y a encarnarse en
el mundo de los jóvenes por la solidaridad humana y evangélica y por el contacto directo que permite ver,
oír y emocionarse con sus vidas y
con sus signos, con sus sensibilidades, con sus sentidos. Conocer la realidad
de los jóvenes desde la perspectiva de Jesús exige establecer una relación de
intimidad, dialogar e interactuar con ellos. Sólo así será posible” experimentar -“conocer”- sus necesidades reales
y percibir sus verdaderos gozos y amarguras.”[5]
Por lo tanto,
“Mirar” no significa ser mero espectador de un evento. Es ese momento de
silencio respetuoso en el cual permito que la realidad “me afecte”, y solo desde
esa afectación comprenderla mejor. Este es el lenguaje que quiero rescatar: El
lenguaje del “Mirar.”
2. El cristiano del mañana será un místico, o no
será. (Karl Rahner)
Para lograr
semejante empresa - de educar la mirada o mirar mejor - es
precisa la actitud del místico. Aquella que antes de realizar cualquier “acto
movido desde y dirigido hacia el exterior”, queda “experimentándose a sí mismo
y su unicidad con el mundo”, como afirma Fromm, “en la más elevada de las actividades”: Contemplando.[6]
¿Qué es
contemplar? Xavier Guix, columnista del periódico español El País, escribe un
artículo donde nos lo aclara muy bien. Cito su texto resaltando elementos que
son consonante con la reflexión que estamos realizando:
“El filósofo y místico Raimon Panikkar decía que todo lo que somos capaces de conocer no
es el conocimiento último. No es suficiente con ver, e incluso con mirar
concienzudamente para conocer. Hay una
aprehensión de la realidad que pertenece solo al rango de la contemplación.
Es la verdad intuida, revelada, descubierta a través de los ojos que miran
hacia dentro.
Es un error limitar la contemplación
a una forma superior de vida religiosa. La contemplación es una
actitud que nos acerca a ser aquello que contemplamos. No es un proceso, una
etapa. No tiene intención complementaria. Sencillamente sucede cuando dejamos
de ser, cuando abandonamos las dimensiones espacio-tiempo para convertirnos en
lo contemplado y descubrir así su esencialidad.
En nuestra escala evolutiva, la contemplación es
el nivel que nos acerca a las realidades últimas, las más profundas y
verdaderas. Las descubrimos en el silencio interior, en la cesación de todo intento de entender las cosas, a los demás y a
nosotros mismos. Callamos para escuchar nuestra verdad interior. Tal vez
por eso hay tanta gente que no calla nunca; por eso vivimos en sociedades tan
ruidosas; por eso nuestra mente no para. El silencio asusta porque tememos
encontrarnos interiormente. Pero eso solo puede suceder si hay juicio. En la contemplación, solo hay verdad.
… Al final necesitamos ese ejercicio contemplativo
que nos lleve más allá de nuestras memorias. Ser capaces de intuir nuestras
motivaciones profundas, también nuestras visiones erróneas. Lo que nos hace
profundamente humanos es contemplar la certeza que se esconde detrás de lo que
creemos ser. Para ello hace falta una conciencia evolucionada. De lo contrario,
como antaño, sería suficiente con ver e ir pasando mientras no haya peligro. Querer vivir es mirar la vida cara a cara
y, contemplándola, descubrirnos a nosotros mismos[7]”.
Desde esta
perspectiva podemos comprender el Mirar
-momento de silencio frente a la realidad- como contemplación.
3. El grado sumo del saber es contemplar el
porqué (Sócrates.)
“Para conocer la realidad hay que ir a la realidad
misma”, decía Zubiri.
Pero no para “analizarla” fríamente como
un científico que encierra sus descubrimientos en cálculos, teorías o sistemas…
sino para contemplarla, tal y como
planteábamos en la sección anterior.
Los jóvenes –en
tanto que realidad- no deben ser analizados
(separar-en-partes), para luego hacer síntesis
(unir-las-partes) como objetos de cualquier laboratorio. Deben ser “contemplados”
como personas en búsqueda de una identidad en un mundo complejo que guiado por
el materialismo, el consumismo, el hedonismo, la violencia… ha trastocado el
sistema de valores que impide que las nuevas generaciones se vean a sí mismas
con esperanza, sin importar el estrato social al que pertenezcan.
Al contemplar se permite
que el otro se muestre. Se puede conocer a ese que se me muestra. Solo se puede
amar al que se me ha dado a conocer, y el amor no hace juicos; acompaña,
realiza signos de vida que se constituyen en posibilidades, en
oportunidades que superan los signos de
muerte, de lo viejo, de la no-vida.[8]
Por el contrario,
muchos de los proyectos educativos estatales no han hecho el ejercicio del
contemplar, para conocer y amar…han servido únicamente para mantener
–imponer– el sistema
económico al que sirven. No
generan verdaderos proyectos que provoquen vida y vida en abundancia (Jn
10,10).
La escuela,
muchas veces, ha limitado su acción a la
calificación, como sistema de control de calidad; a la asignación de una nota
que estandariza, que etiqueta, que clasifica y excluye; que genera clases y separa a
los más aventajados como los “buenos” y a los menos como “los que hay
que desechar.” La escuela ya no es el lugar donde se gesta a los hombres y
mujeres liberados y liberadores; críticos y utópicos; hombres y mujeres con valores y en búsqueda constante
de la verdad y luchadores por la justicia.
Con todo lo expuesto
quiero recalcar que el lenguaje del “mirar-contemplar” no es solo un juego de
palabras que quiere caer en lo verborréico, o en la matización falsa de
términos, o en el mero juego semántico. Ya he expresado supra cómo en la filosofía
aristotélica había un interés
primero en el dejar que el ente se mostrara así mismo frente su observador antes
de que éste emitiera cualquier intento de definición. Sabiendo que la
definición será inevitable, porque el ser humano necesita nombrar para
aprehender; pero con la certeza de que ese nombre es limitado, y solo un modo
humilde de acercamiento.
Esto que hemos
encontrado en la filosofía, podemos encontrarlo con el mismo modo de proceder
en expresiones de la teología latinoamericana. Cuando Gustavo Gutiérrez, en su
libro “Teología de la liberación, perspectivas”, plantea su definición de teología desde el
contexto latinoamericano dice: “la
teología es el acto segundo, la
segunda palabra, ya que la palabra primera la tiene la praxis histórica de
liberación de los pueblos.”[9]
Es decir, que según Gutiérrez, toda aquella reflexión que quiera llamarse
teología debe en primer lugar guardar primero silencio frente a la acción que
los pobres hacen por liberarse de la explotación. Devolverles la palabra,
permitirles ser eso que precisamente les han arrebatado: su ser.
Pero yendo más
allá en el dato de fe, podemos encontrar el lenguaje del “Mirar” en un texto
del evangelio de Marcos 10.17-22
“Cuando se puso
en camino, llegó uno corriendo, se
arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?”
Jesús le
respondió: - ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sólo Dios.”
Conoces los
mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no
defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él le contestó: “Maestro,
todo eso lo he cumplido desde mi juventud.”
Jesús fijando en él su mirada le amó y le dijo: - Una cosa te falta: anda,
vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo;
después sígueme. A estas palabras, frunció el seño y se marchó triste; pues era
muy rico.”
El ritmo del relato aunque escueto y soso marca una línea clara y
contundente:
Alguien llega
frente a Jesús y le aborda exponiéndole su vida, aunque con ciertas reservas, con
las máscaras muy humanas del orgullo: “Maestro bueno ¿Qué debo hacer para ir al
cielo?” sería las frase más clara para nosotros. “¿Qué debo hacer para no
esforzarme tanto, para que dando lo mínimo pueda vivir más o menos, para no
tener tanta responsabilidad y al final terminar bien?” Serían las palabras más exactas de muchos de
nuestros jóvenes.
“¿Porqué me llamas bueno? Solo Dios es bueno.
Y si cumples las normas te irá bien” Responde Jesús como no queriendo parecer
más listo que su interlocutor, y
contestándole eso que este hombre se ha repetido a sí mismo toda su vida: “que al cumplir cierto
código legal él es tan bueno como Dios. Y con eso basta, por lo menos así lo ha
creído.”
Pero esa
respuesta no le satisface, quiere escuchar algo más, algo que por fin le dé a
su vida el sentido que tanto ha buscado.
Es entonces
cuando este hombre se muestra tal cual es, sin máscaras ni reservas… pero antes
de que Jesús dijese nada, el texto aclara: “mirándole
le amó”.
Encontramos el
esquema que hemos venido rastreando: mirar - amar.
Antes de
cualquier juicio de valor sobre lo creemos que pasa en la cabeza y el corazón
de nuestros jóvenes hay que “mirarlos”, esto no significa mera observación
científica, auscultar o investigar… sino contemplar para “en-tender”, para
conocer y conocer para amar. Y cuando se ama, no se hacen juicios acusativos, o
descripciones limitadas y dogmáticas… cuando se ama se actúa buscando el bien
mayor para el ser amado. Se trazan caminos de acompañamiento y se proponen directrices por donde caminar
mejor.
Frente a las
propuestas que nacen de la contemplación solo quedan dos opciones:
- Iniciar ese camino, o
- Como el hombre del pasaje: fruncir el seño, yéndose triste, porque no hay espacio para liberarse.
[1]
Documento del CELAM No. 161. Bogotá 2001
[2] Al
momento de escribir estas líneas todavía no era público el nuevo documento
nacido en la última reunión latinoamericana de PJ.
[3] Documento del CELAM No. 161. Bogotá 2001, pág 28
[4]
ibídem
[5] Ibid
pág 15
[6]
Fromm, E, “ El arte de amar” Padios,1959, pág 17-18
[8] cfr.
Ibid pág 16