1.
¿Qué hay en la
cabeza de nuestros jóvenes? ¿Cómo miran al mundo y la realidad? ¿Si la
postmodernidad es una exaltación de las sensaciones, frente a qué se
sensibilizan nuestros muchachos? ¿Cómo enfrentan el dolor y el sufrimiento?...
Estas y otras cuestiones repasan mi mente mientras termino una clase de algo a
lo quizás se le puede llamar cristología.
Me encuentro
impartiendo este curso a jóvenes quinceañeros que cursan su 9º grado. El curso
consta de tres partes: Una contextualización histórica de la persona de Jesús;
luego seguimos con el reino de Dios, entendiéndolo como una respuesta de Jesús
frente a su contexto; y terminamos analizando la muerte en cruz como causa
“lógica” de su praxis, y la resurrección como una afirmación de Dios.
En esta última
parte nos hallábamos cuando decidí ilustrar el proceso descrito arriba con la muerte martirial de Mons. Romero.
Comparar y descubrir en la vida del obispo salvadoreño un símil de la vida de
Jesús, así como entenderlo como un referente de verdadera vida y testimonio
cristiano, tan escandaloso como el maestro de Nazaret.
Proyecté a mis
alumnos -5 diferentes grupos de 39 muchachos- un video que mostraba la dura
realidad de represión que atravesó El Salvador, especialmente el pueblo
campesino, durante la década de 1,980. Aparecen de pronto imágenes impactantes
cuando agentes de la Policía Nacional abren fuego contra jóvenes del Bloque
Popular que se manifestaban frente a la plaza de la Catedral Metropolitana el 8 de mayo de 1,979.
Las imágenes dejan ver cómo algunos de esos jóvenes morían en su intento por
huir de las balas de sus agresores. Otros, eran aplastados por sus propios
compañeros que se encontraban en el mismo intento. Se veían caer los cuerpos.
Mientras tanto
yo, observaba a mis alumnos. Unos callados, contemplando, silentes… Pero mi
máxima atención recayó sobre otros, que frente a semejante escena no callaron
la risa, la ironía, el juego y el chiste. Parecían que estaban viendo una
película, de esas que tan de moda nos ha puesto Hollywood, en las cuales la
muerte de otro ser humano es algo tan natural y común. Mientras el “héroe” esté
vivo no importa cuántas vidas estén siendo sacrificadas.
La clase terminó.
Pero mi asombro continúa todavía en este momento.
2.
No
son pocos los teóricos en educación que han afirmado que el acto educativo debe
estar centrado en la persona del estudiante, él debe ser el centro de gravedad
y protagonista de su propio proceso de aprendizaje. De la centralidad en los
contenidos - propio de la educación tradicional - se pasó a la centralidad de la persona – según
afirma el constructivismo. Este es el giro copernicano de la educación. Y es
muy difícil no pensar en Descartes en este punto (del dogma al sujeto). Junto
con los soñadores de la Modernidad, esta centralidad del ser humano debería ser
una centralidad personalizante, es decir, que todo aquello que le
proporcionemos al alumno debe tener la capacidad de hacerlo cada vez mejor persona.
¿Realmente en la escuela se ha dado tal giro que centra a la persona
para personalizarlo? ¿No será mejor decir que el giro copernicano se ha dado en
el ambiente Postmoderno en el que nuestros jóvenes viven, y en lugar de personalizarlos los individualiza?
Nuestros
jóvenes son sensibles, eso no hay que dudarlo. Son capaces de conmoverse y
sentir pena. Pero nos encontramos con jóvenes envueltos en una cultura “narcisistas”
a los que parece solo importarles su propio dolor y sufrimiento, ese que les es
“existencial”. El dolor y sufrimiento de los otros lastimosamente se ha
convertido en un mero espectáculo propio de nuestro tiempo. La pobreza, la exclusión,
la marginación, “la cruz” en palabras de Sobrino “ya no resulta escandalosa”. Nos
hemos acostumbrado a ella, se nos ha hecho común y natural. “Es natural que haya gente que sufre. Es una
verdadera lástima que existan los pobres. Pero no se puede hacer nada frente a
eso.” Sería la conclusión de muchos de nuestros chicos.
3.
En
los años 60-70´s los grandes ideales de libertad, de revolución; las grandes
utopías y sueños reposaban en la mente y corazón de los jóvenes. Eran ellos lo
que salían a las calles a reclamar por un mundo mejor; pero también eran ellos
los que lamentablemente ponían las víctimas.
En los años
80-90´s mientras las dictaduras militares daban el paso a la instalación de la
economía de mercado liberal y su característico estilo de vida, los jóvenes fueron nuevamente víctimas de un
ataque, ya no armado, sino ideológico. Instaurando en su modo de ser y proceder
los valores del mercado: de la compra y laventa, del tener y aparentar, del
gastar y consumir, de lo desechable y
analgésico, de lo inmediato y pasajero, del sentido de la historia como lineal,
de la exaltación del cuerpo y el rezago de lo espiritual visto como accesorio, y de la visión de un
Dios “personalizable” con el que se realizan trueques interesados… Los grandes
ideales habían muerto, los sueños ya no lo eran, las utopías ya no existían. Se
viene a la mente aquel pasaje del evangelio cuando la viuda procesionalmente
iba a enterrar a su hijo, a su anhelo, a su esperanza… A diferencia del texto
bíblico nuestros jóvenes no tuvieron quién les despertara. Ni el Estado, con
sus políticas; ni la Iglesia, con los grupos juveniles; ni las ONG´s y sus
programas lograron el milagro. ¿Quién les dirá talita kumi?
Llegamos al
siglo XXI, valores efímeros, desesperanza, lasitud se convirtieron en los
nuevos contenidos; los medios de comunicación masiva, los artistas baratos, los
juguetes tecnológicos, son los nuevos maestros… Joaquín Sabina describe muy bien este momento
histórico cuando escribe:
“Como quien viaja a lomos de una yegua sombría, por la ciudad camino,
no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden… Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que viene de la noche y va a ninguna parte, así mis pies descienden la cuesta del olvido, fatigados de tanto andar sin encontrarte… Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía y en la escalera me siento a silbar mi melodía.”
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden… Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que viene de la noche y va a ninguna parte, así mis pies descienden la cuesta del olvido, fatigados de tanto andar sin encontrarte… Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía y en la escalera me siento a silbar mi melodía.”
Definitivamente esa ansía y avidez descontrolada del
ser humano, solo deja en evidencia el gran vacío que habita en su interior.
Lo expuesto
anteriormente, obviamente, no abarca a todos los jóvenes en particular, sino al
sistema y cultura juvenil que está predominando en nuestro continente y del que
todos somos de una u otra forma responsables. Quiere ser un llamado de atención
para todos aquellos que nos dedicamos a la educación y trabajo con ellos,
padres de familia, docentes, facilitadores, pastores... ¿Cómo les estamos educando?
¿Qué tipo de ser humano estamos educando?
La escuela
- y muchos centros de educación - se ha perdido en la burocracia, en la
papelería, en lo formal y accesorio. Mientras la calidad, la calidez, el
encuentro, el diálogo, lo relacional, están fuera de las aulas y pasillos.
Creemos, aun
así, que todavía existen muchachos y muchachas que alzan sus voces y no se
dejan intimidar por el sistema o ideología. Jóvenes que, como los prisioneros
en el mito de la caverna de Platón, rompen las cadenas que les atan para dar la
vuelta y dejar de ver las sombras y enfrentarse con la realidad.
Creemos que
todavía se pueden generar verdaderos itinerarios educativos que acompañen los
procesos grupales y personales de nuestros jóvenes. Creemos, desde la Iglesia, en una pastoral juvenil comprometida con la
historia que sea presencia de Dios en el mundo, esperanza para los hombres.
Creemos en los
Jóvenes que luchan por la justicia, que
viene de la fe, y que creen que el sueño de otro mundo es posible.
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