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domingo, 7 de diciembre de 2014

La necesaria unidad en la Iglesia (Nahúm Ulín)

Una historia pendiente, pero en construcción.



Ante la acuciosa realidad de la diversidad religiosa, la pluralidad de manifestaciones cristianas, mundialmente hablando, el decreto “Unitatis Redintegratio”, menciona y desglosa, en el capítulo I, sobre la imperiosa necesidad de la unidad y unicidad de la Iglesia. Toma como base el ejemplo del texto joánico donde se coloca a Jesús mencionando estas conmovedoras palabras: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado”. Según este texto, las diferencias, los conflictos y disparidades eclesiales no deberían ser motivo de desunión y disgregación. 

Lastimosamente nuestro mundo, configurado con el pensamiento occidental que uniformiza las creencias y las decisiones, nos ha hecho potenciar las barreras y derrumbar los puentes. La Iglesia Católica, tras un largo recorrido de reflexión de su praxis interna, pastoralmente hablando, en Concilio Vaticano II da un salto de inclusión y aceptación hacia el fenómeno ecuménico: la apuesta por encontrar causas comunes que lleven a cumplimiento de objetivos mayores. Esta reflexión ha sido difícil, pues, ha tenido que ir deconstruyendo toda esa armazón rústica y oxidada llamada “tradición apostólica”. 

Un ejemplo de este lento proceso de cambio eclesial es el texto Unitatis Redintegratio, Roma 16 de noviembre de 1964, que hace ver a la Iglesia Católica Romana, en pleno siglo XX, como portadora única de los bienes de la Nueva Alianza, encargada a un solo Colegio Apostólico. Esta visión heterónoma de la coyuntura religiosa da a entender que la palabra unión y unicidad es un largo proceso por recorrer y construir. Es de reconocer que la Iglesia Católica, de a poco, ha dejado de ser la inmisericorde madre que juzga, pasando a ser el amigo que acompaña los procesos libres de los creyentes, como no creyentes. 

Ahora, en pleno siglo XXI, con la audaz praxis pastoral que el Papa Francisco está motivando e impulsando en el mundo, podemos observar que la Iglesia y su dinámica han ido cambiando, aunque falte mucho por llegar a la cima del equilibrio. El texto también hace ver que la Iglesia Católica se auto denomina “la que posee la verdad revelada por Dios”. Se percibe en el texto que el centro o destinatario es el creyente católico, teniendo así tareas misioneras como: orar y hablar de Dios y de la Iglesia a los que no son católicos. Se hace un especial hincapié en la mención del bautismo como factor unificador entre los cristianos. 

Considero que con este texto, la Iglesia abre brecha esperanzadora sobre cómo disponerse a trabajar las diferencias con las demás denominaciones cristianas. Un esfuerzo para disponerse a aprender de los demás. Con respecto al capítulo II, el texto desarrolla varios puntos a tomar en cuenta para desarrollar un ejercicio responsable del ecumenismo: entender que la unión afecta a todos, especialmente a los que practican el cristianismo hegemónico; el hecho necesario de una reforma eclesial como personal (conversión); la práctica de una oración no - unísona e inclusiva; el conocimiento mutuo de la realidad de los y las demás; realizar y vivenciar una formación ecuménica responsable, expresar y explicitar los insumos de la fe de manera respetuosa y cooperar con las necesidades de los y las demás. 

Considero que este texto da una intuición muy válida, actual y es que entiende el quehacer ecuménico, no como una simple praxis pacifista (falso irenismo) que deja pasar todo evento religioso, sin criticidad e insumos analíticos. No. La praxis ecuménica ha de perfilarse como el permanente diálogo entre confesiones cristianas, evitando la anulación de una contra otra (violencia religiosa) y la apreciación de los aportes de las diferencias del otro, pero, más aún, de los diversos puntos en común. Una llamada a la unidad en la diversidad, para que el cuerpo funcione óptimamente, es el llamado del ecumenismo, llamada que busca deconstruir lo heterónomo, buscando una praxis teónoma conjunta.
  

Llamada a la unidad, ante una creación dividida:

Desafío conjunto para las iglesias 


El texto “Declaración sobre la Unidad” del Consejo Mundial de las Iglesias trabaja, de manera más conjunta e incluyente, el desafío de la unidad. El lenguaje plasmado y desarrollado en el texto es muy inclusivo, realista y esperanzador. Menciona varias veces la palabra “Iglesias” dando una pista de cómo se puede entender el quehacer eclesial para nuestros días, quehacer eclesial visto como cuerpo, no como miembro; visto como equipo, no como individuo; entendido como familia, no como subgrupo. Hace una llamada explícita al trabajo, como Iglesias, por la unidad de la creación. También, lamenta que la palabra diversidad, en muchas de las experiencias eclesiales, simbolice división, marginación y exclusión. Se hace una dura mención que este fenómeno, el de la no aceptación de las diferencias de los demás, ha logrado una dolorosa pérdida en el hecho de no reunir a todos y todas en una misma mesa eucarística, pues, los factores que dividen siguen latiendo como siempre, lastimosamente.

Es interesante observar que este texto es más crítico – constructivo que el anterior, pues, toma conciencia del camino por recorrer, aunque ve realistamente los pasos dados, los procesos caminados, los puntos avanzados. Lo anterior lo menciona, con cierto sentido de “mea culpa”, en los puntos 4 y 5. Considero que esto es ejercicio sano y necesario de auto – evaluación, pues, de alguna u otra manera debemos detenernos para verificar cómo va nuestro andar y si es según a la voluntad de Dios. Se menciona un dato significativo donde la palabra herejía puede entenderse como división, no solo en las certidumbres dogmáticas, legales, espirituales y eclesiales de cada Iglesia, sino, y viendo la necesidad de un diálogo más conciliador que vincule hacia objetivos comunes. No es de sorprender que el encontrar la unidad, cobra un cierto precio de deconstrucción de costumbrismos religiosos. Es por ello que esta declaración propone volver la vista al Dios de la vida que convoca a una mesa común, mesa compartida, donde cada uno tiene un puesto y un quehacer.

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